El trauma inabarcable
La película provoca en todo momento un sentimiento que va de la inquietud a la extrañeza, pero, tras esa bendita perplejidad, no pocas veces surge también la frustración
No son pocos los cortometrajes, buena parte de ellos de terror, que han dado pie a un largometraje posterior dirigido por el mismo autor, basado en su esencia, y que completaba de algún modo la pieza original, desarrollándola, adaptándola: Frankenweenie, Saw, Distrito 9, Babadook, Mamá, Whiplash, Bottle Rocket, Boogie nights, THX 1138… Lo que es bastante más raro es que un largometraje parta de un corto, y lo incluya exactamente igual, en sus primeros 19 minutos de metraje, para luego contar sus consecuencias en el resto de la película. Y eso es lo que ha realizado Rodrigo Sorogoyen con Madre, soberbio corto de 2017, nominado al Oscar de la categoría.
MADRE
Dirección: Rodrigo Sorogoyen.
Intérpretes: Marta Nieto, Jules Porier, Alex Brendemühl, Anne Consigny.
Género: drama. España, 2019.
Duración: 128 minutos.
Un golpe terrible que provoca un trauma porque es imposible que eso, lo peor que puede pasar en la vida, no deje huella: la pérdida de un hijo. Y ahí sitúan su historia Sorogoyen e Isabel Peña, su habitual coguionista, tras una elipsis de 10 años que ha cambiado rotundamente el carácter de una madre joven, convertida ahora en complejísima mujer madura. Una historia en la que sus creadores hacen algo muy valiente de inicio: romper expectativas, tanto en la dirección general que toma el relato como en cada una de las situaciones que han creado. Tanto en el todo unitario de su obra como en sus particularidades: de los personajes, de los diálogos, de las derivas, de los giros. En Madre, el largometraje, nunca ocurre algo convencional, esperable o cómodo. El encuentro de la mujer en la misma playa de la desaparición con un chico de la edad y el rostro que ahora podría tener su hijo se desarrolla por una línea argumental y tonal (casi) insólita.
La película provoca en todo momento un sentimiento que va de la inquietud a la extrañeza, y eso es muy bueno. Sin embargo, tras esa bendita perplejidad, no pocas veces surge también la frustración. Un cierto desengaño que tiene menos que ver con la incomodidad, lo que siempre es maravilloso en el cine, que con los derroteros un tanto desilusionantes que se han recorrido. En esa relación entre una mujer de 39 años y un chico de 16, equívoca, de una extrema ambigüedad, hay algo fascinante. Pero al mismo tiempo hay algo menos provocador de lo que se apunta.
Formalmente, Sorogoyen es muy fiel al estilo del cortometraje original, radicado en el plano secuencia y en la movilidad de una cámara que parece bailar junto a sus personajes, desplazarse por el drama interior con una agilidad que contrasta con la inestabilidad de sus criaturas y de sus relaciones. Una incesante confrontación que el director de las magníficas Stockholm (2013), Que Dios nos perdone (2016) y El reino (2018) elabora también a través de la fotografía y la puesta en escena, con una claridad de ambientes, luces y escenarios que choca (para bien) con las tinieblas personales en las que se mueve esa mujer derruida y personalísima, y con un estilo de dirección basado en el gran angular, en los espacios no ya abiertos sino directamente dilatados, que contrastan con el encierro en sí misma de la madre.
Misteriosa, perturbadora y, por momentos, algo descorazonadora, Madre no sería lo que es, una más que buena y audaz película imperfecta, sin el soberbio trabajo de Marta Nieto, premio a la mejor actriz de la sección Horizontes del Festival de Venecia. Una interpretación que, como le ocurre también a la de Nina Hoss en La audición, de estreno este mismo viernes, no está fundamentada en el texto sino en la mirada, en el cuerpo, en el modo de andar, de moverse, de cambiarse de ropa, de experimentar un trauma inabarcable, enquistado por naturaleza.
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