Víctor Jara, un canto truncado
(...) El 26 de mayo (1973), desde su casa junto al mar en Isla Negra, a la que se había retirado debido a su mala salud, Neruda apareció en la televisión nacional. En el discurso que pronunció en el estadio luego de su regreso en diciembre, Neruda nos había recordado los horrores que el pueblo español padeció durante la guerra civil y advertido de que había algunos chilenos que querían arrastrar al país al mismo tipo de choque. "Tengo el deber poético, político y patriótico, de advertir a todo Chile de ese peligro inminente", había dicho (...)(...) Todo el movimiento cultural respondió a la llamada de Neruda. Se organizaron exposiciones y programas de televisión; en la plaza de la Constitución se celebró una maratón cultural al aire libre. Duró varios días y asistieron cientos de artistas, poetas, grupos de teatro y de danza, músicos y conjuntos musicales. Fue un gran acontecimiento antifascista que reunió a miles de personas y en todo el país se celebraron actos semejantes. Además de actuar como cantante, la contribución de Víctor consistió en dirigir para el canal nacional de televisión una serie de programas que versaban sobre un tema común: una advertencia, relacionando material documental sobre la Alemania nazi y la guerra civil española con la situación en Chile, para que la gente tomara conciencia del verdadero peligro de que "aquí y ahora" ocurriera lo mismo. Víctor había puesto música a uno de los últimos poemas de Neruda, titulado Aquí me quedo, que decía "No quiero ver a la patria dividida ni con siete cuchillos desangrada", y lo cantó como tema que marcaba el comienzo de cada programa (...)
JOAN JARA
TRIVES,
( ... )Entretanto, en el Washington Post habían comenzado a aparecer revelaciones sobre las actividades secretas de la CIA en Chile y sabíamos que debía de seguir en pie la conspiración contra Allende. Pero en el seno de la Unidad Popular misma existían cada vez más problemas: no había unidad de mando frente a los poderosos enemigos (...)
(...) Simultáneamente, la idea del diálogo se veía difícil, si no imposible. Costaba trabajo distinguir entre los dirigentes democristianos y los elementos realmente fascistas de la oposición. Daban la impresión de trabajar juntos, confabulados, y emplear los mismos métodos. Víctor y yo solíamos hablar de esa cuestión. Incluso a nivel personal o entre nuestros vecinos, resultaba casi imposible comunicarse con seres que sabíamos intentaban sabotear al Gobierno y cerrar la puerta a los progresos que se estaban haciendo por las mayorías postergadas; seres que llegarían a cualquier extremo con tal de aferrarse a sus comodidades y privilegios, incluso al extremo de conspirar con los fascistas (...)
(...) En respuesta a la creciente amenaza fascista, Víctor creó otra canción que resultaría profética. Uno de sus poetas favoritos era Miguel Hernández. Tenía sus obras completas y un ejemplar de la Biblia en su mesilla de noche, y fue en un verso de su poema Vientos del pueblo que Víctor basó su canción. Los arreglos los hizo con Inti-Illimani en las concentradas sesiones que realizaron en el taller de casa (...)
'La gente perdió el sentido del tiempo'
(...) Me llevó meses e incluso años ir atando cabos hasta reconstruir parte de lo que le ocurrió a Víctor durante la semana en que para mí estuvo desaparecido (...)
Cuando la mañana del 11 de septiembre llegó a la plaza Italia, Víctor se enteró de que el centro de Santiago estaba acordonado por los militares, por lo que giró hacia el sur por Vicuña McKenna y luego en dirección este por la avenida Matta, dando un amplio rodeo para llegar al campus de la universidad técnica, situado al otro lado de la ciudad (...)
Debió de llegar a la misma hora en que estaban bombardeando el palacio de La Moneda. Desde los edificios universitarios era posible ver los reactores Hawker Hunter y oír los proyectiles que estallaban al caer sobre La Moneda, donde Allende resistía; ver el humo que se elevaba de las ruinas del edificio, que se consumía en el incendio. Después, Víctor inquieto por nosotras, esperó su turno en una larga cola para llamarme por teléfono (...)
(...) Puesto que los primeros bandos militares aseguraban que quienes transitaran por las calles se exponían a ser abatidos por los disparos y que desde las primeras horas de la tarde entraría en vigor el toque de queda, el doctor Enrique Kerberg -rector de la universidad- negoció con los militares la autorización para que los encerrados en el edificio permanecieran allí toda la noche, por su propia seguridad, hasta que a la mañana siguiente se levantara el toque de queda. Eso fue lo acordado y se dieron órdenes para que todos permanecieran en el interior de los edificios de la universidad. Probablemente fue entonces cuando Víctor me telefoneó por segunda vez. No me dijo que el campus estaba rodeado de tanques y soldados (...)
(...) Una vez que los tanques entraron en el recinto universitario, los soldados procedieron a reunir a todos, incluido al rector, en un amplio patio que normalmente se utilizaba para practicar deportes. Obligaron a todos a echarse al suelo, con las manos en la nuca, golpeándolos con las culatas de los fusiles y dándoles de patadas. Víctor estaba con los demás y tal vez fue al salir del edificio cuando se quitó de encima el carné de identidad, con la esperanza de que no le reconocieran.
Luego de permanecer más de una hora en aquella posición, los hicieron formar en fila india y correr, con las manos siempre en la nuca, hasta el Estadio Chile, situado a seis manzanas de distancia. Por el camino los sometieron a insultos, patadas y golpes.
'Tú eres ese maldito cantante'
Cuando estaban formados a la puerta del estadio, Víctor fue reconocido por uno de los suboficiales. "Tú eres ese maldito cantante, ¿no?", dijo, al tiempo que golpeaba a Víctor en la cabeza, derribándolo, y a continuación pateándole el vientre y las costillas. Víctor fue separado del contigente mientras entraban en el edificio y destinado a una tribuna especial, reservada para detenidos importantes o peligrosos. Los amigos que le vieron desde lejos recuerdan la amplia sonrisa que les dirigió en medio del horror que estaban viviendo, una amplia sonrisa a pesar de que tenía la cara ensangrentada y una herida en la cabeza. Más tarde lo vieron ovillarse en los asientos, con las manos apretadas bajo las axilas, para protegerse del frío.
Es evidente que en algún momento de la mañana siguiente Víctor decidió tratar de abandonar su posición aislada y unirse a los otros presos. Otro testigo que aguardaba en el pasillo vio la siguiente escena: cuando Víctor empujó las puertas de vaivén para salir al pasillo, casi chocó con un oficial del ejército que parecía ser el segundo jefe del estadio. El militar había estado muy ocupado gritando órdenes por el micrófono y profiriendo amenazas. Era un hombre alto, rubio, bastante buen mozo y evidentemente disfrutaba con el papel que le habían asignado: se pavoneaba de un lado a otro. Algunos detenidos ya le habían apodado El Príncipe.
En el momento que Víctor casi tropezó con él, el oficial dio muestras de reconocerle, sonrió irónicamente, imitó el acto de tocar la guitarra, rio y a continuación le pasó rápidamente el dedo por el cuello. Víctor permaneció sereno e hizo algún gesto de respuesta, pero el oficial gritó: "¿Qué hace aquí este hijo de puta?". Llamó a los guardias que le acompañaban, y añadió: "No permitan que se mueva de aquí. Éste me lo reservo".
Después Víctor fue trasladado al sótano, donde se le ve fugazmente en un pasillo, el mismo en que con tanta frecuencia se había preparado para cantar, ahora cubierto de sangre y tumbado en un suelo cubierto de orina y excrementos.
Por la noche le devolvieron a la parte principal del estadio y le dejaron con los demás presos. Apenas podía caminar, tenía la cara y la cabeza ensangrentadas y amoratadas, al parecer le habían roto una costilla y le dolía el vientre, donde le habían pateado (...)
Al día siguiente, viernes 14 de septiembre, los presos fueron divididos en grupos de alrededor de 200, preparándolos para trasladarlos al Estadio Nacional. Fue en ese momento cuando Víctor, ligeramente recuperado, preguntó a sus amigos si alguien tenía lápiz y papel, y comenzó a escrib:ir su último poema (...)
Cuento con otras dos atisbas fugaces de Víctor en el estadio, dos testimonios más: un mensaje para mí transmitido por alguien que estuvo a su lado algunas horas en los camarines -convertidos en sala de tortura-, un mensaje de amor hacia sus hijas y hacia mí. Luego fue, una vez más, insultado y golpeado, en público; al borde de la histeria y perdido el dominio de sí, el oficial apodado El Príncipe le gritó: "¡Canta ahora si puedes, hijo de puta."'. Después de cuatro días de sufrimiento, la voz de Víctor sonó en el estadio para cantar un verso de Venceremos, el himno de la Unidad Popular. A continuación fue golpeado y evacuado arrastras para someterle a la última etapa de su agonía.
El estadio de boxeo se encuentra a pocos metros de la principal línea ferroviaria del Sur, que, al salir de Santiago, atraviesa el barrio obrero de San Miguel, siguiendo la tapia que limita con el cementerio metropolitano. Fue allí donde a primeras horas de la mañana del domingo 16 de septiembre los habitantes de la población encontraron seis cadáveres que yacían en ordenada fila. Todos presentaban espantosas heridas y habían sido baleados con metralletas. Observaron los rostros intentando reconocer los cadáveres y súbitamente una de las mujeres exclamó: "¡Este es Víctor Jara.!" (...)
(...) Desde allí el cuerpo de Víctor debió de ser trasladado al depósito municipal a título de cadáver anónimo, listo para desaparecer en una fosa común. Pero también fue reconocido por una de las personas que trabajaban allí.
Cuando más adelante me trajeron el texto del último poema de Víctor, supe que él quería dejar su testimonio, su único medio de resistir ahora al fascismo, de luchar por los derechos de los seres humanos y por la paz.
Somos cinco mil / en esta pequeña parte de la ciudad. / Somos cinco mil / ¿Cuántos seremos en total en las ciudades y en todo el país? Sólo aquí, / diez mil manos que siembran / y hacen andar las fábricas.
¡Cuánta humanidad / con hambre, frío, pánico, dolor, / presión moral, terror y locura!
Seis de los nuestros se perdieron / en el espacio de las estrellas.
Un muerto, un golpeado como jamás creí / se podría golpear a un ser humano. / Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores / uno saltando al vacío, / otro golpeándose la cabeza contra el muro, / pero todos con la mirada fija de la muerte./ ¡Qué espanto causa el rostro del fascismo! / Llevan a cabo sus planes con precisión artera / sin importarles nada. / La sangre para ellos son medallas. La matanza es acto de heroísmo. ¿Es éste el mundo que creaste, Dios mio? / ¿Para esto tus siete días de asombro y de trabajo? / En estas cuatro murallas sólo existe un número/ que no progresa, / que lentamente querrá más la muerte.
Pero de pronto me golpea la conciencia / y veo esta marea sin latido, / pero con el pulso de las máquinas / y los militares mostrando su rostro de matrona / lleno de dulzura.
¿Y México, Cuba y el mundo?
¡Que griten esta ignominia! Somos diez mil manos menos que no producen. / ¿Cuántos somos en toda la Patria? / La sangre del compañero Presidente / golpea más fuerte que bombas y metrallas. / Así golpeará nuestro puño nuevamente.
¡Canto, qué mal me sales / cuando tengo que cantar espanto! / Espanto como el que vivo / como el que muero, espanto. /De verme entre tanto y tantos / momentos del infinito / en que el silencio y el grito / son las metas de este canto. / Lo que veo nunca vi, /lo que he sentido y lo que siento/ hará brotar el momento...
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