Nicaragua
Muchos españoles coincidimos en Nicaragua al cumplirse el décimo aniversario de la revolución sandinista, en medio de un hervidero de simposios, reuniones de solidaridad, actos conmemorativos y encuentros individuales o colectivos en los que a menudo resultaba difícil distinguir el simposio de la manifestación de adhesión y viceversa. Sin embargo, creo que pudimos situar con bastante claridad las realidades y los problemas actuales de la Nicaragua sandinista.La conmemoración del décimo aniversario demuestra, en primer lugar, que la revolución sandinista es un hecho consolidado, pese a las enormes dificultades a que ha tenido que hacer frente. Esta revolución ha derrotado militarmente a la contra, ha impulsado cambios decisivos en la cultura y en la estructura social nicaragüenses, y por encima de todo, ha dado al pueblo de Nicaragua un sentimiento de identidad nacional y de colectividad ,orgullosa de su independencia realmente decisivo en un país históricamente regido por oligarquías cerradas y feroces dictaduras y sometido continuamente a intervenciones militares norteamericanas. Las campañas de alfabetización, la extensión de la educación y de la asistencia sanitaria y el reparto de tierras a los campesinos son aspectos fundamentales y difícilmente reversibles de las transformaciones producidas por el sandinismo en estos 10 años.
Pero estos 10 años han estado marcados también por los efectos devastadores de la guerra de la contra, por el implacable bloqueo económico impuesto por Estados Unidos, por los conflictos internos con un importante sector del empresariado y con otro no menos importante sector de la jerarquía de la Iglesia y, finalmente, por los errores de planteamiento y la poca eficacia de la propia Administración sandinista.
El resultado global es un país económicamente exhausto, con unos índices de inflación astronómicos, una población agotada por la guerra y un deseo generalizado de paz. El sandinismo ha hecho frente con éxito a la llamada guerra de baja intensidad impuesta por la Administración de Reagan y ha obligado a la Administración norteamericana y a los dirigentes de la contra a abandonar de momento la vía militar y a cambiar de táctica, pero todo el futuro político está condicionado por la necesidad imperiosa de estabilizar definitivamente la paz ysacar a Nicaragua de su tremenda situación económica.
Éste es el marco en el que se va a desarrollar durante los próximos meses una importantísima campaña electoral, que culminará en las elecciones del mes de febrero de 1990. Por lo dicho anteriormente es fácil entender que éstas no serán unas elecciones cualesquiera. En ellas no estará en juego la simple alternancia de fuerzas políticas diferentes dentro de un marco democrático bien definido y aceptado por todas, sino que se dilucidará una cuestión política trascendental; a saber: si el enfrentamiento electoral será un paso hacia la consolidación de un marco democrático consensuado que mantenga las conquistas sociales y culturales de estos 10 años o la continuación del conflicto militar por otras vías y con otros medios.
Es evidente que esto concierne a las dos partes. La derecha y la Administración norteamericana tienden a plantear las elecciones como una vía para conseguir lo que no consiguieron con la guerra de la contra, es decir, la derrota total del sandinismo y la destrucción de los cambios de estos 10 años. A su vez, el Frente Sandinista corre el peligro de entender las elecciones como un factor de legitimación, pero sin llegar al fondo de su principal problema, que es la conciliación entre su vocación de movimiento nacionalista que identifica la nación con el sandinismo y su futura realidad de partido político competitivo en un marco pluralista.
Esquipulas 2
Hasta ahora, el Gobierno sandinista ha cumplido con fidelidad los acuerdos de Esquipulas 2, con mayor fidelidad, sin duda, que otros firmantes de los mismos (a los que, por otro lado, no se les exigen habitualmente tantas demostraciones de voluntad democrática, cuando lo cierto es que deben exigírseles con la misma fuerza y el mismo rigor). Tras las últimas reformas, la normativa electoral que ordenará la larga campaña y las elecciones de febrero de 1990 sólo puede calificarse de impecable, y no sólo es perfectamente comparable con cualquiera de las mejores leyes electorales de los países democráticos, sino que en algunos aspectos esenciales va más allá. Es una normativa plenamente proporcional, que no establece ningún mínimo porcentual para obtener escaño, que admite incluso la financiación exterior de los partidos y que asegura a todos los partidos y formaciones el mismo tiempo de aparición en los medios de comunicación públicos, independientemente de sus dimensiones y de sus resultados previos. Los requisitos para la formación de partidos son mínimos, y en estos momentos son ya 21 los que están en condiciones de participar en la campaña electoral.
El problema no estará, pues, en el sistema electoral ni en las condiciones para la participación en la campaña y en las elecciones. El que pretenda lo contrario falsea la realidad o busca excusas de antemano para deslegitimar las elecciones si los resultados no le son favorables. El problema es el contenido político de las elecciones, y, en función de ello, lo que vaya a ocurrir el día siguiente de las mismas.
Los interrogantes son muy claros y muy decisivos. Así, por ejemplo: ¿reconocerá el Gobierno de Estados Unidos la victoria y la consiguiente legitimidad democrática del sandinismo si el Frente Sandinista vence en las elecciones o sólo aceptará como válido el resultado electoral si los sandinistas pierden? ¿Si las fuerzas de derecha pierden las elecciones, se integrarán en el sistema constitucional actual o, por el contrario, lo rechazarán globalmente y se situarán al margen del mismo? ¿La eventual derrota del Frente Sandinista se entenderá como un cambio radical en la vida política y social, como un desmantelamiento global de lo realizado en estos 10 años, como una marcha atrás en la reforma agraria o incluso como una revancha en todos los terrenos?
Condiciones del futuro
Éstas son y serán las cuestiones decisivas de la campaña electoral. Pero, sea cual sea el resultado de las elecciones, creo que hay algunos aspectos que ninguna fuerza mínimamente responsable podrá ignorar, porque no basta con reducirlo todo al hecho de la alternancia. El primero de estos aspectos es que, por su papel en el proceso político y social de estos 10 años y por su fuerza como organización de defensa militar, el Frente Sandinista será un elemento central y decisivo de toda solución política futura. No creo que ninguna otra fuerza, aunque gane las próximas elecciones, pueda llevar a cabo una acción de gobierno seria sin el concurso del sandinismo, y menos contra él. Por otro lado, el Frente Sandinista se enfrenta con una nueva etapa y, aunque gane las próximas elecciones, difícilmente podrá impulsar en solitario su propio programa de economía mixta, pluralismo y no alineamiento. Una victoria electoral del sandinismo le obligará más bien a asumir el papel de eje de un conjunto plural de fuerzas que deberá integrar en un proceso político, económico y social que ya no será el de los últimos 10 años.
En definitiva, las elecciones pueden y deben cerrar una etapa, pueden y deben iniciar una nueva fase de reconstrucción económica y política en un país sin guerra, sin agresión y sin bloqueo. Pero la nueva fase se fundamentará en la anterior, porque intentar prescindir de ella sería precipitar al país en una nueva espiral de conflictos y enfrentamientos. Por ello, sea cual sea el resultado de las próximas elecciones, ni la actual oposición podrá gobernar sin el sandinismo, y menos contra él, ni el sandinismo podrá gobernar sin integrar otras fuerzas. Más allá del duro enfrentamiento que se avecina, es de esperar que unos y otros sabrán preparar las condiciones para abordar positivamente la nueva fase que se abrirá próximamente, si todo va bien.
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