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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Innovación y desarrollo internacional: utopías y posibilidades

No hace falta decir "que inventen ellos", mantiene el autor. Ya lo hacen, hay que reconocerlo y aprovecharse cuantitativamente de ello. El esfuerzo de investigación y desarrollo español ha descendido desde la primera etapa de los años sesenta. Probablemente las patentes y licencias y un mercado interno en expansión fueron las causas de la renuncia voluntaria a la competitividad internacional y de la mengua del esfuerzo innovador.

España ocupa un revelador antepenúltimo puesto entre los países de la OCDE -delante de Finlandia y Grecia- en el esfuerzo de investigación y desarrollo (I+D), tanto en el porcentaje del producto interior bruto (PIB) destinado a ello como en la parte de población activa implicada en estos procesos.Un hecho menos conocido es que, analizando a nuestras mayores 500 empresas, ese esfuerzo de I+D, en términos relativos, era sensiblemente superior en el período 1960-1965 que en la actualidad. El fácil recurso a las patentes y licencias y un mercado interior en expansión fueron, posiblemente, causas de la mengua de ese esfuerzo innovador y de la voluntaria renuncia de gran parte de nuestras empresas -casi todas las que producen o venden bajo licencia de multinacionales- a la competitividad internacional.

Mientras la competitividad deba medirse tan sólo en costes y precios, estaremos siempre ante la amenaza de los países de mano deobra barata. Cuando la competitividad depende de esos factores, nos estamos refiriendo siempre a mercados maduros, saturados, donde la división internacional del trabajo es el medio de las multinacionales para mejorar su rentabilidad y penetración.

Lógicamente, nuestra productividad debe mejorar, y existe todo un reto de innovación en los procesos productivos. Pero si nos circunscribimos solamente a ello, la reconversión industrial requerirá de más ajustes a la vuelta de unos años, porque la economía transnacional nos empujará a un lugar más bajo en la división internacional del trabajo.

Y ello ocurrirá en la medida en que nuestra industria no salga de su ombligo y se fije en un mercadollamado mundo; mientras nuestro país se sustraiga al flujo de innovación y se limite a esperar su llegada, ya envasado y con marcas concretas.

Es evidente que hoy por hoy, y en muchos años, no se podrá mejorar ese esfuerzo de I+D, haciéndolo, a su vez, más productivo.

Estados Unidos a la cabeza

Es un hecho que en Estados Unidos es donde se produce el 75% de la innovación comercial, por el tamaño de su mercado, por los estímulos a los innovadores, por existencia de un sistema financiero adecuado, porque quizá sean más calvinistas que nosotros.

Japón, en términos relativos, realiza un esfuerzo de I+D que es la mitad del de Estados Unidos, y en términos absolutos es la quinta parte de aquél. Y, sin embargo, las empresas japonesas capitalizan (adaptan, producen y venden) cerca de un 30% de esa innovación nacida en EE UU. Luego veremos cómo.

En 1975 existían en EE UU 60.000 pequeñas empresas innovadoras (financiadas en régimen de capital-riesgo). Hoy hay más de 500.000. Gran parte de la reactivación de EE UU -que es una reactivación inicialmente selectiva y cualitativa- se está efectuando sobre el crecimiento de estas empresas. De los 10 millones de puestos de trabajo que allí se crearon en los últimos seis años, el 85% procede de estas empresas. De las 500 empresas independientes de mayor crecimiento, 375 tuvieron esa extracción.

En los próximos meses, 400 de esas nuevas empresas iniciarán el camino de su implantación en Europa, con un potencial, sólo con ellas, de 300.000 puestos de trabajo en un año y 500.000 en dos. ¿Qué ocurre con los productos nuevos cuando se logra introducirlos en el mercado? Que el factor precio, entre otras cosas, es secundario y se cambia de escala en la división del trabajo. ¿Qué les ocurre a esas pequeñas empresas innovadoras en su carrera contra la mortalidad infantil que aqueja a muchas de ellas? Que carecen de instalaciones industriales, de estructuras comerciales internacionales, de recursos para financiar su expansión. Normalmente piensan sólo en su mercado interior. La mayoría son, al principio y en esquema, un rudimentario laboratorio -el desarrollo se suele subcontratar-, una organización comercial y una oficina de producción que coordina la subcontratáción de la producción a otras empresas. Son, por tanto, proclives y vocacionales de los acuerdos; y combinaciones que les permitan acelerar su desarrollo, complementar sus potencialidades, y tienen lo que no tienen, en general, nuestras empresas: un producto nuevo para un mercado que conocen.

¿Qué hacen muchas empresas japonesas? Combinaciones. Acuerdos y combinaciones con estas empresas, reservándose con ello los derechos de producción y comercialización, al menos fuera de EE UU. También las adquieren, pero no es lo más frecuente.

De este modo absorben la innovación en su origen, se familiarizan con ella, la digieren, la producen y la proyectan progresivamente sobre todo el mundo. Mejoran también su autonomía para innovar sobre mercados exteriores.

Es una evidencia de realismo, reflexión, inteligencia e imaginación. "Aprovechar el impulso del contrario", reza el viejo aforismo del yudo. Pero para ello, según las viejas reglas, hay que estar abrazado a él, estudiándolo sin violencia, reconociendo su valor.

El aislamiento es la muerte

Japón ha sabido reconocer que su aislamiento es su muerte; que sólo una actitud transnacional podría permitirle desarrollarse y competir.

Nuestro país debe reconocer que es pequeño; que además es un país intermedio; que para salir de su letargo, para abrirse al mundo, debe buscar su apoyo en él; que sólo la sinergia, las combinaciones fructíferas con otros, pequeños también, pueden darle la masa crítica que precisa para realizar su enorme potencial (de nuestro potencial nadie duda). Ya hay hoy algunas empresas que empiezan a recorrer este camino intentando especializarse, buscar un hueco internacional, combinándose para aprovechar dsa enorme explosión innovadora, poniendo imaginación y reconociendo sus límites, pero sin limitar su ambición. Sin crear un auténtico flujo en esa dirección, se corre el riesgo de que un incremento del esfuerzo (público y privado) de I+D devenga más en inventos que en innovación.

Hay que estimular los esfuerzos de I+D autónomos. Pero también hay que estimularlos preferentemente combinados, porque no podemos innovar sobre mercados que no conocemos, porque necesitamos ahora ya los productos. Cuando se disponga de una tradición, de un flujo sensible en ese sentido, se habrá producido también una "elevación del nivel de las aguas" que permitirá que nuestro I+D se oriente sobre objetivos y especificaciones para un. mercado mundial. Y ello no se logrará con las grandes multinacionales. Porque además (causa o efecto, qué más da) se dispondrá de los canales para comercializarla. Esta vía precisa estímulo, acogida y sensibilización. Es una de las pocas -quizá la única- que le quedan a nuestro país para lograr un encaje digno en la economía mundial. No hace falta decir "que inventen ellos". El hecho es que ya lo hacen. Lo que hay que hacer es reconocerlo y aprovecharse creativamente de ello.

Pedro García Alarcó es economista y consultor.

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