Los mundiales
Encuentro a José María García en un pasillo de TVE. Viene a denunciar por la pantalla que los jugadores españoles no tenían agua caliente para ducharse. Me parece muy bien y está en lo suyo, pero la crítica de los Mundiales es una crítica mundial que nos concierne a todos, que se vuelve contra todos.Me visitan pálidas argentinas rubias, me llegan cartas argentinas de caligrafía insegura, periódicos de impresión dramática: se trata ahora,por ejemplo, de la compañera de Juan Martín Guevara, que sólo por serlo -y mientras él está protegido por su propio nombre-, paga y sufre con su familia un dolor silencioso por encima del cual se ha levantado el ruido visual de los Mundiales.
Se llama Viviana, tiene veintitantos años, estudia arquitectura. Ahora está amenazada de muerte, y a medida que Guevara va siendo indultado por la presión de las campanas internacionales, hay un torpe y torvo rencor que se vuelve contra ella, víctima callada que no conmueve al mundo. Sus padres fueron secuestrados en mayo del 71 y aún no han aparecido.
Yo comprendo que lo de las duchas calientes es importante para los futbolistas, José María (a mí una ducha de agua fría puede matarme, y de hecho me ducho con bufanda). Pero hay otro tipo de duchas para la higiene del pueblo argentino, propiciadas por Videla, y así hasta que lleguemos a las duchas de gas que se sacó Hitler, que todo es cuestión de perfeccionar la voluntad de la patria. Admiro mucho tu trabajo, José María, y si se denunciase en todo como tú de nuncias en fútbol, este país tendría que duchar se todos los días.
Los Mundiales han sido un soporte publici tario para la dictadura argentina, no nos en ganemos, y todas las democracias de la Tierra han contribuido a formar ese soporte, como todas contribuyeron durante mucho tiempo a mantener a Franco bajo palio.
Continuamente se producen repudios internacionales y formalistas de la Junta Militar argentina, pero los Mundiales han supuesto un consenso del que, sin duda, todos somos culpables a los ojos de las víctimas de la dictadura, a los ojos de Viviana, enamorada. y aterrorizada. Ustedes verán.
«¿Qué va a pasar con el Mundial?», se preguntaban los argentinos del exilio antes de que empezase el rollo televisívo. Nada, no ha pasado nada, salvo que los jugadores españoles no todos los días tenían -mecachis- agua caliente para ducharse. Hay que arreglar la grifería, llamar al plomero, Videla, ché.
Se habló en Holanda y otros países de boicotear los Mundiales, pero nuevos bancos extranjeros siguen asentándose camastronamente en Argentina, con peso y posaderas de oro bien digerido y freudianamente transformado en heces. Estados Unidos vende armas a Argentina. Es ejecutado el alto funcionario Padilla, la Iglesia eleva documentos, como siempre, y el pueblo madrileño de Fuencarral grita «Videla, asesino». Manuel Lacarta escribe poemas de rejas, hay ya un cine antimperialista, las Cortes españolas condenan la violación de los derechos esos humanos en Argentina y, llegado el momento de los Mundiales, todos hemos estado allí como un solo hincha, poniendo en nuestra vida una pausa siniestra de vacación sombría, o encerrándonos a oscuras con el televisor, como para pecar en solitario. Esa calavera que alguien ha incrustado con ingenio en el logotipo de los Mundiales, en lugar del balón, es otro reduccionismo que, pese a su buena voluntad, deja en chiste visual a la Historia, apuñalada por la espalda.
Ya somos en España una democracia europea, pues, como las democracias europeas, sabemos hacer el doble juego de comprometernos/ descomprometernos en las fiestas negras de las dictaduras. El fútbol, que reduce el nivel mental de cualquier espectador a un mínimo de actividad -por eso es relajante e hipnótico-, sirve también para hipostasiar con su épica incruenta la épica levemente emotiva de las mujeres americanas torturadas con perros feroces. Lástima que las duchas de nuestros futbolistas estaban un poco frías, hombre.
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