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Tribuna
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Algunas lecciones de la crisis polaca

Francisco G. Basterra

La introducción de libertades en un sistema de socialismo real como el polaco no es posible, por lo que los países del Este no tienen alternativa y están condenados por la realidad geopolítica diseñada e impuesta en Yalta, en febrero de 1045, por Stalin, Roosevelt y Churchill. Esta es la principal lección que puede extraerse de la crisis de Polonia, un mes después de que el general Wojciech Jaruzelski tomara el poder en Varsovia, en la madrugada del pasado 13 de diciembre. Todas las demás reflexiones sobre esta crisis nacen de esta referencia histórica..El presidente francés, FranÇois Mitterrand, paladín de un nuevo socialismo atlantista, sólo pudo lamentarse de esta realidad al afirmar, hace unos días, que "todo lo que sea salir de Yalta es bueno, a condición de no confundir nunca los deseos con las realidades". El canciller germano occidental, Helmut Schmidt, verdadero rehén de los acontecimientos polacos debido a la posición geográfica de su país y a los intereses económicos de su comercio con el Este, fue mucho más claro y advirtió que cualquier intervención occidental que ponga en tela de juicio el reparto europeo surgido de la posguerra provocaría una guerra mundial.

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Un mes de crisis polaca

Casi medio siglo de acontecimientos internacionales, algunos de tanta importancia como el proceso de descolonización y la emergencia política del Tercer Mundo, no han servido para encontrar una fórmula sustitutiva a este reparto bipolar del mundo. Esto explica que Polonia sea un problema de las dos superpotencias -la Unión Soviética y Estados Unidos-, aunque la razón y la lógica hicieran deseable que fuera una cuestión europea. El hecho de que Polonia no sea Europa occidental ha hecho que, desde el primer momento, Moscú considerara lo sucedido como un asunto interno, y explica también la moderada reacción de los países de Europa occidental, buenos conocedores de las realidades geográficas.

Con lo ocurrido en Polonia, la URSS advierte también al conjunto de los países del Este, algunos de ellos, como Rumania, con síntomas de efervescencia interna, de la inutilidad de seguir los pasos polacos y de la intangibilidad de las fronteras políticas del Pacto de Varsovia. Polonia se suma así a los frustrados intentos de socialismo en libertad intentados en Hungría, en 1956, y Checoslovaquia, en 1968.

La aceptación de estas realidades ha hecho posible, en consecuencia, que el proceso de distensión pueda continuar, a pesar del golpe de Jaruzelski. Ayer se reanudaron en Ginebra las negociaciones soviético-norteamericanas sobre euromisiles; a finales de mes se encontrarán Haig y Groiniko, y Reagan se reunirá probablemente con Breznev antes de que finalice el año.

El fracaso del sistema comunista

El fracaso del sistema comunista es otra de las lecciones importantes de la crisis polaca. Solidaridad no actuó con prudencia, quizá no debió convertirse en un movimiento político dirigido a ocupar el poder, y muchos de sus líderes no tenían expenencia y cometieron tremendos errores de cálculo. Todo esto es verdad, pero también lo es que la situación estalló porque, en última instancia, el sistema comunista no tiene otra respuesta que la represión.Hay que decir que en Polonia no hay, ni posiblemente haya habido nunca, comunistas, sino una estructura burocrática de poder impuesta por la fuerza. Tampoco se puede hablar de contrarrevolucionarios al referirse a los miembros del sindicato independiente, ya que el sistema impuesto en 1947 a los polacos por el Ejército rojo nunca pudo considerarse revolucionario.

El POUP (partido comunista polaco) había demostrado con creces su incapacidad para mejorar el nivel de vida de los ciudadanos. Convertido en un instrumento de poder corrupto, se había ido desmoronando solo, y Solidaridad, desde agosto de 1980, únicamente iba ocupando el vacío dejado por el partido. Hasta que el Ejército, por primera vez en una sociedad comunista desde la revolución de octubre de 1917, tuvo que actuar para evitar el enterramiento definitivo de los comunistas polacos. Pero no porque se disolviera el Estado -como trató de justificar Jaruzelski-, sino porque se acababa el POUP. Con la intervención de los militares se rompe también el mito de la legitimación del ejercicio del poder comunista sobre Polonia.

La crisis polaca ha puesto también en evidencia otro fracaso: el de la respuesta a la misma de los países occidentales, y ha resaltado las diferentes percepciones de la realidad intemacional que separan a Europa de Estados Unidos. Washington ha decidido hacer pagar a Moscú lo ocurrido en Polonia adoptando una serie de sanciones, que muy posiblemente, por no ser universales, al no ser seguidas por los europeos, no sirvan para nada.

Europa tiene razón

Tras incontables presiones sobre sus aliados, Reagan ha conseguido una sola cosa: que Europa acepte que Rusia es culpable de lo sucedido en Varsovia, pero sin que este reconocimiento llegue hasta el punto de sumarse a las represalias norteamericanas. Algo es algo. En contra de la opinión de bastantes progres políticos, la culpa del golpe de Jaruzelski no la tiene Reagan (EE UU puede apuntarse, eso sí, otras responsabilidades: en Turquía, en el Cono Sur americano, en Centroamérica...; pero no esta).Es posible que Europa tenga razón en su actitud y esta moderación sea necesaria para salvar lo poco que aún pueda quedar del proceso de distensión. Pero en esta postura también puede ocultarse el miedo de una Europa occidental -en crisis económica, sin líderes, sin ideas y sin una defensa propia- a acabar finlandizada.

Este miedo puede detectarse en Moscú, para quien la crisis polaca es una nueva oportunidad para dividir a los europeos y ampliar la brecha que les separa de Estados Unidos.

Para Washington, esta es una buena oportunidad para forzar la cohesión de la OTAN, neutralizar el pacifismo creciente en el Viejo Continente y las tendencias neutralistas que pueden aflorar, sobre todo, en la República Federal de Alemania.

La dura respuesta norteamericana debe entenderse desde la óptica política de una superpotencia. Se trata de advertir a Moscú de que EE UU sólo mantendrá el diálogo abierto desde una postura de fuerza. Y hasta el momento parece que Breznev entiende este lenguaje.

Para concluir, una última reflexión sobre los sucesos polacos. Jaruzelski no ha dado un golpe blando. No hay golpes de Estado blandos. Aunque cuantitativamente la represión de Solidaridad no arroja un balance' abultado de muertos -al parecer, no superarían la cifra de doce-, los militares comunistas han detenido a miles de personas y han acabado con las libertades que disfrutaron los polacos durante dieciséis meses. Un mes después del golpe, Polonia continúa viviendo bajo la ley marcial los internados siguen en la cárcel: las fronteras permanecen cerradas y Jaruzelski, al igual que hizo antes del 13 de diciembre, busca una solución polaca mediante la negociación con la Iglesia y, si es posible, de nuevo con Solidaridad.

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