La autenticidad del ser poeta
Caballerosidad, excelentes maneras, bondad, humanismo, flexibilidad, obra auténtica... ¿Por dónde abordar la semblanza de Villangómez Llobet en esta hora en que le ha sido concedido el Premi d'Honor de les Lletres Catalanes, en estos momentos de reconocimiento público? La tarea no es fácil. Y no lo es porque, ante todo, una visión ejemplar de su persona en estos momentos pudiera ser tomada -especialmente por el anónimo lector que no sabe de amistades entrañables- por simple halago. Afortunadamente, siempre he antepuesto la valoración íntima, silenciosa, de las personas que admiro y respeto. Y es esta valoración entrañable y personal la que no me impide que ahora escriba de lo que es públicamente ejemplar sin falsos halagos.Creo que la figura de Villangómez pone ante todo de relieve la autenticidad del ser poeta -la labor del poeta- en unos tiempos críticos para la poesía, en unos tiempos en los que incluso algunos poetas ironizan y desprecian el género. Siempre fueron malos los tiempos para la lírica -de Homero a nuestros días-, pero la lírica no ha muerto por ser algo consustancial al ser humano. Por eso, en tiempos críticos los ojos de los seres sensibles deben volverse hacia aquellos lugares en los que la autenticidad del ser poeta brilla. En Ibiza tenemos la fortuna de contar con esa presencia auténtica y ejemplar del ser y del vivir para la poesía en Villangómez.
Él es, además, un poeta con raíces, un poeta arraigado. Esta denominación de Dámaso Alonso me parece todavía válida en unos tiempos en los que el ser humano sufre los vientos de no pocas influencias y, como veleta, gira de un lado para el otro, alocadamente. Estas influencias -concretamente en el campo de la creación Eteraria- son tan poderosas como inevitables: mercantilismo, vanidad, publicidad, modas, provocación. El escritor arraigado se debe, por el contrario, más al ser que al parecer, atiende a su interioridad, no fuerza la palabra, espera y calla. Y si además las raíces de un escritor -como es el caso de Villangómez- buscan lo proftírido en la propia tierra, el resultado puede ser considerado ideal.
No quisiera subrayar yo hoy aquí los valores telúricos, mediterráneos, espirituales de la poesía y de la prosa de Villangómez, junto al alto nivel de sus traducciones de poetas universales; no quisiera detenerme aquí en ese microcosmos de su isla que el poeta ha interpretado y con el que se ha identificado plenamente. Y lo ha hecho así sin caer en los defectos que suele padecer el escritor que escribe desde la propia tierra y sobre su propia tierra (localismo, ruralismo, egolatría, provincianismo).
Lo eterno en lo concreto
Villangómez ha sabido ver a través de sus textos (y en particular de sus poemas) la universalidad de su tierra sin renunciar a la diferencia más viva de ésta, su lengua. De ahí lo mejor de su mensaje, su autenticidad. Villangómez, como Antonio Machado, ha sabido ver relumbrar lo eterno en lo concreto, lo sublime en lo que tiene nombre, el sueño en la realidad. El mar del autor de Elegies i paisatges y de Terre i somni, un mar romput en illes, es un poco todos los mares, es el mar universal por excelencia del conocimiento y de la luz.
No hablaré aquí de la obra de Villangómez, pero sí quiero destacar otros valores de su persona con los que yo abría este artículo. En unos años en los que la lengua y la cultura catalanas han recuperado su identidad, en medio de no pocas tensiones de todo signo, he de confesar que me considero un espectador privilegiado de ese cambio, y que en la actitu4 de cada cual también he podido apreciar la nobleza de cada cual. Villangómez ha estado entre los primeros a la hora de esa defensa y de esa dignidad -de ahí quizá el alto reconocimiento del premio que ahora se le concede-, pero no por ello ha tenido que renunciar a las virtudes de ese carácter a que comenzaba haciendo referencia y que me gusta recordar: caballerosidad, excelentes maneras, bondad, humanismo, flexibilidad, diálogo.
De todas estas virtudes ha podido hacer uso Villangómez sin renunciar a su modo de ser más íntimo, a sus ideas y sentimientos más arraigados. Porque se puede ser flexible y a la vez riguroso; dar testimonio diario sin mostrar agresividad u odio; ser fiel a la propia lengua sin irritarla; abrazar una idea sin por ello dejar de ser antidogmático y libre. También de raíz machadiana es aquella expresión de que la poesía es "palabra en el tiempo". Yo no dudo de que la poesía de Villangómez -por su templanza, emoción y luminosidad- es y será palabra en el tiempo; palabra en el tiempo de los suyos y de los que no siéndolo tanto nos sentirnos temblar en el mismo humanismo, participamos tanto de sus libros como de su manera de ser.
Ahora he de confesar también que sentí en su día cierto rubor al ver mis versos traducidos al catalán por él junto a los de aquellos otros autores de máximo respeto, Góngora y Leopardi, Baudelaire yHardy, Larbaud y Cernuda. Sólo he podido superar este sentimiento ante lo inmerecido vislumbrando ese sentido de universalidad que preside su obra; también pensando en que sólo en los amigos comprendemos ciertos excesos. Sólo por eso he revelado esta circunstancia.
En definitiva, cuando Villangómez habla y escribe en su lengua no dejan de surgir a su alrededor nuevas amistades, nuevos respetos hacia una cultura que sentirnos como hermana. De ahí su ejemplo, el que las obras de los demás sean para él altres ales sobre una veu. De ahí el que Villangómez viva y calle mucho sabiendo que el mensaje del poeta queda declarat amb el vent.
Antonio Colinas es escritor y traductor.
Babelia
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