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Tribuna:DESPUÉS DEL DÍA MUNDIAL DE LA ALIMENTACIÓN
Tribuna
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El desequilibio internacional de alimentos

La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estableció, desde 1981, que el día 16 de octubre se celebraría cada año el Día Mundial de la Alimentación en conmemoración de la fecha fundacional de la organización en 1945, hace ahora, pues, 42 años.La fecha permite centrar anualmente la atención sobre un aspecto específico de las preocupaciones de la FAO y, este año, el tema estelar es el de los pequeños agricultores de los países en desarrollo, que, a pesar de trabajar jornadas de 12 a 16 horas diarias, no llegan a obtener niveles de producción suficientes ni para su autoconsumo.

La preocupación por la suerte de tales pequeños agricultores no es nueva en la FAO, pues hay que recordar que ya la Conferencia Mundial sobre Reforma y Desarrollo Rural convocada por la organización en su sede de Roma en 1979 vio la aprobación de la Carta del Campesino en un documento de equilibrio entre lo que podríamos denominar la defensa de la dignidad humana y las necesidades de actuación para paliar algunas de las situaciones más penosas.

El tema de la agricultura y la alimentación ha perdido una parte de los tintes dramáticos que tuvo tras la II Guerra Mundial o en los años de crisis alimentaria mundial al inicio de los setenta. Es cierto que las estadísticas de la FAO apuntan la existencia de entre 500 y 800 millones de habitantes de la Tierra que sufren hambre al disponer de menos de 2.000 calorías diarias en su dieta alimenticia (en los países ricos los promedios están en 3.200), pero no es menos cierto que el Programa Mundial de Alimentos puesto en marcha desde 1963, el Sistema Mundial de Información y Alerta Alimentaria de 1976 y el Pacto Mundial de Seguridad Alimentaria de 1985 han mejorado en parte los tintes en que el problema del hambre se diseñaba unos años atrás.

En 1950 la población agrícola mundial se componía de unos 305 millones de personas en los países ricos y unos 1.300 millones en los países pobres. Desde entonces la población agraria en los países ricos no ha dejado de decrecer, situándose en estos momentos en poco más de 120 millones de habitantes que van a quedar reducidos a poco más de 70 millones a final de siglo y a unos 30 millones en el año 2025. En los países en desarrollo, en cambio, la población agraria ha ido aumentando en cifras absolutas, estando hoy cerca de los 2.200 millones y pensándose que llegará a 2.500 millones poco después del inicio del siglo XXI.

En ambos casos el peso relativo del empleo agrícola respecto al total va decreciento de forma más o menos rápida. En los países ricos el empleo agrícola suponía en 1950 el 37,7% del total mientras que hoy está en la cota del 10% y se espera va a Regar al 2% en el año 2025. En los países pobres se pasa del 81% al 62% y al 37%.

La reducción porcentual de la población dedicada a la agricultura es un hecho bien conocido por los economistas y por los sociólogos y se liga siempre a los procesos de desarrollo económico, a este desarrollo al que todos los pueblos tienen derecho según la resolución aprobada platónicamente por la Asamblea General de las Naciones Unidas en noviembre de 1986.

En paralelo a la disminución del peso relativo de la población agraria los aumentos de productividad y capitalización que se vienen produciendo en el sector primario han permitido aumentos importantes de producción en numerosos países.

A pesar de que las tres cuartas partes de las personas que sufren hambre en el mundo habitan en Asia y el Pacífico, algunos países de la zona -la India, por ejemplo- se han convertido en exportadores netos de alimentos cambiando algunos de los parámetros tradicionales característicos de la situación alimentaria mundial de años atrás.

En donde los aumentos de producción agraria han resultado relativamente más espectaculares ha sido, sin embargo, en los países más desarrollados como consecuencia, sobre todo, de las políticas de apoyo y subvención a la agricultura que se vienen practicando y que, según se ha puesto de relieve en recientes estudios del GATT y de la OCDE están alcanzando una significación difícilmente comprensible.

Los agricultores de los países desarrollados se han constituido en grupos de presión de enorme importancia y mayor alcance, por descontado, del que podría hacer pensar el decreciente número de personas ocupadas en la agricultura.

Consecuencia de ello es la política de subvenciones ligadas a la producción y no simplemente a la redistribución de rentas, que tanto la Comunidad Europea como Estados Unidos o el Japón vienen practicando y que ha dado pie a que en la mayoría de los países ricos se estén acumulando excedentes agrícolas a precios subvencionados que hacen caer los precios mundiales, desestimulan la producción de ciertos países subdesarrollados hasta hace poco exportadores y obligan a establecer un aislamiento progresivo del mercado doméstico del mundial con trabas a la importación y subsidios a las exportaciones.

La política de subvenciones agrícolas es criticada por casi todo el mundo pero el hambre en una parte del mundo sigue invitando a favorecer la producción a pesar de lo costoso de mantener los excedentes o de situarlos en países que los precisen para atender a su déficit alimenticio.

Estamos, por todo ello, en un momento agrícola internacional en el que el desequilibrio internacional de alimentos resulta bien palpable y en el que las cuestiones institucionales sobre soporte a la producción, ayuda alimentaria mundial y regulación del comercio internacional agrícola parecen consumir más esfuerzos analíticos que el problema del hambre en el mundo, que fue, mayormente, polarizador de inquietudes años atrás.

Francesc Granell es catedrático de Organización Internacional en la universidad de Barcelona.

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