El regreso de 'El Brujo'
La Unidad Penal 22 (U-22) de la policía federal argentina es un centro de detención de alta seguridad destinado a presos preventivos de particular importancia. Allí permanecieron hasta su primera sentencia los nueve triunviros de las tres primeras juntas militares; Mario Eduardo Firmenich, jefe de los montoneros, o el ex gobernador de Córdoba Obregón Cano, también ligado a dicha organización. José López Rega ocupa la misma celda que en su día habitó el teniente general Jorge Rafael Videla.Es una unidad de detención bastante cómoda. Los imputados pueden conservar sus efectos personales -incluidos cinturones, cordones para los zapatos o corbatas-, visten según su placer, se respeta el secreto de su correspondencia, circulan libremente por las salas comunes, escuchan la radio, ven la televisión, leen la Prensa y reciben a discreción visitas masculinas por las mañanas y femeninas por las tardes. La alimentación es abundante, rica, equilibrada, y la asistencia médica, permanente.
La guardia permanece en el interior, y a cualquier hora del día o de la noche se circula libremente por la vereda de su puerta sin ser molestado o advertir alguna protección especial en los aledaños.
Pero tanta discreción no se compadece con los alardes y los temores de la arribada a Buenos Aires de López Rega, el Hermano Ángel, el Brujo, el Rasputín Peronista, aspirante a tenor, experto en el candomblé y la macumba, de los ritos exotéricos del sincretismo brasilero, policía federal, cabo de la Fuerza y general en jefe de la misma, mucamo servil de la familia Perón en su exilio madrileño, secretario privado del matrimonio, suegro del presidente del Congreso y presidente provisional de la República Raúl Lastiri, ex ministro de Bienestar Social, ex embajador plenipotenciario, supuesto fundador y jefe de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) y gran deshacedor de vidas y haciendas durante la última Administración peronista.
Extradido desde Estados Unidos, regresó tras 11 años prófugo en un vuelo regular de la Eastern Airlines custodiado por dos policías de la Interpol y dos de sus ex camaradas de la policía federal.
Lopecito llegó envejecido y encorvado, sumiso y friolento, para introducirse en el furgón cerrado que le trasladó a la U-22. La caravana que recorría la autopista que une el aeropuerto de Eceiza con la capital federal retrotraía a los tiempos en los que el terror fue el señor de Buenos Aires: varios Ford Falcon sin matrícula y con dos antenas, con las ventanillas bajadas y repletos de hombres armados, el furgón, tanquetas, más Falcon, disparados a toda velocidad y penetrando al centro de la ciudad por calles y avenidas previamente cortadas al tráfico.
Llega reclamado por los tres jueces federales que le instruyen sus tres causas: fundación y dirección de la Triple A y comisión presuntamente probada de ocho asesinatos (juez Fernando Archimbal), manejo fraudulento de los fondos reservados de la presidencia de la República (juez Nestor Blondi) y peculado sobre las finanzas de la cruzada peronista de la solidaridad (juez Amelia Berraz).
Los ocho supuestos asesinatos por los que será juzgado en la primera causa podrían multiplicarse por 1.000, pero el proceso resultaría interminable y el juez Archimbal ha optado por los ocho sobre los que acumula mayores pruebas fehacientes. Además Aníbal Gordon, lugarteniente operativo de la Triple A, en prisión a la espera de su sentencia, ha declarado que su jefe era López Rega. Otros dos integrantes de la organización clandestina de extrema derecha, extradidos desde Suiza, han depuesto igualmente contra Lopecito.
Por las otras dos causas podría ser llamada a declarar la Señora, la ex presidenta Isabelita Martínez de Perón, aunque no sería necesaria su presencia fisica en Buenos Aires y bastaría un exhorto diplomático para que fuera indagada en nombre de la justicia argentina por jueces españoles.
Los argentinos, resultare como resultase el juicio, ya le han juzgado. Fue moralmente, cuando menos, el inspirador de la guerra sucia contra la izquierda peronista ya desde 1974, dos años antes del golpe militar de Videla, Massera y Agosti, quienes acaso adoptaron su metodología. Fue un hombre terrible no tanto por su capacidad para dominar las fuerzas del ocultismo y la hechicería como por su habilidad para organizar bandas armadas que hicieran desaparecer a las personas. Bajo su mando jamás el Ministerio de Bienestar Social aportó tan poco bienestar social al pueblo argentino.
Asociado de Lucio Gelli en la logia masónica Propaganda-2 (P-2), negociador personal con Muammar el Gaddafi de extraños contratos petroleros (Argentina se autoabastece de crudos), acabó abandonando el país bajo presión militar. Isabelita le llamó a su despacho y a lágrima viva le rogó que se marchara a España porque su vida corría peligro. Llegó a Madrid en el Tango 0-1, el avión de respeto de la presidenta, con un raro nombramiento de embajador plenipotenciario universal.
Habitó por un tiempo la quinta Diecisiete de Octubre, en Puerta de Hierro, y luego él mismo también desapareció. Se le supuso en Libia y se le llegó a localizar en Suiza, donde vivía con una pianista y compositora argentina de tercera categoría artística e intelectual, en el supuesto de que no exista una cuarta. Reapareció incomprensiblemente en Miami tras unas vacaciones en las Bahamas, intentando, por medio de su amiga, renovar su pasaporte argentino. Pareciera como si hubiera procurado ponerse preso o como si su deterioro senil y su diabetes avanzada hubieran fagocitado sus bufanescas habilidades de transmigrador de almas y resucitador de muertos. A Isabelita la acostaba sobre la momia de Eva Perón para que recibiera sus influjos.
Indefectiblemente, su proceso salpicará de bosta al peronismo, o al menos a una forma de entender y desarrollar el justicialismo que propició la resistible ascensión de delincuentes comunes como Lopecito. El caso es que aquí se tiene la certeza moral de que no es un loco, aunque ahora no sea más que un pobre viejo ancianado, sujeto a dieta blanda sin sal ni edulcorantes. Fue y es un canalla de ambiciones egoístas desmedidas que jamás reparó ni en la vida ni en el interés de sus semejantes. Sólo se le podría tener un adarme de respeto si se hubiera pegado un tiro, pero, como todos los asesinos, carece de valor.
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