El Kremlin no se resigna
Una semana después del lanzamiento de la bomba de Tiempos Nuevos contra Santiago Carrillo, el primer balance del conflicto nos presenta al secretario general del PCE como vencedor absoluto. No sólo la vieja guardia del partido, incluida Pasionaria, no ha respondido a la llamada de los soviéticos, sino que el conjunto del comité central, en un gran impulso de solidaridad, ha cerrado filas en torno a Carillo. La discusión sobre los resultados de las elecciones, que podía haber sido dura e incluso peligrosa para el líder del PCE, ha quedado relegada a un segundo plano, si no totalmente escamoteada anla necesidad de hacer frente al humillante ataque de los soviéticos. Carrillo les ha respondido inmediatamente, y sus espectaculares declaraciones contra «esos señores (de Moscú) que continúan considerándose como el Santo Oficio» le han valido titulares en toda la prensa mundial. Por añadidura, su libro sobre Eurocomunismo y Estado ha quedado convertido en un Best-seller internacional, constantemente citado. Los capítulos que consagra al Estado y a la sociedad soviéticos forman desde ahora el centro de una polémica que la URSS quería evitar y que los comunistas de Francia e Italia no parecían dispuestos a abordar de modo inmediato. Así es como gracias a Tiempos Nuevos, el PC más pequeño entre los partidos eurocomunistas se encuentra situado a su cabeza y convertido en el primer protagonista de una ruptura histórica entre los PC de Europa Occidental y el país de la revolúción de octubre.A la vista del giro de los acontecimientos, algunos creen que los soviéticos han subestimado simplemente «el orgullo y el sentido de la dignidad de los españoles», cualidades sobre,las que Carrillo insistió también en su rueda de prensa del último lunes. Otros pretenden que Moscú estaba mal informado sobre la relación de fuerzas en el interior del PCE y por tal motivo hajugado mal sus potenciales cartas contra Carrillo. Sin embargo, el movimiento comunista internacional ha conocido en el curso de los últimos treinta años varios cismas importantes y todo lo que se dice hoy, a propósito de los «errores» de Brejnev, se decía ya en 1948 sobre Stalin, tras su ruptura con Tito y al comienzo de los años 60, a propósito de Kruschev por la escisión con Pekín. Cada vez que los soviéticos han subestimado la capacidad de resistencia de los partidos comunistas del extranjero cada vez sus acusaciones -demasiado maniqueas y falaces- han sido publicadas por los partidos incriminados como pruebas manifiestas de su mala fe.
Reflejos condicionados
Carrillo acaba de anunciar que enviará a todos los comunistas españoles el texto de la revista Tiempos Nuevos, con su respuesta desafiando a los soviéticos a que ellos publiquen también este intercambio de puntos de vista. Pero Tito en 1948 hizo ya la misma propuesta a Stalin y después el propio Mao en 1963 no se contentó solamente en hacer pública su polémica con Kruschev: publicó en China las Obras completas de este último. Evidentemente, los escenarios de las grandes rupturas en el movimiento comunista se parecen hasta en sus más mínimos detalles y esto es lo que inspira una primera pregunta. ¿Por qué los dirigentes de la URSS, de Stalin a Brejnev, pasando por Kruschev, reaccionan contra los potenciales disidentes con la misma torpeza? ¿Por qué el Kremlin carece de esa mínima memoria histórica que le permitiría extraer las lecciones de sus pasados errores, en lugar de repetirlos mecánicamente como si se tratara de reflejos condicionados? Por lo general, se piensa que en el origen de esta conducta de los soviéticos está en primer lugar la megalomanía rusa. Efectiva mente, en 1948 Stalin declaraba a sus colaboradores que le bastaría con levantar el dedo meñique para que Tito cayera. En 1960 Kruschev se vanagloriaba de poder provocar la caída de MaoTse-tung, retirando brutalmente los técnicos soviéticos de China. En 1977 Brejnev ha imaginado para castigar a Santiago Carrillo que le bastaría utilizar los recur sos sentimentales de Dolores Ibárruri evocando en la revista Tiempos Nuevos los campos de batalla de Asturias y las trincheras de Stalingrado. Como en los casos precedentes, esta operación se ha fundado en una doble convicción de los soviéticos. Por un lado creen que la aureola soviética de la URSS sigue brillando como siempre entre los militantes co munistas del extranjero. Después, piensan que los partidos comunistas son como sus hijos, que todo se lo deben, y que sólo los dirigentes «ingratos» o desviados pueden negar esta deuda histórica hacia Moscú. En todos los textos soviéticos, se trate de su polémica con Yugoslavia o con Albania, o con la China, o la de hoy con el PCE, se encuentra siempre sin excepción la evoca ción de la revolución de octubre y de Stalingrado, y casi siempre, en el caso de partidos comunistas en el poder, del recuerdo en largos párrafos de la ayuda militar y económica que la URSS concede a los países concernidos.
Un partido padre
Eso es precisamente lo que los chinos definieron como un comportamiento a la manera de un «partido pobre». Según ellos, la Unión Soviética siempre ha comprendido unilateralmente las relaciones políticas y las ayudas con los partidos comunistas del extranjero: contabiliza solamente la ayuda que proporciona, olvidando por completo la que ha recibido de ellos. Ciegos por sus pretendidos «derechos exteriores» los soviéticos nunca han sido capaces, según los chinos, de concebir sus relaciones con los otros partidos a un nivel de igualdad, y todavía menos de tolerar que esos partidos comunistas se propongan realizar sus propias experiencias socialistas, susceptibles de llegar a ser más seductoras y originales que la de la URSS. El hecho es que, tanto hoy como ayer, la iniciativa de la rúptura ha venido de la URSS y que Moscú ha sido siempre el primero en precipitar los acontecimientos y hacer imposile una cohabitación conflictiva entre su partido y un partido comunista verdaderamente independiente. Desde este punto de vista, los datos históricos son formales y el caso español no hace otra cosa que confirmar una regla ya demasiado antigua.
Fachada ideológica
Pero más allá de las constataciones históricas y sicológicas nos podemos preguntar qué objetivos políticos persiguen los dirigentes de Moscú arrojándose a tumba abierta en empresas anti-heréticas que jamás triunfan. Ciertamente, Fernando Claudín tiene razón al afirmar en el diario EL PAIS que los hombres del Kremlin no pueden prescindir del movimiento obrero internacional, porque sin él estarían privados de esta fachada ideológica que les es imprescindible para justificar en su propio país su legitimidad en el Poder.
Pero, por otra parte, la experiencia histórica demuestra que la Unión Soviética, tras la ruptura con un partido comunista extranjero, nunca ha sido capaz de poner en marcha, tanto en el país de que se trate, como en el exilio, un partido concurrente mínimamente presentable. Esto no ha sucedido nunca, ni siquiera en la época de Stalin, con un partido yugoslavo anti Tito, ni en la de Kruschev, con un partido chino anti Mao, o con un partido albanés pro soviético. Tales operaciones nunca han funcionado en el pasado y puede dudarse de que hoy Brejnev pueda implantar en España, Italia o Francia, bajo la bandera del pro sovietismo, movimientos capaces de sobrepasar el nivel de grupúsculos insignificantes. En lo que se refiere a España, Brejnev lanzó ya desde 1.970 la operación Líster, que pudo constatar con toda rapidez que no fue rentable: demostró, en definitiva, hasta qué punto los militantes hacían oídos sordos frente a la voz de «este verdadero partido comunista es-pañol».
Me parece, en estas condicio- nes, que Brejnev y los suyos están resignados a no ser reconocidos, como comunistas, más que por los partidos comunistas de su bloque y cierto número de partidos, por lo general muy débiles, tal vez con la excepción de Portugal, pero que bastarían para dar la impresión de que el movimiento obrero sigue fiel a Moscú. En verdad no se trataría más que de apariencias que no se apoyan en ninguna realidad seria, y que desde luego no permiten desarrollar la más mínima actividad política «revolucionaria» a escala internacional. Pero, sin duda, Brejnev prefiere esta solución, poco gloriosa, en lugar de afrontar el debate sobre la naturaleza del socialismo soviético o en lugar de tener que garantizar, de cerca o de lejos, partidos comunistas independientes y sus ceptibles de tomar iniciativas que contrariasen la política interna cional de la URSS. Después de todo, el fundamento ideológico que une a los comunistas al po der, sin hablar de los comunistas del extranjero, han llegado a ser muy difusos y muy poco sólidos. Son las relaciones de fuerza, esto es, el poderío militar soviético, las que garantizan el predominio de Brejnev en su terreno y no sus proclamaciones doctrinales que nadie, ni en Varsovia ni en Budapest, ni siquiera en Praga, toma en serio. De la misma manera, la política de colaboración con Es tados Unidos, aun siendo conflictiva, ha restado toda credibilidad a las profesiones de fe «de izquierdas» del dirigente del Kremlin. A partir de ahora es gracias a sus relaciones de interlocutor privilegiado con las potencias capitalistas por lo que se sienten más seguros de sí mismos y no temen que su poder sea puesto en entredicho eficazmente en el interior mismo de su sociedad. Por no aparecer totalmente desnudos desde el punto de vista ideológico se contentarán con «una hoja de parra» comunista que les proporcionará el búlgaro Jivkov, el portugués Cunhal y al gunos dirigentes de partidos minúsculos de América latina. Además, al leer la sorprendente declaración de Francois Mitterrand, quien no cree en diferencias fundamentales entre comunistas soviéticos y españoles, nos podemos interrogar sobre si algunos partidos socialistas no presentan ya su candidatura para establecer a su vez una relación preferente con la potente Unión Soviética. Estarían contentos por partida doble si pudieran certificar que la Unión Soviética es comunista, si esto les viniera bien en sus combates contra los partidos comunistas de sus propios países, y si mañana cuando estén en el Gobierno les puede proporcionar dividendos en el terreno diplomático.
De todas formas, como la Unión Soviética no puedejugar a la vez el papel de superpotencia, y de protagonista de las luchas socialistas en el mundo, ha elegido desde hace tiempo la prioridad de su interés nacional. El conflicto con Carrillo y con los otros eurocomunistas (que todavía esperan ganar tiempo bajo el fuego cruzado entre el Kremlin y la calle Castelló) no ha servido en definitiva más que para adelantar la hora de la verdad, que pronto o tarde estallará.
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