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Érase y es Antonio El Magnífico

Érase una vez, y de ésto no hace muchos años, que nació en Sitges, lugar que no está mal, un niño pred ilecto de las hadas llamado Antonio Mingote Barrachina. La conjunción de astros, erisu día o quizá noche, fue copulativa, claro, y como en seguida se vio, mágica. Salió guapo el chaval, como lo atestiguan retratos antiguos y modernos.Pero sobre todo salió listo como él solo, inteligente como pocos hombres ilustres llegan a serlo y con una rara virtud combinatoria, al decir de los críticos y de los bienpensados: sabía decir las impertinencias con la bondad del arzobispo de Canterbury y con las delicadas maneras del Primer Lord del Almirantazgo. Porque ésa es otra (de las singularidades del encartado): que era y es inglés, el tío, pese a ser catalán, baturro en su fuero interno y ambos huevos y tan madrileño que hasta llegó, en una de sus múltiples -andanzas, a Guarda Mayor Honorario del Retiro.

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¿Que cómo llegó a reunir en sí mismo tales preseas y características? ¡Ah!, pues no lo sé, y además aún no he empezado a pormenorizarlas ni él es aún tan mayor que no le queden por lo menos otros muchísimos, merecidos dones y homenajes. Por lo pronto, su padre fue músico (eminente) y su madre no le iría a lá zaga (aunque en este momento, y con las prisas, sólo puedo ofrecer a esta señora mis respetos y mi gratitud, ofrecimientos para los que no es óbice mi despistada y subsanable en otras partes del periódico, falta de datos).

Porque yo no conozco la carta astral de Antonio Mingote ni soy lo que se dice un creyente acérrimo en los horóscopos pero que el día que nació Antonio, a alguien le tocó el gordo (a él; y a todos nosotros en repartidísimas participaciones), de eso no me cabe ni la más mínima ni la más máxima duda, y pongo este chiste para hermenéutica de comunes amigos y colegas.

Lo que sí conozco son sus prosas y sus palmeras de cartón, que no son papiroflexias de Unamuno ni decorados de teatro (que también ha hecho, y muy buenos). Aquellas palmeras eran una novela que él no ha reeditado, queyo sepa, porque aveces es más modesto que generoso, para jugar a la excepción de la regla y ser también, además de infinitas cosas, incunable, inencontrable, clásico y raro. Claro que para compensar, y para vestir de metáforas al mono desnudo, se escribió y dibujó una Historia del traje, que nunca pasará de moda.

Y luego, ya Adán cubierto y descubierta Eva, dio cima paso a paso, y con enorme sabiduría y paciencia, a una Historia de la Gente (nada menos), relato, farsa, melodrama o tragicomedia de mil y un capítulos, que, no contento con rematar e ilustrar, la reescribió hace poco, poniendo a cada muerto en su definitivo nicho y volviendo, a dibujar al personal completo de más de 30 siglos con todos sus ornamentos y arquitecturas y con más culos y tetas que cuando había censura, cosa que nunca nos cansaremos de agradecerle y por lo que otro día cualquiera ingresará también en la Academia de Bellas Artes de San Fernando.

(San Fernando asistirá al acto con bula pontíficía).

Porque de lo que se trata (para acabar el cuento felizmente y mientras mi casa se inunda por reventón de tubería y yo escribo tan alegre como un bañista de Mack Sennett y tan remojado como un,periscopio) es de decir que en el día de hoy (ayer,para el lector despistado) Antonio Mingóte fue elegido académico de la Real Española de la Lengua, que así, y de una buena vez, une en el mismo sillón texto e imagen, Cervantes y Gustavo Doré, humor serio y seriedad bienhumorada, en la persona irrepetible de Antonio Mingote, tan maestro, tan padre y tan amigo, que hasta me permite llevar el discipulado, dialécticamente y la provisional historia que aquí escribo por los vericuetos que me da la gana y él, como si con él no fuese, tan tranquilo.

(Al final se casó con Isabelíta y nos invitará a perdices en cuanto salga de estos líos).

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