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El ‘duende’ flamenco de Antonio Vega

La querencia poco conocida del músico por el arte jondo en una época dominada por el pop dejó rastro en su discografía y en sus colaboraciones con los Carmona, los Flores o Raimundo Amador

Antonio Vega, en una actuación en la sala Clamores de Madrid, en 2005.
Antonio Vega, en una actuación en la sala Clamores de Madrid, en 2005.Claudio Álvarez
Mar Padilla

La historia de Antonio Vega —exacerbada hasta adquirir carácter de leyenda— es la que va del furor a la agonía de vivir y vuelta a empezar. Tal vez por eso grabó Ay pena, penita, pena, una canción que igual acompaña en la muerte de un amor, en la aflicción de los que viven presos en la cárcel, en la amargura de los durísimos años de la posguerra española o en la desesperación de levantarse sin saber muy bien qué hacer en cualquier mañana de cualquier década desde 1951 en adelante, desde el año en el que Luisa Ortega, hija de Manolo Caracol, grabó esta copla de Quintero, León y Quiroga.

Popularizada poco después por Lola Flores, Ay pena, penita, pena habla de pesares, de lunas y noches, del mar, de venas y arenas, temas de interés recurrente en el cancionero de Vega. Cumplidos ya 15 años del fallecimiento del cantante de Nacha Pop, uno de los mejores compositores españoles con permiso de Serrat y Sabina, se sabe que fue un hombre de mil caras, vulnerable y acerado a la vez, eterno estudiante de arquitectura y astronomía, aprendiz de construcción de maquetas de trenes, joven montañero y autor de algunas obras maestras en forma de canción.

Pero se conoce menos su querencia por lo flamenco, etiqueta audazmente heterogénea que agrupa un tipo de música española que va de la copla al cante clásico, en reinvención constantes por sus mestizajes con la salsa, la rumba, el blues, el pop o el rock. “Antonio fue importante para lo flamenco, para abrir los oídos a otros. En los años ochenta y noventa lo relacionado con ese tipo de música se despreciaba. Fue el único músico de la Movida, junto con Santiago Auserón, que se interesó abiertamente por él”, explica José Manuel Gamboa, experto en flamenco, autor de libros como ¡En er mundo! De cómo Nueva York le mangó a París la idea moderna de flamenco (Athenaica Ediciones).

“Sí, tenía conocimiento como seguidor. Le tenía un gran respeto al flamenco, siendo consciente de que no era su ámbito”, detalla Jordi Tormo, editor de la revista cultural de difusión gitana alicantina Arakerando (que llegó a los 100 números y dejó de publicarse hace una década), y autor de La influencia de lo gitano y lo no gitano en la música española, un artículo de investigación publicado en la Universidad de Alicante en 2009.

Como un juego, repasando su discografía se van descubriendo pistas. Por ejemplo, versionó La Tarara, un clásico medieval recuperado por Federico García Lorca y popularizado por Camarón de la Isla en La leyenda del tiempo. Y también grabó Me quedo contigo, el superéxito de Los Chunguitos, cuando en los ambientes cool ese era un tipo de música que se veía con malos ojos.

A Vega le interesaba especialmente la guitarra flamenca, y le encantaban Paco de Lucía, los Habichuela o Raimundo Amador. “En los ochenta yo tocaba en un grupo de pop de la Movida, pero en cuanto Antonio me veía me pedía que le enseñara a tocar flamenco”, recuerda al teléfono Gamboa, productor de discos de Enrique Morente, Carmen Linares y Gerardo Núñez, y editor de la antología de Camarón publicada por el sello Mercury en 1996.

Vega, que siempre componía sus temas con una guitarra española, según confesó al periodista Santiago Alcanda, sentía casi obsesión por el instrumento “que tocaba muy, pero que muy bien, y eso se le está poco reconocido”, subraya Gamboa. “Oigo guitarras, suenan guitarras por todos lados”, canta Vega en una canción llamada así, Guitarras, de su primer disco en solitario, No iré mañana, publicado de 1992 por el sello Área Creativa, del productor Paco Martín.

Esta cosa tan especial, casi gitana, de sentir una ligazón casi física con la guitarra queda más clara en el disco Medio hombre medio guitarra, de Raimundo Amador, publicado en 2010, que incluye una canción titulada Sal de najas, grabada tiempo atrás. En ella, Amador toca la guitarra española y Vega toca la eléctrica. En modo “muy flamenco y muy Led Zeppelin. A mí me ha gustado mucho Antonio, pero no conocía esa faceta suya tan Led Zeppelin y tan aflamencada”, explicó el exintegrante de Pata Negra al periodista Juan Puchades en una entrevista en Efe Eme. La canción era inicialmente un instrumental, pero Vega falleció y entonces Amador decidió incorporar unos versos escritos a cuatro manos con Santiago Auserón en los que le retratan como “un demonio bueno” que se encontraría con Camarón —y también con Jimi Hendrix— al llegar al cielo.

En esta querencia de Antonio Vega también hay algo de enamoramiento en las maneras de cierto espíritu flamenco ligado a la música, también presente en el rock y en el blues. Es la idea de vivir a tumba abierta, en los misterios de la noche —”mi adorada enemiga”, cantaban los Ketama en No estamos locos—, acompañada del uso continuado de drogas. En Camarón de la Isla. El dolor de un Príncipe (Libros del KO), el periodista de EL PAÍS Francisco Peregil cuenta que Paco de Lucía llegó a plantearse contratar a unos secuestradores para alejar a Camarón de la heroína, y no es improbable que en el círculo de Antonio Vega algunas personas pensaran lo mismo.

En todo caso, como los amores de verdad, la querencia de Vega por lo flamenco es de ida y vuelta. En miles de pisos anónimos en barrios de Sevilla, Madrid, Barcelona o Valencia, también en las casas y chalets de los Flores o los Carmona o en el carmen de los Morente en el barrio del Albaicín cerca de las cuevas del Sacromonte, en Granada, las melodías, las letras y los toques de Vega se han ido escuchando atentamente en el tiempo. A lo largo de su vida, Vega fue hilvanando amistades, tropiezos y encuentros. Jordi Tormo subraya que fue buen amigo de Antonio Flores, que escribieron juntos Luces de alcohol, publicada en el disco del hijo de Lola Flores Gran Vía (1998). Versionó además el tema de Flores Mi habitación para el disco Cosas tuyas (2002), publicado en su homenaje, e incluido después en el disco Escapadas (2004) de Vega.

Hay más. El autor de Lucha de gigantes también colaboró con Rosario Flores en la composición e interpretación del tema En el mismo lugar, incluido en el disco Contigo me voy (2006), y esta eligió El sitio de mi recreo —casi una institución en el mundo flamenco, versionada por muchos— para incluirlo en su disco Parte de mí (2008), grabándola después en directo, a dúo con Antonio Carmona, en el Teatro del Liceu de Barcelona.

De los Carmona es conocida la amistad y el respeto por la obra y la figura de Antonio Vega. La versión de Ketama de la canción Se dejaba llevar por ti, publicada en el disco De akí a Ketama (1995), es probablemente más conocida que la original, presente en el álbum No me iré mañana. Y en el monográfico Especial Antonio Vega, emitido por Telecinco en 2004, Josemi Carmona declaró que Antonio era uno de sus “gurús”, junto con Antonio Flores, Ray Heredia y Camarón de la Isla.

“Sí, con Camarón tenía algunas cosas parecidas”, explica ahora Josemi Carmona. “Los dos eran tímidos, muy suyos y a la vez tenían un sentido del humor particular…. Eran unos genios los dos, y veían el efecto que producía su arte en otras personas, su poder. Y eso es difícil de gestionar”, explica el guitarrista de Ketama al teléfono. Para Carmona, tanto el madrileño como el gaditano eran personas muy admiradas y queridas, idolatradas por muchos. Y eso era un arma de doble filo. “Allá por donde entraban se hacía un silencio. Eran gente muy especial, y eso no ha de ser fácil llevarlo”, reflexiona.

El autor de Luz de cruce tuvo también su peso en la familia Morente. A finales de 1991 Antonio Vega estaba grabando No me iré mañana en los estudios Cinearte de Madrid, donde coincidió con Enrique Morente, que preparaba su disco Misa flamenca, y también con Camarón y Paco de Lucía —que tildó a Antonio Vega de “maestro” cuando se encontraron una noche en una ceremonia de homenaje a Ketama—, que estaban grabando Potro de rabia y miel. Fue allí donde Vega le pidió a Gamboa que le presentara a Morente. Y en una entrevista posterior, el cantaor granadino explicó que, entre toma y toma, a veces se veían en el bar del estudio —también con Camarón— donde hablaban de sonidos y del flamenco.

Poco después, Morente —que cantó la composición de Vega Ángel caído en el homenaje por el fallecimiento del líder de Nacha Pop— empezó a darle vueltas a la idea de registrar un disco entero con canciones de Vega. Pero no pudo ser. Gamboa recuerda ahora que cuando Morente iba a grabar  Ángel caído tuvo que comunicarle al granadino que había fallecido Mario Pacheco, del sello Nuevos Medios, figura musical fundamental en la eclosión del nuevo flamenco. A lo que el cantaor del Albaicín contestó: “Gamboíta, vete haciendo la idea de que cada vez somos menos, y menos que vamos a ser”. Morente murió días después, dejando como testamento musical la canción de Vega.

Decía el poeta Rilke que el placer y la pena son la realidad más profunda del corazón humano, y en una entrevista con El Correo de Andalucía, en 1993, Antonio Vega habla de sus ganas de componer “temas con un duende mágico paseando”. En su universo, el duende, el placer y la pena son algo parecido a su sistema solar, casi su retrato más fidedigno a escala real.

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Sobre la firma

Mar Padilla
Periodista. Del barrio montañoso del Guinardó, de Barcelona. Estudios de Historia y Antropología. Muchos años trabajando en Médicos Sin Fronteras. Antes tuvo dos bandas de punk-rock y también fue dj. Autora del libro de no ficción 'Asalto al Banco Central’ (Libros del KO, 2023).
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