Marta Nieto: “Anteponer siempre a tu hijo sobre ti es la mejor manera para fracasar como madre”
La actriz, de 42 años, debuta como directora y guionista en ‘La mitad de Ana’, una película donde interpreta a la progenitora de una niña trans que se cuestiona su vida y su identidad al mismo tiempo que su hija
Nos vemos el 7 de enero, primer día laborable después de Reyes, pero, como los colegios aún están cerrados, la entrevistada se presenta a la cita con su hijo, León, de 13 años, un chavalote en plena preadolescencia que saluda, educadísimo, y se sienta a merendar en una mesa cercana mientras su madre habla de su vida y obra. Nieto está nerviosa ante el estreno de su primera película como directora, pero la defiende con pasión, no exenta de realismo, porque ha decidido que, de tenerlas, sean los demás quienes le pongan las pegas. “Vengo criticada de casa”, confiesa, mirando a los ojos y te la crees de todas, todas. Al marcharme, le pregunto a León si ha visto la película de su madre, y si le ha gustado, y me responde, socarrón: “Claro. Ahora te digo que me ha parecido un tostón, ¿te imaginas?”, ante las risas de ella. Se nota que, todavía, hablan el mismo idioma.
En 2019 fue premiada en Venecia por Madre, película dirigida por su entonces pareja, Rodrigo Sorogoyen. Ahora, debuta como guionista y directora con la historia de una madre con un niño trans. Parece usted la madre de España.
Con Madre se alinearon las estrellas. Entonces, yo tenía necesidad de asumir un papel complejo, donde tuviera cosas que contar como actriz y, como ya era madre, me sentí preparada para aceptar la historia, que era durísima. Cuando empecé a escribir cine, quería ver a mujeres haciendo cosas, y me dije: ponte a hacerlas tú. Me reconocí en la pulsión de contar algo que me atraviesa: la maternidad, que es una explosión de emociones, no todas buenas, y ha salido esta peli. Pero, vamos, mis papeles de madre son dos, y he hecho muchos más.
O sea, que sabe de lo que escribe.
Claro: en el cine hablo de mí, de mis dolores, de mis emociones. Yo fui esa Ana de la película: precaria, frustrada, sobreviviendo a la vida, habiendo olvidado lo que realmente le gusta hacer. Todo eso me resuena. En mi caso, mi relación con mi hijo es muy intensa. Yo quería ser muy buena madre, entonces, anteponía siempre al niño a mí y ese, en mi opinión, es el mejor camino de fracasar como madre, o en el intento de ser buena. Si quieres que tu hijo esté bien, primero estás tú. Cuanto mejor estés tú, mejor está él. Porque, si no sabes vivir, no sabes disfrutar, no sabes generar espacios sanos para ti misma, ¿qué le estás enseñando?
Y eso empieza desde la lactancia.
Totalmente: para mí, la lactancia no fue idílica. En la maternidad hay algo todo el tiempo que estás queriendo hacer, o que se espera que hagas, que a veces va en contra de ti, y, si lo haces, o no lo haces, te cuestionas o se te cuestiona.
¿Por qué le interesó el tema de la infancia trans?
Cuando empecé a escribir, hace cinco años, no había Ley trans, no se había escrito la película 20.000 especies de abejas, no había todo lo que se ve ahora. Me apasiona desde siempre el tema de la identidad. También tiene que ver con la búsqueda de la mía. Siendo honesta: me ha costado mucho entenderme y reconocer qué y quién soy, entre lo que dicen de mí y lo que yo siento. Eso, en determinadas fases de mi vida, ha sido un tormento. Entonces, ese espejo de identidades entre una madre rota, que no sabe por dónde le da el aire, y un niño que quiere explorar su identidad, me parecía muy rico.
¿Me permite una pregunta íntima? ¿Tuvo depresión posparto?
Sí. Tuve una cesárea. Después me enteré de que, como no hay contracciones, se produce un desequilibrio hormonal, y que muchas de las mujeres que se someten a ella acaban con depresión posparto. Eso nadie te lo cuenta, y te sientes mala madre, te sientes culpable, acusas toda esa narrativa de las obligaciones y de los deberes emocionales, no solo físicos, que se espera de las madres. Es durísimo.
Su hijo está aquí al lado. ¿Habla con él de esto con naturalidad?
Sí, yo le involucro en mi vida, no sé qué entiende y qué no, tampoco le pregunto. Forma parte de mi vida. Lo tuve con 29-30 años, mis amigos han tenido hijos más tarde. Entonces, él ha crecido con muchos adultos alrededor hablando de las cosas que nos interesaban. Para mí la maternidad fue un cambio radical. León es mi maestro, porque no ha tenido más remedio que serlo. Cuando lo tuve era una niña y he aprendido con él a ser mujer, a hacer lo que realmente me gusta, no tanto por él, sino con él, para darle un buen ejemplo de vida.
¿Niña, con 30 años? ¿Con cuántos años la tuvo su madre?
Con 25. Pero yo, con 30, no era madura. Soy de Murcia, quería ser actriz, estaba en Madrid trabajando y haciendo mi vida desde un lugar muy bohemio, y, de repente, la vida te baja a la tierra y te pone frente a las dificultades de conciliación. En una ciudad que no es la mía, con una red de amigos increíble, pero que no son su padre ni su madre.
En su película casi duele la soledad de esa madre separada.
Bueno, yo la he vivido. Hay una Ana que resuena en Marta. Forma parte de lo que soy, la maternidad es un espacio riquísimo, pero durísimo. El padre de León ha estado presente, a su manera. Pero yo tengo una vocación, que no he podido soltar ni en tiempos de crisis, y, a la vez, el mandato interno y externo de hacerlo todo por el niño, y todo perfecto. He vivido esa especie de cóctel molotov de ser madre y actriz. Ana, en la película, logra cambiar el punto de vista, que es lo que he hecho yo, no hace tanto. La responsabilidad de las cosas siempre es del 50-50. Cuando hay dos personas involucradas en algo, asumir esto es muy sano y te genera mucha fuerza y libertad. Saber que te puedes reconciliar con lo que pasó. No es perdón, es reconciliación. Es decir: vamos a otra cosa y así puedo poner mi energía en lo que viene y no quedarme atrapada en el cabreo.
Esa madre también es una mujer con deseo y anhelos. ¿Enseñarlos aún es revolucionario?
Es que pareciera que te puedes esconder de todo y todos bajo el traje de madre. En realidad, lo que pasa es que estar ahí, agobiada, asfixiada bajo ese traje, oculta que eres muchas otras cosas y necesitas espacio para ellas. Ser buena madre también es ser poliédrica y poder dedicar tu vida a los espacios que lo merecen. Esta ola de mujeres contándonos a nosotras mismas genera estas maternidades, que parecen nuevas y raras, y no lo son. Cada madre es diferente, y ahora que tenemos voces para contarnos, salen esas madres rotas, cojas, mancas, tuertas, y alguna divina, claro, pero reales.
¿Cómo seleccionó a Noa Álvarez, la niña que hace de Son, su hijo trans en el filme?
Lo primero que ocurrió fue una cosa tremenda. Publicamos un anuncio buscando niños y niñas justo cuando se estaba tramitando la Ley trans y sufrimos una campaña brutal de bullying. Y luego pasó otra: los niños trans que vinieron se abrían tanto al interpretar las vivencias traumáticas del personaje, que eran las suyas de cada día, que me sentí incapaz de trabajar con su propio dolor. No soy psicóloga, concibo la actuación como un juego, y no me sentía capaz de lidiar con eso y arriesgarme a provocar daño. Hasta que llegó Noa, como un meteorito. Es una niña actriz, y, desde el juego, fue capaz de entender e interpretar situaciones dolorosas y salir luego del set tan feliz.
¿Tanto dolor vio en los niños trans? ¿Imagina ser, de verdad, madre de uno?
No quieres ver sufrir a quien quieres. Y las herramientas del sistema están para eso. Respecto a la película: yo no estaba haciendo un documental, no quería documentar hechos. Lo mío son las herramientas de la ficción. Entonces, no quise abrir una caja que no sabía cerrar, por el bien del niño. Le dimos muchas vueltas a abordar, o no, el tema de la medicalización de los niños y niñas trans, y decidimos elegir a un personaje aún muy niño y dejarlo que explorara su identidad, sin empujarlo ni limitarlo. El lema de la película es: “iremos viendo”. Para lo demás, ya está el marco de la ley, que, como todas, es mejorable, pero con la que concuerdo.
En la película, Ana le da de comer a su hijo un bocadillo de tomate frito porque no tiene dinero para otra cosa. Eso es difícil de inventarse. ¿Los ha comido usted?
Claro que los he comido. Y pan solo. Y he tenido cinco euros en el banco. Eso forma parte de esa vida en Madrid en determinados ambientes de la que te hablaba. Una gran ciudad, hostil, sin redes, en las que estás como un hámster, de rueda en rueda. Yo, en una época, me puse a dar clases de yoga para sobrevivir. Yo he querido no querer ser actriz, pero no he podido. Me moría de tristeza, y todavía me pasa, cuando no estoy haciendo algo que me desafíe con gente que me inspira. Estoy pocha. Yo misma me riño y me digo, “Marta, concéntrate en lo que tienes y agradécelo”, pero hay algo de droga en los procesos creativos, una energía muy concreta, esa búsqueda, esa intención, como mantener una llama viva, que es adictivo. No me quejo. Tengo mucha suerte, me va muy bien, pero, cuando no lo tengo, hay una sensación de desamparo. Es como si mi eje vital fuera la interpretación.
Y ahora, ¿se gusta como actriz siendo directora?
Te voy a contar algo: la primera película que hice fue El camino de los ingleses, con Antonio Banderas. Éramos todos chavales, y, cuando la vimos en el cine, yo salí llorando diciendo, ¿esa es mi cara, ese es mi cuerpo, ese es mi culo? Es muy duro reconocerse en según qué momentos, y, para mí, lo fue. El proceso ha sido largo, pero ahora me pongo de mi parte. No me pienso criticar, no me miro el grano, no me miro las arrugas, no me miro la papada.
De hecho, sale despeinada y sin gota de maquillaje.
Y me ponen manchas y arrugas. Hay una cosa por encima de la belleza, que es la historia. Y esa es una decisión porque yo, como todas, soy muy exigentes. Soy mi peor enemiga. Nadie me va a decir nada que no me haya dicho yo antes. Ante cualquier crítica, la mía es peor. Pero, ahora, por voluntad, me pongo de mi parte. No por encima de nadie, pero me acepto, me intento cuidar, hablarme bien porque estás muy expuesta y, si encima, te dejas llevar por tu exigencia, acabas mal. El criterio tiene que estar envuelto en amor, bondad, cuidado propio y del otro. Yo sé lo que está bien de la peli y lo que no tanto, no hace falta que nadie me lo diga.
Comió bocatas de tomate frito, pero también ha sido imagen de un perfume de lujo ¿Cómo se pasa de una cosa a otra con naturalidad?
No lo sé. Pienso muchas veces que no sé muy bien cómo vivir, y otras pienso que estoy aprendiendo, porque la vida es compleja. Hay momentos de mucha abundancia rodeada de cosas muy bonitas, y estás muy agradecida y otros en los que, no sé por qué, pierdes el equilibrio. Leo mucha filosofía, me gusta meditar. Todo eso me ayuda y supongo que se trasluce fuera.
En 2020, en la alfombra roja de los Goya, usted fue víctima de comentarios machistas sobre su físico, como ahora Lalachus en las campanadas. ¿No hemos avanzado nada?
Parece que vamos para atrás. O sea, tu opinión sobre mi cuerpo no me importa. No te la he pedido, se llama educación, respeto. Entonces, me molesta que me obliguen a hablar de algo que ya está superado y a que la agenda de la ultraderecha o esos movimientos irrespetuosos marquen la mía, me niego. No voy a discutir si un niño tiene derecho a expresar su género: hay una ley. Y no voy a discutir que tengo derecho a vestirme como quiero: tú no tienes derecho a meterte conmigo. Es perverso, volver a hablar de cosas antiguas obligándonos a responder a sus agendas obsoletas. Me niego. Avancemos, por favor. Vamos a por lo siguiente.
LA MITAD DE MARTA
Marta Nieto (Murcia, 42 años) decidió, hace cuatro años, que, si no le llegaban historias, o no las que ella ansiaba, se pondría a escribirlas. "Quería ver a mujeres haciendo cosas en el cine", confiesa. Así, esta actriz que empezó su carrera en la veintena, con El camino de los ingleses, de Antonio Banderas, que ha participado en popularísimas series como Cuéntame, y que ganó, en 2019, el premio a la mejor interpretación femenina en Venecia por su papel en Madre, película dirigida por su entonces pareja, Rodrigo Sorogoyen, se puso a escribir, entre rodaje y rodaje, el boceto de una película sobre una madre y un niño trans, La mitad de Ana, que ella, además interpreta y dirige y que llega ahora a las pantallas. Por el camino, se produjo el acalorado debate y aprobación de la Ley Trans y se escribieron, y estrenaron, otras historias sobre el tema, pero Nieto, no tiene prisa. Siente que su carrera detrás, e incluso, delante de la cámara, no ha hecho más que empezar.
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