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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Más represión en Chile

LA DECLARACIÓN del estado de sitio en Chile significa, por parte del general Pinochet, el reconocimiento de que ha fracasado en su tentativa de crear la ilusión de que se estaba produciendo un progreso, aunque fuera lentamente, hacia la normalización política. El país rechaza la dictadura de manera cada vez más unánime y efectiva. Y ésta recurre, para mantenerse, a la violencia, a la utilización de la fuerza armada contra la población.Entre las situaciones excepcionales reguladas en la Constitución chilena de 1980, el estado de sitio es el de máxima represión; está previsto para los casos de guerra interior; Pinochet ha presentado un cuadro totalmente falsificado, para justificar las medidas adoptadas, como si tuviese que hacer frente casi a una insurrección, haciendo una amalgama interesada entre atentados sangrientos y manifestaciones populares, convocadas para expresar pacíficamente el repudio a la dictadura militar y la voluntad de democracia de la población. El estado de sitio había sido levantado en 1978 por el propio Pinochet, que pretendía entonces acallar las protestas populares con procedimientos menos represivos. Pero las medidas actuales no son simplemente un retorno al pasado. La dictadura está ahora más desgastada. Lo ocurrido con la dimisión primero, y a las pocas horas el retorno, de Onofre Jarpa al Ministerio del Interior (cargo que en el sistema chileno equivale al de jefe de Gobierno) es sumamente elocuente.

Es ahora dificil creer que hubo por parte de Jarpa una voluntad verdadera de abandonar el cargo. Todo indica que fue una operación concertada cuyo objetivo era poner de relieve la continuidad del equipo gubernamental, en el que sólo ha habido dos incorporaciones. No puede sorprender que Jarpa se haya prestado a esa operación poco digna, si se recuerda su historial. Pero ello no puede disimular los factores reales que figuran en el trasfondo de la nueva etapa abierta en Chile. En primer lugar, un proceso de crecientes manifestaciones populares en las que se ha expresado una voluntad amplísima de recuperar la democracia. En ese marco, y a pesar de obstáculos aún lamentables, una creciente coincidencia entre las, diversas agrupaciones de la oposición. Mención especial. merece la actitud de la Iglesia. Es sintomático que Jarpa, cuando anuncié su dimisión, pronto retirada, se quejó particularmente de la actitud de los obispos. Es cierto que éstos, con matices o contradicciones entre ellos, realizan una crítica cada vez más tajante de la represión de la dictadura. El enfrentamiento dictadura Iglesia se está acentuando. Lo confirma la reciente medida prohibiendo al jesuita español Ignacio Gutiérrez volver a su trabajo en Chile, medida contra la cual el Gobierno de Madrid ha presentado una enérgica pro testa.

La crisis del Gobierno chileno, por breve que haya sido, marca el fin de una pretendida e ilusoria apertura, cuyo inicio coincidió con la primera entrada de Sergio Onofre Jarpa en el Gobierno, en agosto de 1983. Éste inició en aquella época conversaciones con representantes de Alianza Democrática, el sector más moderado de la oposición, en particular con la Democracia Cristiana. Su objetivo era desenganchar a ese sector de las otras fuerzas democráticas, en particular de los socialistas y de los comunistas, que han considerado siempre que las movilizaciones de masas, las manifestaciones populares eran fundamentales para erosionar la dictadura y preparar una posibilidad de restablecimiento de la democracia. Jarpa presentó propuestas seductoras, que incluían hasta la convocatoria anticipada de elecciones. Pero muy pronto esas propuestas quedaron en nada. El propio Pinochet se ha encargado, en reiteradas ocasiones, de desmentir cualquier eventualidad de elecciones anticipadas. Por eso las conversaciones perdieron toda razón de ser. Y la evolución en el seno de la Democracia Cristiana ha sido hacia la concertación de un acuerdo de todas, las fuerzas democráticas.

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El nuevo Gobierno, blindado por un estado de sitio que incrementa en particular los poderes de los generales que mandan en las zonas militares, va a imponer medidas de represión aún más duras que hasta la fecha, y las primeras noticias de endurecimiento contra la Prensa ya sometida a la censura y de radicalización de la brutalidad del dictador llegan ya a las redacciones. Chile va a conocer momentos aún más difíciles. Pero ello no frenará el aislamiento del pinochetismo: más bien lo acentuará, incluso en el terreno internacional. La situación no puede ser eterna; el enfrentamiento de la Iglesia y de amplísimos sectores de la sociedad no pueden dejar de afectar a determinadas esferas militares del país. En el plano exterior, numerosos Gobiernos europeos, el español incluido, han expresado su protesta ante la represión. Incluso para EE UU, dada la evolución que se está produciendo en América Latina, el apoyo a Pinochet puede ser excesivamente costoso.

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