Ebbaba Hameida, periodista: “Descubrir que mi madre fue bombardeada con napalm fue doloroso”
La periodista de origen saharaui publica su primera novela, ‘Flores de papel’, en la que relata la historia del conflicto del Sáhara Occidental desde el punto de vista de tres generaciones de mujeres, cuyos personajes están construidos desde la vida real de la autora, su madre y su abuela
Ebbaba Hameida (Hagunia, 32 años) nació en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf, en Argelia, pero se crio entre Italia, adonde llegó de niña para mejorar su salud y se topó por primera vez con el racismo, y en España, donde reside. Crecer “entre dos mundos opuestos” y vivir con un sinfín de contradicciones internas ha marcado su vida. Miles de veces se ha preguntado quién es: ¿una hija del desierto y el exilio, o una urbanita con un estilo de vida europeo? Y no en menos ocasiones se ha cuestionado por qué ella ha gozado de las comodidades materiales que le brindaba el norte, mientas su familia biológica carecía de ellas. Empujada por lo que ella llama “el síndrome de la oportunidad”, ha aprovechado diligentemente cualquiera que se le ofreciera. Estudió periodismo, se doctoró después y, desde 2018, trabaja en RTVE. Como informadora ha cubierto la guerra en Ucrania, las elecciones en Irán o los efectos del cambio climático en Somalia, pero nunca el conflicto del Sáhara. “No sería objetiva, me une un vínculo emocional”, explica en una cafetería de Madrid. De su tierra habla en opiniones o relatos en primera persona, aclara. Y ahora también en su primera novela, Flores de papel (Península), donde narra la historia de tres generaciones de mujeres saharauis muy distintas y, sin embargo, atravesadas por un mismo conflicto. A su primera entrevista de promoción acude preparada. “Que se me vean los pendientes de África”, pide al fotógrafo.
Pregunta. La novela es una ficción, pero tiene mucho de real y autobiográfico.
Respuesta. Es un desnudo emocional y un recorrido por la historia del Sáhara. Me he dejado la piel y la he escrito con el corazón en la mano. Es la historia de mi abuela, de mi madre y la mía. Son tres personajes completamente distintos, pero les une la guerra, el exilio forzado, el haber sido arrancadas de su raíz. Al final, he descubierto que tenía mucho en común con mi madre y mi abuela.
P. ¿Qué tiene en común con Aisha, la niña saharaui del libro?
R. Aisha tiene mucho de mí, aunque está escrito en segunda persona. Como ella, me crie entre Italia y España, y con una crisis de identidad casi crónica hasta hace poco. De hecho, la idea de escribir el libro surgió cuando quise intentar entender quién soy, de dónde vengo y el impacto que tiene el vivir entre dos mundos que chocan, con familias completamente opuestas, con valores, culturas y estilos de vida muy distintos. Cuando empecé a trabajar, con mi primer sueldo, comencé a ir a terapia para encontrarme y resolver esta crisis. Después de un proceso de años, la terapeuta me dijo que, como me gustaba escribir, me contase mi propia historia, la niña que fui. Y así empieza el libro: mirándome al espejo y contándome a mí misma mi infancia, todo lo que he vivido y cómo he ido navegando entre el mar y el desierto. Y allí me encuentro.
P. ¿Necesitaba relatar a su madre y abuela para conocerse a sí misma?
R. Como mujer proveniente de un contexto cultural conservador, diferente al de donde vivo, sentía una cierta rabia hacia mi madre y mi abuela, por cómo me educaron, por sus exigencias de la mujer que yo tenía que ser, una buena mujer saharaui. Escribir sobre ellas, rebuscar en su historia e intentar meterme en su pellejo, ha sido un ejercicio de empatía. Venía de escribir otras guerras por mi trabajo: la de Ucrania, la realidad de Somalia, el conflicto en Gaza. Y descubrir que mi madre fue bombardeada con napalm y fósforo blanco fue muy difícil. Me di cuenta de que había otra guerra que yo tenía que contar. Ahora, cuando vuelvo al Sáhara, vuelvo siendo la mujer que yo soy: muy de aquí, más que de allí. Pero puedo mirar con distancia, abrazar esa raíz y hacerla parte de mí.
P. ¿Ha cambiado también su visión de los campamentos?
R. Durante muchos años he idealizado el lugar de mi infancia, la libertad que el desierto me dio de pequeña, esos colchones de arena, el no tener peligro de jugar… Pero a medida que he ido creciendo he ido descubriendo también su crudeza. En el Sáhara puedes imaginar el mundo que quieres, ciudades, rascacielos, el agua, pero ese mundo no es real, es inalcanzable. Volver es bonito para mí desde un punto de vista egoísta; luego, regresar de allí es más difícil. En ocasiones he vuelto a España con mucho sentimiento de culpa, preguntándome por qué yo tengo de todo desde el punto de vista material, por qué yo estoy aquí, y ellos allí. Aprendes a convivir con eso también.
P. ¿Qué parte ha sido la más dolorosa de rememorar?
R. La de mi infancia. Hubo capítulos que escribí, expulsé, y que luego no fui capaz de volver a leer.
P. Con la novela, ¿cierra heridas o recupera la memoria?
R. Sano mis heridas personales. Soy otra. Con este libro cierro un ciclo de crisis de identidad. Pero también cumplo con mi responsabilidad y mi conciencia de no dejar de lado a los míos. Desgraciadamente, el pueblo saharaui ha sido condenado al olvido. Soy periodista y entrevisto constantemente a otras personas en las que encuentro la historia de mi propia gente. Nunca olvidaré mi primera conversación con menores no acompañados; inevitablemente me recordaban a mi hermano, que ha crecido en un campo de refugiados y de pequeño estaba deseando salir de allí. Ese relato ha quedado relegado. El del Sáhara es un conflicto que sigue vivo, desterrarlo en el desierto no es una solución. Vivir en el país que está traicionando a tu gente es una contradicción muy grande. En un intento de evitar ser cómplice de este silencio, sentía que lo que tenía que hacer es escribir sobre ello.
Hay muchas cosas que no saben ni mis amigos íntimos; contarlas es un ejercicio de reconciliación conmigo misma”
P. ¿Le gustaría que el libro tuviese repercusión política?
R. Ojalá lo leyese Pedro Sánchez, comprendería cosas que ahora no entiende. Es imperdonable lo que ha hecho. Me gustaría que no se mire a otro lado. Hablo como española, porque tengo DNI español y vivo aquí. No podemos abandonar a su suerte a todo un pueblo del que somos responsables. Ahora que hablamos tanto de memoria, de la Transición, ahora que se cumplen 50 años de la de la muerte de Franco; nosotros somos parte de la memoria e historia de este país. Y no se puede llevar a cabo una amnesia, un borrado; los saharauis seguiremos estando ahí.
P. En Flores de papel trata sobre la identidad y la historia, pero también de mujeres.
R. Hablo mucho de la maternidad. Aisha busca constantemente a su madre, ha sido arrancada muy pronto de su regazo e intenta aceptar a otras madres. He querido ponerme en el lugar de esas otras madres, con sus dudas por la acogida y la adopción. Y también de la real. Yo tenía un nexo con mi madre biológica muy fuerte, pero es verdad que no ha estado en momentos clave; por ejemplo, para recoger unas buenas notas o celebrar mis cumpleaños. Y no se lo podía reprochar, tenía que ponerme en su lugar y entender cómo se puede dejar marchar a una hija. La novela me ha obligado a sentarme con ella y preguntarle muchas cosas, incluso por su sexualidad, por temas que son tabús. Ella nunca me habló de los bombardeos, ni de su primera noche de boda. Y no lo habría hecho nunca si no llega a ser por este libro.
P. ¿Hay algo que nunca hubiera contado antes?
R. Aisha vive en una sociedad que la rechaza, en un liceo italiano en el que le dicen todos los días que “Italia es para los italianos y no para los extranjeros de mierda”, porque es una niña con el pelo rizado, piel morena y que nada tiene que ver con las adolescentes italianas, que tienen novios y hablan de sexo. A la vez tiene una familia en el Sahara que le pide que sea una niña respetable, que no mantenga relaciones fuera del matrimonio, que salvaguarde el honor de la familia. Así que se inventa un novio para contentar a la familia italiana, que vean que está integrada, y sentirse en paz con la familia saharaui, porque no es real. Estas son las otras guerras, más sutiles: tener que integrarte, querer ser una más.
P. Que ha vivido usted...
R. Sí. Me inventé un novio. Literal. Es muy duro sufrir bullying. Sobrevivir a todo esto no ha sido fácil. Hay muchas cosas que no saben ni mis amigos íntimos. Contarlas es un ejercicio de reconciliación conmigo misma y decirme: “Mira todo lo que has vivido, quiérete, no pasa nada, no te avergüences”.
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