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Tribuna:UN MAESTRO DE LA GENERACIÓN DEL 27
Tribuna
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La pluralidad de Dámaso Alonso

Dámaso Alonso es una de esas raras figuras que nos muestran con carácter eximio la multiplicidad del talento de un gran hombre.Desde muy joven aparece como un astro fulgurante en el terreno de la crítica literaria. Su edición de Las soledades de Góngora, con una traducción al lenguaje normal de lo que había sido, desde el siglo XVIII hasta entonces, un supuesto galimatías que nadie llegaba a descifrar, un curiosísimo enigma que llenaba de indignación o de frustración a los lectores incluso muy cultos que se acercaban a tan aparentemente ácido texto, representó una hazaña resonante, que otorgó máximo prestigio a su autor, porque esta traducción apareció, además, junto a otro libro del autor, La lengua poética de Góngora, que aclaraba, con muy precisa erudición y aparato científico, el porqué de ese estilo, su descripción y las razones estéticas de él. No puedo extenderme sobre los otros numerosos escritos de esta misma especie, y no menos importantes que ellos, de nuestro autor.

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Pero Dámaso no era sólo esto. Con ser tanto lo que acabo de atribuir. Junto al crítico, estaba el lingüista y el profesor. Yo fui alumno suyo y sé la maravilla de claridad y conocimiento que introducía en el laberinto de su asignatura: la lingüística románica. De otro lado, sus estudios del gallego asturiano, la región precisamente donde yo nací, son, todavía hoy, un ejemplo de lo que deben ser los estudios de esta clase.

Como el límite que imponen los artículos periodísticos impide extenderse todo lo que uno quisiera sobre cada uno de los temas abarcados, paso ahora al comentario del otro costado de nuestro autor: el poético. Porque resulta que este riguroso científico de la lengua, este agudísimo crítico, este profesor de tanto mérito, se doblaba de una figura muy distinta, que otorgaba, además, a su persona humana la vivacidad, la alegría jocunda, la humanidad, la ingeniosidad y el humor que seducía a cuantos le han conocido de cerca.

¿Cuál ha sido, visto hoy con perspectiva, la gran aportación de Dámaso Alonso a la poesía española? Creo que aquello que quedará con valor histórico permanente como aportación suya es la introducción, con mayor valentía que ninguno de sus contemporáneos españoles, del lenguaje coloquial en la práctica de la poesía, en un tono que ya no es el de los ismos. Se trata de un cambio radical según el cual el tema poético no es ya el contenido de la conciencia con desprecio del yo concreto del hombre o del artista y de su entorno objetivo, como había ocurrido entre el Parnaso y el superrealismo, sino que ahora lo que importa es, de nuevo, como en el Romanticismo, el yo concreto, pero, a diferencia de este último movimiento, aparece ahora situado en una circunstancia o mundo sociales, a quien se concede idéntico valor que al primero, cosa que no sucedía en el momento romántico.

Lenguaje de todos

Por eso se vuelve al lenguaje que evidenciaba con mayor fuerza el elemento social del yo. Se quiere hablar ahora desde el verso en el lenguaje de todos. Y es aquí donde Dámaso, en Hijos de la ira (1944), lleva a su necesario extremo esta tendencia de la época, probablemente apoyándose para ello en el ejemplo de la poesía inglesa que, desde Wordsworth, Browning y T. S. Elliot, había acercado el verso a la prosa, con mucho más acierto que nuestro Campoamor, que también penosamente lo había intentado. Del mismo modo que al fin del siglo XIX la prosa aprendió del verso, ahora ocurría lo contrario, y ambas cosas han sido igualmente necesarias. Ahora bien: dentro de esta visión del mundo que es propia de la segunda posguerra (canto del yo concreto en la circunstancia concreta, otorgando el mismo valor a ambos términos), Dámaso inserta su visión personal del mundo, la cual consiste en la consideración de que él como hombre y los hombres todos con él se hallan en un mundo cuyo sentido último permanece, por lo menos, incógnito, indescifrable para la mente y el corazón de quienes ávidamente interroga. La vida humana circula "entre dos noches" de las que nada sabemos. De ahí, el horror, la angustia. Por eso, Mujer con alcuza, símbolo de la humanidad, está desconcertada en un mundo frío y oscuro, donde se siente perdida y sola.

Esta poesía es, pues, una poesía de fondo religioso, bien que torturada por el desnortamiento. El barco de los vivos tiene una brújula que no señala a ninguna parte. El hombre hace preguntas sin respuesta, y a veces habla de Dios con más necesidad que esperanza.

Si el mundo, y más aún la vida, son ininteligibles, si están privados de sentido, la realidad se vuelve absurda y, consecuentemente, monstruosa. Lo monstruoso, lo escandalosamente anormal, lo que hace excepción a un concierto donde cada parte se inserta y legitima en un ordenado todo. El monstruo, mirado de ese orden, carece de función, y, por tanto, de significado. Lo indescifrable ostentará así la cualidad fundamental de lo monstruoso. Y como Hijos de la ira considera indescifrable la realidad cósmica y humana, la considerará monstruosa también.

De este modo de entender la realidad nace lo que tal vez sea el más aparente leitmotiv del libro: la visión del ser humano como miseria y abyección, tema que ahora tiene un sentido muy distinto del tradicional. El tema de los monstruos no es así más que una compensación especialmente destacada y visible de esa concepción más genérica y abarcadora. Y de ahí nace también la tendencia al autoimproperio en nuestro autor y hasta la comicidad o la ternura que le caracterizan.

Un gran prosista, un gran lingüista, un gran profesor, un gran poeta: tal es Dámaso Alonso, nuestro querido Dámaso.

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