Un hombre angustiado, profundo y sutil
Este Dámaso que a todos se nos acaba de morir comenzó siendo para mí lo que por entonces ya había empezado a ser para la inmensa mayoría de los lectores de nuestra lengua: Dámaso Alonso. Fue en 1935. Él era catedrático de la Facultad de Letras de Valencia, y yo un desnortado médico joven sediento de cultura. Como tal le escuché un breve curso de conferencias sobre Lope de Vega, con motivo del tercer centenario de la muerte del Fénix. En el curso de mi personal relación con la historia de la cultura española, un hito importante, una sugestiva ventana nueva hacia la herencia intelectual y estética que yo había recibido.Pasaron cinco años, y con ellos el terrible tajo que en la continuidad de esa cultura fue nuestra guerra civil. Para los muy pocos que en aquella España queríamos que esa continuidad no se rompiera, el español Dámaso Alonso -el sapientísimo filólogo y lingüista, el egregio historiador de las letras hispánicas, el sagaz y brillante crítico literario, el poeta angustiado y crecientemente profundo y sutil, el espléndido conferenciante, la persona tan vivaz, cordial e irónicamente abierta a todo-, ya definitivamente convertido en Dámaso a secas, fue una de las figuras más imprescindibles. Y por debajo, mejor, por dentro de todo eso, un verdadero amigo.
Versos y versos
¿Cómo olvidar aquellas reuniones amistosas en que Dámaso recitaba versos y versos en español, en portugués, en francés, en italiano, en catalán, en inglés? ¿Cómo no recordar la emoción de la primera lectura de Hijos de la ira, la colección de poemas con que la lírica española tan conmovedoramente se ponía, tras la guerra civil, a la dolorida altura del tiempo histórico de España? ¿O aquel estremecedor gesto de niño desvalido -él y yo solos- sobre la reciente tumba de su madre?
¿O sus vehementes declaraciones de amistad en el interior del coche que, tras la recepción sanjuanera en el Campo del Moro, nos llevaba a él, a mi mujer y a mí hasta la puerta de su casa? (Por razones articulares, Eulalia, su constante ada madrina, no podía soportar sin grave molestia la accidentada rampa de descenso desde el nivel superior al nivel inferior del Campo del Moro, y nos concedía el honor de acompañar a Dámaso en el tumulto de la recepción ).
Tantos y tantos episodios más, a lo largo de medio siglo de amistad, admiración y agradecimiento.
Seguir existiendo es el grato anverso de la monedita de la vida; ver, a medida que pasan los años de la vejez, que van desapareciendo del inmediato entorno las personas que uno quiso, su cruel reverso. Muy agudamente lo he sentido yo, cuando una voz amiga me ha dicho, a través del teléfono: "Dámaso ha muerto".
De golpe, una buena parte de mi vida se convertía, inexorablemente, si no en pasado perdido, sí en pasado irrepetible.
Babelia
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