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Visita a un campamento de fuerzas antisandinistas en Honduras

(NYT)Nicaragüenses que luchan por derrocar al Gobierno sandinista están operando, según todos los indicios, desde un campamento situado en las colinas que circundan el pueblo fronterizo hondureño de Matasano. La localidad, a la que fue trasladado este periodista por residentes locales, se encuentra en la provincia de El Paraíso, a kilómetro y medio de la polvorienta carretera que une la fronteriza Cifuentes con la principal ciudad de la zona, Danli. Se encuentra, en línea recta, a 12 kilómetros de la frontera con Nicaragua.El campamento está integrado por una docena de tiendas, que rodean un refugio lleno hasta los topes de cajas de madera conteniendo, según rezan las etiquetas, armamento fabricado en Estados Unidos, concretamente granadas de fragmentación y proyectiles de mortero.

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La localización del campamento es conocida por los soldados hondureños destinados en la zona y, según todos los indicios, funciona con su visto bueno.

Honduras insiste en negar la existencia de estos campamentos. La semana pasada el Gobierno aseguró que "es absolutamente falso que guerrillas antisandinistas posean bases en Honduras o hayan utilizado nuestro territorio para lanzar ataques contra el régimen del país vecino". En el mismo comunicado Honduras reiteró su oferta de someterse a "una supervisión internacional seria y justa para demostrar que en nuestro territorio no existen bandas armadas o facciosas hostiles a ningún país o Gobierno".

No obstante, dos soldados hondureños estacionados en las cercanías del campamento confirmaron que tanto ellos como sus compañeros sienten "una especie de hermandad" con los ocupantes del campamento, a los que describen como rebeldes antisandinistas, por lo que les están ayudando a obtener víveres y otras necesidades. Afirmaron no saber desde cuándo está funcionando el campamento, pero sí que y a existía cuando ellos fueron destinados a la zona, en diciembre.

Al ser preguntado la semana pasada sobre las acusaciones nicaragüenses de que Estados Unidos está ayudando a los rebeldes que intentan minar el Gobierno sandinista, el embajador, John Negroponte, afirmó: "No voy a comentar aquellas informaciones que hablan de nuestra relación con los antisandinistas". Negroponte no estaba disponible el domingo, y su segundo, Shepard Lowman, aseguró no estar "en absoluto en disposición de ayudarle en relación a ese tema". Las autoridades hondureñas tampoco respondieron al requerimiento del periodista.

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Para llegar al campamento desde la carretera, los visitantes han de abrir una cancela de madera y atravesar un prado en el que pastan vacas. Según los soldados y los habitantes de la localidad, el terreno es propiedad de una compañía lechera.

Según caía la tarde el sábado, un automóvil subió por el camino y fue interceptado por un hombre en traje de faena, armado con un rifle AK-47, de fabricación soviética, arma fácilmente asequible en el mercado negro, al igual que ocurre con otras norteamericanas.

Alrededor de 15 hombres y una mujer en traje de campaña, junto a otras personas de ambos sexos vestidos de civil, se movían en torno a la cabaña utilizada como depósito de municiones. Portaban diversas armas automáticas. En el porche, un lanzagranadas norteamericano M-79.

Los hombres se resistían a responder a las preguntas, alegando que su comandante no estaba. Que quizá no volviera en más de una semana. Al preguntarles su nacionalidad, uno aseguró: "Todos somos nicaragüenses". Aseguraron no haber participado en la revolución sandinista de 1979, ni a favor ni en contra, ni como miembros de la Guardia Nacional que comandaba el presidente Anastasio Somoza, posteriormente asesinado en Paraguay.

Soldados familiarizados con el campamento aseguran haberlo visitado cuando había en él más de cien rebeldes. Dispone de una antena de radio y de un generador eléctrico. Los hombres allí estacionados se negaron a facilitar sus nombres o el origen de sus armas.

Al parecer, existe al menos otro campamento similar funcionando y, según soldados hondureños, los otros que había han sido desmantelados y suponen que sus ocupantes se encuentran en el interior de Nicaragua. Numerosos testimonios de refugiados afirman que grupos antisandinistas les ayudaron a cruzar la frontera, acompañándoles y volviendo después a internarse en Nicaragua.

En uno de los cinco campos de refugiados en Jacaleapa, Alejandro Figueroa Cepeda, de 42 años, afirmó que rebeldes armados le escoltaron a él y otras 600 habitantes del pueblo de Los Encinos, en Jalapa.

"Estamos con los contras", explica. "Los sandinistas intentan evitar que la gente se vaya, por eso tuvimos que huir de noche. Anduvimos durante tres días y damos gracias a Dios por la protección que nos ofrecieron los contras".

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