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De Bob Dylan a Los Chunguitos: grandes éxitos de la filosofía (cantada)

En estrofas que son casi cápsulas filosóficas, el pensamiento sobre la condición humana está presente en infinidad de canciones

Bob Dylan da un concierto en Los Ángeles, en enero de 2012. Foto: CHRISTOPHER POLK (GETTY IMAGES) | Vídeo: EPV
Mar Padilla

El anuncio de la primavera es de unos grandes almacenes, pero el aviso de la llegada del verano corre a cargo de una cervecera. Aquí, ahora y así, interpretada por Santi Balmes y Renaldo y Clara, y compuesta por Rigoberta Bandini, es la canción de su anuncio para este año. En Twitter algunos la adoran y otros la desprecian. Uno confiesa que ha llorado de emoción al escucharla, otro dice que es el mensaje que necesitaba después de estar un año opositando, y otro más tilda la canción de autoayuda de botellín. En cualquier caso, la canción habla de la urgencia de vivir el momento. En El discurso de la verdad, Parménides dice: “El ser nunca fue ni será, puesto que es ahora, uno y continuo”, algo no tan ajeno a lo que describe Bandini con un puñado de acordes.

Consideramos la filosofía como un sistema académico sofisticado solo apto para eruditos. Pero filosofar es un acto a la intemperie, que se da en cualquier situación en la que participen humanos, solos o en compañía. También en la música. En estrofas que son casi cápsulas filosóficas, el pensamiento sobre la condición humana está presente en infinidad de canciones. La campeona de todos los tiempos —detestada por tantos— es, probablemente, Dust In The Wind, de Kansas, esa que dice: “Cierro los ojos solo por un momento y el momento se ha ido / Solo somos polvo en el viento / No te aferres, nada dura para siempre”. Una azucarada lección de estoicismo, la escuela de filosofía que ayuda a vivir en el reconocimiento de la finitud y la naturaleza decadente del mundo, de lo que amamos y de nosotros mismos. Porque todo muere y cualquier logro quedará en nada.

En Ser y tiempo, Heidegger se pregunta por ese existir, ese estar ahí, arrojados en la posibilidad. Si estamos hechos de tiempo —el material más indómito, barro y cruz de los humanos—, Nina Simone se revela como la artista más genuinamente heideggeriana. En Who Knows Where The Time Goes canta: “En algún momento de tu vida tendrás ocasión de preguntarte / ¿Qué es eso que se llama tiempo? / ¿Qué hace? / y, sobre todo, ¿está vivo?”. Simone, que escribió 500 canciones, activista por los derechos civiles que abandonó Estados Unidos por el racismo, decía que la libertad era no tener miedo.

Pero eso no es fácil. En I’d Rather Go Blind, la gran Etta James canta: “Prefiero quedarme ciega a perderte / Más que nada porque no quiero sentirme libre”. James no está sola en esa idea de abismo. Una de las claves de la filosofía de Immanuel Kant es, precisamente, el problema de la libertad, ese esfuerzo de independencia de la voluntad respecto de cuanto sea ajeno a la ley moral —no ligada a impulsos—, esa capacidad de elección por encima de nuestros deseos.

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El libre albedrío es un clásico con el que lidiamos cada día de cada semana en cada año vivido. Un vaivén entre el interrogante y la duda que nos deja exhaustos, con ganas de tirar la toalla a veces. Pero casi todos seguimos adelante, arrollados por una fuerza extraña. No hay prueba académica alguna, pero es probable que la canción Do Anything You Wanna Do, de Eddie & The Hot Rods, haya salvado a muchos de la desolación y haya liberado a muchas mentes, porque la canción te explica que puedes hacer lo que tú consideres, esto es, lo que tú creas honestamente que debes hacer, sin atender a mandamientos impuestos por otros.

Más allá de las luchas por liberarnos de cadenas propias y ajenas, Friedrich Engels nos advierte de que la ley de la conservación y de la transformación de la energía es la ley fundamental del movimiento, y que este —la vis viva según palabras de Gottfried Leibniz— es el rey absoluto de la naturaleza. Eso es lo que significa saoco en su origen africano: movimiento, utilizado después en el slang puertorriqueño para catalogar algo lleno de energía, rítmico y sabroso. Es ese algo que se mueve y cambia, como canta Rosalía en Saoko cuando dice: “Cuando es de noche en el cielo se vuelve de día / Ya todo eso cambió / Soy todas las cosas / Yo me transformo”.

El poder y la gloria solo son humanos, pero son muchos, casi todos invisibles, los que meditan al respecto y, como Albert Camus eligiendo entre la justicia y su madre, optan por apartar los conceptos abstractos y quedarse con la finita realidad del calor humano. Un día de 2019 Rosalía cantó en la tele Me quedo contigo y, tras fascinarse con ella, algunas miradas recordaron los años ochenta, cuando Los Chunguitos publicaron esa canción, y entonces no prestaron suficiente atención a una letra que dice: “Si me das a elegir entre tú y mis ideas / que yo sin ellas soy un hombre perdido / ¡ay amor! me quedo contigo”.

Soledad cósmica

Antonio Vega sí escuchó Me quedo contigo entonces y le gustó tanto que la tocaba en algunos conciertos. Las canciones de Vega, uno de los grandes cantantes-pensadores, están repletas de ideas-rayo que cantan, en su caso, a la soledad cósmica, como en la canción Persiguiendo sombras: “Nada me importa hoy / No sé ni dónde voy / Persiguiendo sombras / Es tal el hielo que hay aquí / Este es un frío país”, o en Escala real: “Persigo una ilusión / a donde quiera llegar / pasando sin temor / junto al vacío total”.

Vega también versionó a Joan Manuel Serrat —el grandísimo pensador músico—: cantó la extraordinaria Romance de Curro el Palmo, que narra la lucha por la vida y la lucha por el amor, y sus sucesivos naufragios. Es el arte de la existencia de una persona en siete minutos, embarcada a sabiendas que no hay puerto seguro —como bien decía Voltaire— y que empieza con “La vida y la muerte / bordada en la boca / tenía Merceditas / la del guardarropa”.

Otros compositores nombran, directa o indirectamente, a los pensadores que les han influenciado, como The Cure en Killing An Arab, basada en El extranjero, la obra de Albert Camus —donde cantan: “Estoy vivo / estoy muerto / soy Un extraño”—, o Bob Dylan en I Dreamed I Saw Saint Augustine: “He soñado que veía a san Agustín / vivo como tú y como yo / con su salvaje aliento”. Algunos llaman a Dylan El Profeta, pero el de Minnesota no es un ente ni un aparecido, sino un hombre vivo, una persona de verdad. Es un tipo de 81 años que con 32, en su canción Knockin’ On Heaven’s Door, nos señala que el camino es hacia la muerte. Un destino que nos deja pensativos y nos hace seres pensantes. Cada instante en la vida es un regalo y también una cuenta atrás. Quizá lo mejor es poner la canción I Wanna Know (Quiero saber), de Mongo Santamaria, a todo volumen y ponerse a bailar.

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Sobre la firma

Mar Padilla
Periodista. Del barrio montañoso del Guinardó, de Barcelona. Estudios de Historia y Antropología. Muchos años trabajando en Médicos Sin Fronteras. Antes tuvo dos bandas de punk-rock y también fue dj. Autora del libro de no ficción 'Asalto al Banco Central’ (Libros del KO, 2023).

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