Carmen, la cigarrera de Sevilla que se convirtió en mito universal
La coincidencia de tres aniversarios en torno a uno de los personajes femeninos más relevantes de la cultura popular invita a revisitar a las primeras mujeres trabajadoras del siglo XIX


“Sabrá, señor, que hay de 400 a 500 mujeres empleadas en la fábrica. Son las que lían los cigarros en una gran sala, donde los hombres no entran sin un permiso del Veinticuatro, porque cuando hace calor, se aligeran de ropa, sobre todo las jóvenes. A la hora en que las obreras vuelven después de comer, muchos jóvenes van a verlas pasar y se las dicen de todos los colores”. Así describe Prosper Mérimée en su novela Carmen, publicada el 1 de octubre de 1845 en la Revue des Deux Mondes (Revista de los dos mundos), el entorno del que surge este personaje convertido hoy en un arquetipo universal de la mujer española.
Carmen, la gitana cigarrera, la mujer empoderada, dueña de sus pasiones y de su destino, nace del vientre de la Sevilla industrial del siglo XIX, en las galerías de la primera fábrica de tabacos de Europa, para convertirse con el paso de los años en un mito. Para unos, un personaje femenino diabólico en su capacidad de seducción; para otros, un referente obligatorio en la construcción de la imagen de la mujer libre; y todo ello partiendo de un relato breve de no más de cien páginas. Todo un logro: hacer de Carmen un personaje arrasador, una de las primeras mujeres que, además, no está al servicio del personaje masculino, sino que maneja los hilos de la historia como desencadenante de la acción.
¿Pero hasta qué punto es necesario que Carmen sea una cigarrera en la fábrica de tabacos de Sevilla para la configuración del personaje novelesco, primero, y en consecución, del mito universal? Es la pregunta que sobrevuela la celebración de los tres aniversarios que coinciden en 2025 en torno a la femme fatale española creada por el viajero romántico francés: la de personaje literario, al que dio vida Mérimée hace 180 años (1845); la de protagonista de la ópera de Georges Bizet, hace 150, en 1875, y la de la mujer luchadora y obrera, trabajadora de la Fábrica de Tabacos de Sevilla, que retrató el pintor sevillano Gonzalo Bilbao en el óleo Las Cigarreras hace 110 años (1915) y que se expone estos días como pieza destacada en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. “¿Es Carmen un producto de Mérimée, cobró vida gracias a la reelaboración musical de Bizet o debe su existencia al marco que la inspiró?”, se pregunta también el profesor de literatura Alberto González Troyano en su volumen sobre los mitos sevillanos Don Juan, Fígaro, Carmen (Fundación José Manuel Lara, 2007).

“Es necesario que Carmen tenga como protagonista a una mujer libre, que dispone de su tiempo, de su libertad trabajando, fuera de una vida matrimonial”, explica el profesor en una conversación mantenida en el interior de la antigua fábrica de tabacos de Sevilla: “Esa aparición de Carmen con Merimée, que luego en el caso de Bizet queda más pintoresca, es porque realmente necesita una mujer que se esté valiendo de sí misma y en ese momento lo más ideal para cumplir esa función es que fuera cigarrera, una mujer que viene ya pudiendo decir sí o no, con este me voy, con el otro no, que ya tiene una disponibilidad erótico-amorosa, como quieras llamarlo, una mujer que dependía de un trabajo y no de un marido”.
Ciertamente, las cigarreras, hasta 6.000 obreras desde 1860 trabajando juntas en la Fábrica de Tabacos de Sevilla, fueron un ejemplo de sororidad y lucha obrera, con una fuerte presencia en las huelgas. Fueron de las primeras mujeres que consiguieron tener horas de lactancia y una cuna en el trabajo para sus hijos. “Así las describen personajes como el viajero norteamericano Severn Teackle Wallis, que relata en su libro Glimpses of Spain un viaje a Sevilla que le coincide con un momento de grandes revueltas derivadas de la subida del precio del pan ante la escasez de trigo. La calle está tomada, hay muchísima tensión, hay huelgas, y en un momento dado, Wallis observa que los obreros se dirigen a la fábrica de tabaco, sacan a las cigarreras y las ponen delante a modo de escudo. Ellas están siempre en la lucha obrera”. Así lo relata la profesora de la Universidad de Sevilla Rocío Plaza, investigadora en los proyectos Imagen de Andalucía en Europa e Identidad y construcción cultural de Andalucía. Para Plaza, existe una relación también muy importante para elaborar el mito que es “la relación entre la mujer y el tabaco. Una de las imágenes que se construye de la mujer española es fumando, hay muchos cuadros donde las españolas aparecen con un cigarro y eso viene por la cigarrera. Las mujeres fuman como un símbolo de libertad”.

Esta imagen realista es la que precisamente se recoge en el lienzo de Gonzalo Bilbao Las cigarreras. Lejos de centrarse en el tópico romántico de la Carmen transgresora, el pintor sevillano las retrató en este cuadro monumental en sus verdaderas condiciones de trabajo: “La aparente amabilidad de la escena retratada en primer plano del cuadro, en la que una cigarrera amamanta a su hijo ante la mirada de sus compañeras, refleja la triste realidad de una situación de falta de conciliación familiar y laboral”, explica la historiadora y conservadora del Museo de Bellas Artes de Sevilla, Lourdes Páez. La denuncia de esta situación se acentúa en el gran formato del lienzo (305 x 402 cm), “propio de las grandes pinturas de historia, otorgándole así un carácter épico, con un aire velazqueño que recuerda a Las hilanderas”, explica la conservadora.
Exhibido en la Exposición Nacional de Bellas Artes celebrada en Madrid en la primavera de 1915, contra todo pronóstico, y a pesar de la enorme expectación que había levantado entre los críticos especialistas y el público generalista, el cuadro no obtuvo la Medalla de Oro. La reacción de los sevillanos no se hizo esperar. A su regreso a la ciudad, la sociedad sevillana organizó una batería de actos “de desagravio” al entender que había sido injustamente privado del máximo reconocimiento. Entre ellos, destaca el multitudinario recibimiento a su llegada en la estación de tren, al que acudieron “un grupo de cigarreras, muchas de las cuales habían sido modelos del pintor para esta obra”, explica Valme Muñoz, directora de la pinacoteca sevillana.

También hay un realismo patente en la novela de Merimée, según aseguran los profesores González Troyano y Plaza. El escritor francés tuvo en Sevilla un guía de excepción, el escritor Serafín Estébanez Calderón; a lo que se suma su relación con los condes de Teba, padres de Eugenia de Montijo, que a la postre sería esposa de Napoleón III. “En la novela se observa que Merimée tiene un conocimiento muy minucioso de Sevilla, es un escritor que está muy bien informado, da detalles verdaderamente sorprendentes para alguien que no es de aquí”, subraya Rocío Plaza.
No ocurre lo mismo con la Carmen de George Bizet, estrenada sin éxito en París en 1875. “La historia de la ópera está muy despegada de la realidad sevillana, realmente se está alimentando de la construcción de la imagen de España que desde 1830 se está produciendo en Francia, una imagen que vive sola y que desemboca en una Carmen con muy poquita toma de tierra”, insiste la profesora.

Aquí coincide con Luis Montiel, director de Patrimonio de la Universidad de Sevilla, y que hoy custodia el imponente archivo fotográfico y documental de la histórica Fábrica de Tabacos de la ciudad: “De la novela a la ópera, en apenas treinta años, el referente deja de ser la cigarrera obrera, bella pero sin recursos, a una mujer inspirada en los modelos de la corte y vestida a la usanza de las majas y no de las cigarreras”.
Sin embargo, aquí nace el mito. A pesar del fracaso en la capital francesa, la ópera se estrena en Viena unos meses después. Allí Nieztsche aplaude la “superficialidad profunda” de la obra, como recuerda Alberto González Troyano, y en 1904 ya había llegado en París a la representación mil. “La Carmen de Bizet es hoy la ópera más representada en el mundo y cuando un personaje se interpreta a través de la música, le otorgas una capacidad de llegar a la gente que la literatura no consigue”, reconoce el profesor.

Esta versión lírica romantizada ha tardado casi un siglo en ser digerida por los ambientes intelectuales y moralizantes de España. “La respuesta siempre ha sido de ambivalencia. Estás orgulloso del mito, pero no quieres admitir las cualidades sociales y humanas que ese mito transmite. Ha habido que esperar todo este tiempo para que el personaje funcione. Podríamos pensar que es después de la muerte de Franco, en un periodo en que ya la mujer empieza a desempeñar otro papel”, reflexiona González Troyano.
“Es un personaje maldito hasta cierto punto”, apostilla Rocío Plaza: “No te tienes que identificar con él, pero sí comprenderlo”. O en las palabras de Luis Montiel: “Los mitos, si lo son, no perdonan, desbordan y sobrepasan cualquier frontera. No tienen un fin moral, ni pedagógico, ni político, es más bien un modo de ordenar la realidad, y con el de Carmen lo que se hace es reconocer la opresión histórica de la mujer, en un momento en el que las reivindicaciones feministas empezaban a expandirse de los salones burgueses a las calles”.

Para recordar esta conexión entre la lírica, la literatura y la pintura, el Museo de Bellas Artes de Sevilla, en colaboración con el Teatro Maestranza, va a desarrollar a lo largo de 2025 un programa de actividades musicales y artísticas que celebrarán el 150 aniversario de la ópera Carmen de Georges Bizet (con funciones del 13 al 21 de junio) y los 110 del lienzo Las cigarreras. Entre ellas, están previstas varias charlas musicadas, así como recorridos por los escenarios naturales de la ópera.
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