Cine, idioma y nacionalidad
Esa problemática ya estalló con motivo de la primera convocatoria de tales premios de la Generalitat, en 1982, y que penalizó señaladamente a Vicente Aranda, hoy exiliado profesional en Madrid, en donde ha rodado su excelente Tiempo de silencio.Parece innecesario recordar que tanto la Constitución como el estatuto de autonomía reconocen la cooficialidad del castellano y del catalán en el Principado. Este reconocimiento jurídico no es más que el reflejo exacto de una realidad sociológica notoria, que puede constatarse paseando por las calles de Barcelona y que, lógicamente, nuestro cine debe reflejar. Por eso, jamás se me ocurriría negar que una película tan interesante como Ocaña, retrat intermitent (1978), de Ventura Pons- que registra una entrevista hablada en castellano-andaluz con el pintor y travestido Pepe Ocaña, sea una cinta catalana. Como lo es en bloque la obra de I. F. Iquino, quien en una época en que el grueso del cine madrileño producía películas pedigüeñas que imploraban subvenciones oficiales,- realizaba sus modestas películas comerciales de espaldas al Estado y de cara al mercado, en la más pura y arraigada tradición del tendero catalán. En este punto, las autoridades culturales vascas han sido más sensatas, y no se les ha ocurrido penalizar o discriminar las películas de Uribe, Olea, Ungría o Armendáriz porque estuvieran habladas en castellano.
Segregar o recortar las producciones nacionales de los cines europeos con argumentos de pureza étnica dejaría esquilmados al gran cine italiano y al gran cine francés. Recordemos que el norteamericano Orson Welles ha trabajado para la televisión francesa (Une histoire immortelle); el sueco Ingmar Bergman, para la industria alemana (Serpents egg),el franco-suizo Godard, para la televisión alemana (Vladimir et Rosa); el húngaro Miklós Jancsó, para la televisión estatal italiana (La ténica e il rito), etcétera. El criterio ha consistido en integrar, no en segregar, las aportaciones culturales de cualquier procedencia. El ejemplo más llamativo lo ofrece, claro está, Estados Unidos, donde las minorías hispanas han producido cine en español e incluso existen experiencias de cine navajo. Cuando estas cintas se exportan a festivales extranjeros se presentan con la etiqueta nacional de Estados Unidos, como ocurrió con el memorable ciclo de cine chicano que exhibió el Festival de Cine de Benalmádena hace unos años, o como ocurrió con la exhibición en España de El super, realizada por cubanos exiliados en Estados Unidos y hablada en su idioma, pero presentada con pabellón norteamericano. A nadie se le ocurriría negar al cine chicano o al cine navajo su condición de cine estadounidense, a pesar de que no estén hablados en inglés. Este criterio, de puro sentido común, constituye un criterio integrador y enriquecedor, en contraste con los criterios excluyentes basados en purismos lingüísticos que, en el caso de Cataluña, discriminan- por añadidura, a una de las dos lenguas oficiales.
Ya sé que éste es un viejo y aburrido contencioso ante el que se cuadran intransigentes quienes niegan, por ejemplo, a Juan Marsé la condición de novelista catalán. Si Juan Marsé o Luis Goytisolo no son escritores catalanes, sinceramente no sé de dónde serán., pues no son andaluces, ni gallegos, ni extremeños, ni de otras tierras peninsulares. Otra cuestión es que en las enciclopedias biográficas se quiera precisar puntillosamente que son " escritores catalanes de expresión castellana", lo que me parece correcto. En cualquier caso, estas segregaciones punitivas que padecemos en Cataluña algunos trabajadores intelectuales (a pesar de que la tradición política antifranquista estableció que "es catalán quien vive y trabaja en Cataluña") no afectan a pintores, músicos, arquitectos, diseñadores, fotógrafos, modistas, escultores o bailarines, aunque sean castellanohablantes militantes.
Para ser claros, los responsables del Departamento de Cultura de la Generalitat deberían dejar perfectamente claro que lo que pretenden con sus premios es la promoción lingüística (que es un objetivo muy respetable y encomiable, pero tarea de otra sección administrativa) y no la promoción del cine catalán en función de sus valores estéticos y cualitativos objetivos, ya que se le amputa de una porción significativa. Si se planteasen de este modo, las cosas estarían más claras. Pero aun así, habría que asumir sin equívocos que el cine catalán comprende desde la obra de Iquino a la de Antoni Ribas o de Jesús Garay, aunque ya no, por desgracia, la del Vicente Aranda de Tiempo de silencio.
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