Un escritor proteico y disidente
El escritor Jaume Vidal Alcover (Manacor, 1923), fallecido en Barcelona el miércoles, deja sin concluir su traducción al catalán de A la recerca del temps perdut, de Proust, de la que apenas le faltaban unas 100 páginas. Esta labor será ahora finalizada muy posiblemente por su esposa, Maria Aurélla Capmany. La capilla ardiente de Vidal Alcover fue instalada ayer en Collcerola, donde el escritor será incinerado. Las cenizas serán trasladadas a su Mallorca natal.No hay duda de que la personalidad humana e intelectual de Jaume Vidal Alcover ha sido una de las más extraordinarias y complejas, y por eso mismo fascinantes, que han cruzado el panorama de las letras catalanas. Digo complejas, pero también podría decir ricas, contrastadas, cultas, agudas, generosas y contundentes. Y digo cruzado porque el empuje y la energía con que solía lanzarse a sus innumerables proyectos, así como su prematura e inesperada muerte, nos lo convertirán en una auténtica estrella fugaz o meteorito que cruzara nuestro cielo luminosamente, pero sin que la mayoría hubiese atinado a verlo.
Pocos intelectuales han detentado en nuestro país un sentido tan completo y totalizante del oficio de escritor. Y, paradójicamente, si hay alguien que no ha obtenido, ni remotamente, el reconocimiento que por méritos propios se merecía, es Jaume Vidal Alcover. ¿Cómo se explica semejante hecho? Muy simple: la catalana es una cultura todavía demasiado familiar y, como tal, con una muy marcada necesidad de compactibilidad y orden.
No se aceptan voces disidentes o simplemente discrepantes (y Jaume Vidal osaba disentir tanto acerca de algunas idées reçues jamás cuestionadas como a propósito de ciertas incoherencias lingüísticas). No se acepta el diálogo -y si algo le gustaba a Jaume Vidal era la escaramuza dialéctica, por lo que de fecunda y estimulante tenía-, y, en consecuencia, cuando alguien alza la mano para opinar, automáticamente se le excluye. Su caso, pues, no deja de ser curioso y, sobre todo, puede resultar aleccionador si evitamos que en un futuro no se repitan semejantes marginaciones.
Quienes le conocíamos estábamos, sin embargo, convencidos de que esta situación sufriría un cambio radical en el curso de los próximos años, sobre todo, a tenor de la próxima publicación de su magna traducción de toda la Recherches... proustiana. Su muerte le ha alcanzado cuando ya había librado el penúltimo volumen de los 15 que forman dicha obra. Estoy convencido de que tanto la publicación de su Proust como su inesperada desaparición, tendrán como consecuencia inmediata un vuelco en la valoración de su obra, y asistiremos atónitos al descubrimiento de sus muchas virtudes.
Una obra proteica y multiforme, de una extraordinaria riqueza y registros, con la que desbordó a críticos y lectores: cuando uno repasa sus títulos poéticos, sus novelas (entre las que destacan Sophie o els mals de la discreció, 1971, y la tetralogía incompleta de Els anys i els dies), su obra como autor teatral, traductor, ensayista o historiador de la literatura, no puede menos que admirarse ante la extraordinaria envergadura y diversidad de semejante corpus.
Hay obras que parecen excesivas y en realidad no lo son; las hay que, no pareciéndolo, en cambio sí lo son, y eso es lo que ocurre con Jaume Vidal Alcover. Un exceso de dispersión, así como una deficiente política editorial, han impedido y de hecho impiden que el lector pueda hacerse cargo de ello. En el momento en que algún editor emprenda una edición sistemática de su corpus, el reconocimiento va a ser automático.
Cuando nadie se lo esperaba, ha pasado de su máxima plenitud vital e intelectual a la nada: como el agave, Jaume Vidal Alcover nos ha dejado en el momento de alcanzar su máximo esplendor.
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