Nicaragua, el imposible invasor
De la lucha contra la miseria a la enseñanza para dominar mejor las armas
La posibilidad de que Nicaragua invada a sus vecinos centroamericanos resulta verosímil si se la compara con fuegos de artificio lanzados por Estados Unidos. Un somero vistazo a la capacidad militar de este pequeño país basta para descartar esa hipótesis. En ningún caso, ni por número de hombres ni por la cantidad ni calidad del armamento, estaría en condiciones de asumir la ocupación de otros territorios, que cuentan además con la protección del gran aliado del Norte. Las reiteradas denuncias norteamericanas sobre esas intenciones inducen a interpretar que se trata más bien de serias advertencias para evitar una repetición del hecho cubano y disuadir a la Unión Soviética de hacerse presente en la zona.Uno de cada 40 adultos se dedica al oficio de la guerra en América Central. Los ejércitos se han multiplicado por cuatro en el último lustro; las guerrillas de cualquier bandera política suman ya más de 30.000 combatientes, y los arsenales bélicos han incorpordo la tecnología del viejo mundo, en agudo contraste con la miseria circundante. Este acelerado proceso de rearme, al que se han sacrificado no pocos programas sociales, ha servido tan sólo para confirmar que ningún país puede ganarle una guerra a su vecino si no es con el padrinazgo de Estados Unidos.La secretaría de Estado ha convertido la alarma ante el armamentismo nicaragüense en una costumbre diplomática. El Pentágono ha dramatizado recientemente el tono de sus periódicas denuncias con supuestos planes ofensivos del Ejército sandinista contra sus vecinos. En sus informes, conjuntos o por separado, se llega fatalmente a la conclusión de que Nicaragua ha acumulado un poder militar superior al de todos los demás ejércitos centroamericanos.
Paraguas de la dictaduraEl crecimiento militar de su país es algo que ni los propios nicaragüenses discuten. Somoza tenía un ejército de 7.000 hombres, y los sandinistas tienen no menos de 60.000 entre soldados regulares y fuerzas de seguridad. La Administración norteamericana parece olvidar, sin embargo, que el último paraguas de la dictadura somocista no era tanto su guardia nacional, como la voluntad de Washington de mantenerlo en el poder.
El Gobierno actual de Managua tiene que hacer frente, por el contrario, a la firme decisión norteamericana de combatirlo hasta la domesticación o el derrocamiento. En esas circunstancias, los sandinistas, que han hecho del antiimperialismo un dogma político, no encontraron otra salida que la de armarse hasta el extremo de hacer sumamente costosa a Washington una expedición punitiva.
En las negociaciones del Grupo de Contadora, uno de los temas calientes ha sido siempre el desarme. La búsqueda de "un equilibrio razonable" de fuerzas militares en Centroamérica resulta sumamente difícil cuando uno de sus Gobiernos, el de Nicaragua, argumenta que su guerra no es con ningún país de la región, sino con Estados Unidos, y exige que este factor sea tenido en cuenta mientras no varíe la política norteamericana. En el orden de las luchas irregulares, que se extienden a tres países de la región, cada Gobierno acostumbra denunciar intervenciones extranjeras, pero sólo el de Nicaragua no necesita probarla, ya que el Congreso de Estados Unidos aprobó públicamente una partida presupuestaria destinada a los guerrilleros antisandinistas, a quienes Reagan llama "luchadores de la libertad". Las denuncias contra Cuba y Nicaragua por su cooperación con las guerrillas izquierdistas de El Salvador y Guatemala se han repetido hasta el infinito, pero nunca se presentaron pruebas contundentes.
Los informes de la Administración norteamericana suelen relegar, por otra parte, a un plano marginal el crecimiento que han experimentado también en estos años los demás ejércitos de Centroamérica, con la salvedad de Costa Rica, caso único de un país desarmado en medio del volcán. El Salvador ha multiplicado por cuatro sus efectivos. Guatemala y Honduras los han duplicado, según el cálculo más conservador.
En conjunto suman unos 120.000 combatientes regulares.
Más cerca de la verdad puede estar el dato de que los blindados nicaragüenses no tienen réplica en la zona ni en número ni en calidad. Su fuerza aérea es, en cambio, tan frágil y anticuada -salvo las nuevas escuadrillas de helicópteros soviéticos- que ya no sirve siquiera para interceptar a los aviones de la insurgencia que cruzan su espacio aéreo en misiones de bombardeo y abastecimiento. Los derribos han sido hasta ahora obra de una artillería bien equipada, pero no de su aviación.
En el otro frente, Honduras dispone de una flota de 70 aviones, la mitad de ellos modernos, y más de 20 helicópteros. El Salvador añade a esta lista 60 aviones más, 25de los cuales operan en países más desarrollados, y un mínimo de 19 helicópteros que la fuerza aérea norteamericana mantiene aún en actividad. Guatemala agrega otros 16 aviones y 20 helicópteros. A esta fuerza aérea habría que sumar la continua presencia de aviones norteamericanos en la región.
De sostener hasta sus últimas consecuencias la teoría del Pentágono, podría darse una guerra irreal en la que los tanques y la infantería sandinista avanzasen sobre Tegucigalpa mientas Managua y las principales ciudades nicaragüenses quedan destruidas en su retaguardia por la aviación hondureña. Sólo en una novela del absurdo cabe imaginar un conflicto de estas características.
Dejando de lado el fanatismo político, los especialistas militares centroamericanos coinciden en que ningún país de la región puede declararle la guerra a otro más allá de las escaramuzas fronterizas. Con sus economías al borde del desastre, no podrían ni siquiera avituallar por más de una semana a su ejército en territorio enemigo. Carecen de petróleo para movilizarse por largo tiempo, y sus sistemas de comunicaciones cubren con dificultad los límites nacionales.
A la hora de lanzar un ataque sorpresa, el Ejército sandinista está, en cualquier caso, en inferioidad de condiciones ante sus vecinos, ya que su esquema militar, basado en el ejército de tierra, le obligaría a elegir la modalidad de una guerra de ocupación, para la que no tiene reservas económicas. Sus vecinos podrían, en cambio, lanzar a menor costo una ofensiva aérea y regresar a sus bases.
Ventajas definitivas
Se mire por donde se mire, la guerra en Centroamérica es imposible sin el tutelaje directo de Estados Unidos. También en esto los hipotéticos enemigos de los sandinistas cuentan con la ventaja definitiva de que en caso de conflicto, armado tendrían de su lado a los marines, mientras que Nicaragua es consciente de que la URSS no va a jugarse por ellos una guerra global, como no lo hicieron los norteamericanos por Afganistán.
Las denuncias de Washington, reales en lo que respecta al armamentismo nicaragüense, no son más que fuegos de artificio en cuanto, a los planes ofensivos de Managua. Detrás de eso no hay sino la voluntad de mantenerse en una zona de su exclusiva influencia, de la misma forma que Moscú no acepta interferencias en Polonia.
No se puede interpretar de otra forma el intento norteamericano, orquestado, por sus aliados regionales, de que el acta de paz de Ccntadora no prohíba la instalaci6n de bases extranjeras ni la realización de maniobras iternacionales. Estados Unidos sabe que la Unón Soviética no va a intentar ninuna de ambas cosas, por lo que ellos serían los únicos perjudicados.
El Grupo de Contadora ha visto, sin embargo, con acierto que la estrategia de la paz pasa por una retirada de las grandes potencias. En términos centroamericanos, el reequilbrio milir es aún posible a partir del convencimiento de que ningún país puede derrotar a su vecino
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