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El Rey pide a los intelectuales "un esfuerzo para encontrar respuestas claras para una convivencia más justa"

Ayer entregó el Premio Cervanes a Octavio Paz

El Rey Don Juan Carlos pidió ayer a los intelectuales españoles "un esfuerzo de tan intenso carácter innovador como sea preciso para buscar en nuestras comunes raíces históricas respuestas claras, concretas y eficaces para una convivencia más justa, para una tarea común y generosa, capaz de colaborar en el logro de un bienestar exigido por la dignidad humana, para todos y cada uno de los habitantes de la Hispanidad y del mundo, para una ilusión de trabajo, de perfección y de mutuo respeto". Eran las palabras de cierre del acto solemne que los Reyes presidieron en el paraninfo de la vieja Universidad de Alcalá de Henares, y en el que Don Juan Carlos hizo entrega del premio Cervantes al poeta mexicano Octavio Paz.

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Además del premiado, que dictó una hermosa clase bajo el título La tradición liberal, intervino en el acto, al que asistió también el presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, y la ministra de Cultura Soledad Becerril."La libertad no es un sistema de explicación general del universo y del hombre", dijo Octavio Paz. "Tampoco es una filosofía: es un acto, a un tiempo irrevocable e instantáneo, que consiste en elegir una posibilidad entre otras". "Sin libertad", diría más tarde, "la democracia es despotismo; sin democracia, la libertad es una quimera'. El discurso del poeta galardonado, el primero del acto, dictado desde la hermosísima cátedra del paraninfo de la Universidad, estaba a caballo entre la literatura y la política.

En un tono que recordaba dulcemente al también premio Cervantes Jorge Luis Borges, Paz comenzó diciendo, en gratitud, que él era "apenas un episodio de la historia de nuestra literatura, la transitoria y fortuita encarnación de un momento de la lengua española". Y el premio, dijo, afirma cada año la realidad de nuestra literatura y nuestra lengua. Una realidad tan determinate para la historia como las ideologías, las clases, las estructuras económicas, si no más. "Al hablar", decía, "no lo hacemos únicamente con los que tenemos cerca: hablamos también con los muertos y con los que aún no nacen, con los árboles y las ciudades, los ríos y las ruinas, los animales y las cosas. Hablamos con el mundo animado y con el inanimado, con lo visible y con lo invisible. Hablamos con nostros mismos".

Defensa de la lengua

En la defensa de la lengua insistiría también la ministra de Cultura, Soledad Becerril, en un discurso que un académico alababa al director general del Libro como el de más alto nivel hasta el momento, entre los de sus colegas, y en actos semejantes. Y haría también Soledad Becerril una semblanza crítica de la biografía literaria de Octavio Paz en la que, siguiendo sus libros fundamentales, plasmaría la personalidad del escritor en sus características de lucidez sobre todo y talante democrático antes que nada. "Octavio Paz", terminaba diciendo la ministra, "es un claro ejemplo de esa búsqueda de identidad del hombre de nuestro tiempo y de su empeño por dotar a la existencia de una dimensión universalista; de esa convicción, también tan española, de que no es tanto el hallazgo de las soluciones como el reclamar el derecho a elegirlas y a llevarlas a cabo a nuestro modo lo que da sentido a la vida".

Pero Octavio Paz había dado ya un recorrido a su visión de la literatura, y también de ciertos aspectos de la idiosincrasia hispana, que ejemplarizaba en dos personajes de Galdós: el liberal Salvador Monsalud, y el guerrilero carlista Carlos Garrote. Las dos Españas machadianas, las dos Américas, hasta nuestros días, el símbolo cainita de los dos últimos siglos. "Descubrí entonces", decía, borgiano, "que a todos nos habita un adversario, y que combatirlo es combatir con nosotros mismos".

Aprendió "que una civilización no es una esencia inmóvil: es una sociedad habitada por la discordia y poseída por el deseo de restaurar la unidad, un espejo en el que al contemplarnos nos perdemos, y al perdernos, nos recobramos".

Fue la de Octavio Paz una lección magistral acerca de la libertad, en las que no olvidó las referencias directas y concretas a América Latina. "Ahora mismo, en los vastos espacios del continente americano, muchas naciones de nuestra lengua padecen bajo poderes inícuos". "Eri nuestro pasado -lo mismo el español que el hispanoamericano- existen usos, costumbres e instituciones que son manantial de libertad, a veces enterrados pero todavía vivos. Para que la libe:rtad arraigue entre nosotros deberíamos reconciliar estas antiguas tradiciones con el pensamiento político moderno. No es una tarea de piedad histórica", termiriaba, "sino de imaginación política".

Y con este punto enlazaba el discurso deI Rey, cuando pedía a los intelectuales fórmulas claras de convivencia en libertad, a encontrar en nuestras raíces comunes -porque Don Juan Carlos se dirigía desde la tribuna de Alcalá a todos los escritores e intelectuales de la lengua castellana común, aunque muy especialmente a los españoles- justo en unos momentos en que "nos es permitido y casi obligado ante un futuro incitante, mirar atrás para reflexionar, tanto sobre la tarea que nos espera como sobre la responsabilidad que el pasado ha puesto sobre nuestros hombros". Una vez más, Paz daba clave sabia al final ya de su discurso: vueltos los ojos a Cervantes, descubría en él al primer y verdadero liberal, gracias a la ironía. Con Cervantes, dice, "comienza la libertad. Y comienza con una sonrisa, no de placer, sino de sabiduría. El hombre es un ser precario, complejo, doble o triple, habitado por fantasmas, espoleado por sus apetitos, roido por el deseo: espectáculo prodigioso y lamentable. Cervantes sonríe: aprender a ser libre es aprender a sonreir".

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