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Tribuna
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El combate con el ángel

Ya no están de moda los escritores combatientes ni los militantes o comprometidos, sean del bando que sean, en esta sociedad articulada a duras penas, que busca desesperadamente el provecho, el interés y el placer del minuto que viene, olvidando el que acaba de pasar. Y en estas condiciones nos cae encima como un enojoso recordatorio el centenario de un escritor que tuvo su momento de gloria entre nosotros, que a muchos sirvió de estímulo y bandera, y al que, sin embargo, algunos han seguido leyendo a golpes. ¿Cómo reprochar que fuera combatiente y comprometido un escritor que conoció dos guerras mundiales, la civil española y varias emigraciones que parecían exilios, y que había concebido su vida como la de un testigo de Dios, de quien daba constante testimonio laico en medio de la lucha política y del combate intelectual?Es curioso que la ascendencia española de Georges Bernanos no haya sido todavía bien establecida. Nació en París hace ahora 100 años; su familia paterna era de la Lorena, pero llevaba sangre española en sus venas. Años después, desde octubre de 1934 hasta marzo de 1937 -años de República y del estallido de la guerra civil española-, residió en Mallorca, en la etapa de mayor fertilidad literaria de toda su vida. De allí salieron tres novelas, entre ellas su célebre Diario de un cura rural, premiada por la Academia Francesa y llevada al cine; terminó otra, empezó otra más y escribió y semipublicó en periódicos, y después perdió el manuscrito de su célebre panfleto Los grandes cementerios bajo la luna, que luego redactaría definitivamente para dar uno de los más estremecedores testimonios sobre la guerra civil española. ¡Qué cosecha para un tiempo tan escaso y repleto de tantos acontecimientos!

Intelectuales católicos

El franquismo tuvo mala suerte con los intelectuales católicos extranjeros. Siendo un movimiento profundamente creyente, la falta de asistencia de grandes escritores católicos de su tiempo, como François Mauriac (al lado de sus amigos nacionalistas vascos), Georges Bernanos (espantado por la represión franquista en Mallorca) o Jacques Maritain o Graham Greene, le resultó a la postre fatal. Y aún hay más. En la oposición interior al franquismo que fue surgiendo desde finales de los años cincuenta y durante todos los sesenta, y sobre todo en las filas de la Democracia Cristiana de Manuel Jiménez Fernández y después de Joaquín Ruiz-Giménez y la revista Cuadernos para el Diálogo, o en los seminarios de José Luis López Aranguren, la influencia de estos escritores fue fundamental para poder mantener su fe y su lucha por la libertad y la democracia conjuntamente. En la España de los cincuenta había estado efímeramente de moda lo que se llamó la novela católica, y se leyeron bastante los libros de Mauriac, Bernanos, Julien Green, Graham Greene o el filósofo Jacques Maritain. Fue entonces cuando muchos jóvenes españoles leímos Bajo el sol de Satán, La impostura, La alegría, Diario de un cura rural, Nueva historia de Mouchette o nos emocionamos con la obra teatral Diálogos de carmelitas.

Pero aquella moda fracasó, dado que sus principales protagonistas se negaron a seguirla. Bernanos ya estaba muerto, pero Mauriac dijo aquello de que él no era un novelista católico, sino un católico que escribía novelas, lo que era algo muy distinto. De aquellos años fue el Premio Nadal a la obra de Martín Descalzo La frontera de Dios, pero al final el movimiento desapareció y fue mirado con malos ojos por el sistema establecido, hasta el punto de que Martín Descalzo tuvo que firmar con seudónimo su siguiente novela. De todas formas, Bernanos sigue presente, ya que el año pasado se publicaba por vez primera en nuestro país su gran testimonio español Los grandes cementerios bajo la luna, del que me ocupé en estas mismas páginas.

La obra literaria de Bernanos se reduce a ocho novelas largas, tres cortas y una adaptación teatral, dejando de lado algunos relatos juveniles. Pero a ella hay que añadir otra docena de libros que recogen de todo, biografías, ensayos, panfletos esplendorosos y hasta una excepcional correspondencia, en los que el temblor, pasión y espectacularidad implacable de su estilo brillan con más intensidad a veces que en sus obras de ficción. ¿Ficción? Nunca parece ficción la literatura de Bernanos, que nos arrastra y compromete hasta la médula. En principio fue un joven de la derecha monárquica, comprometido con Maurras y los camelots du Roi -hasta estuvo cinco días en la cárcel por agitador-, educado en una profunda religiosidad que jamás abandonaría. Después fue periodista en los mismos medios conservadores, luchó en la guerra de 1914, se casó con una descendiente de la familia de santa Juana de Arco, fue inspector de seguros, hasta que el éxito de su primera novela le permitió vivir -mal- de la literatura. Emigró a Palma de Mallorca, donde la vida era más barata; después, a Brasil, y desde allí se comprometió en la segunda gran guerra con sus libros y artículos al lado de la Francia libre. Cuando terminó el conflicto, De Gaulle le llamó a su lado -"su puesto está entre nosotros"-; pero a su vuelta el general se había ido, Occidente y Francia le volvieron a desilusionar y marchó a Túnez, de donde regresó sólo para morir. Fue aficionado a la motocicleta -tuvo varios accidentes, que le dejaron medio inválido- y uno de los últimos representantes de la literatura de la energía.

Sacerdotes derrotados

Una energía profundamente comprometida con su cristianismo, desde luego, en una obra intensa, extraña y personal donde abundan figuras como los sacerdotes derrotados -o triunfadores incrédulos- y doncellas humilladas, donde se defiende a los niños -"escribo para justificarme ante el nido que fui"- y en la que busca sus adversarios precisamente entre las filas de los creyentes fariseos, de los burgueses de retaguardia, de los nacionalcatólicos y similares. De ahí su grandeza y su desgarramiento. De ahí también -y de su espíritu y pluma de teólogo y poeta- su actualidad, que nunca cesa.

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