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La sociedad conspira para minar nuestra autoestima

La competencia en el trabajo y en las redes, los mantras de la superación personal y el pensamiento positivo son algunos de los factores que pueden hacernos sentir más inseguros

La ilustración que hemos creado representa una persona con un gesto de inseguridad, de crisis emocional... por todo lo que nos reprimimos, la sobreinformación, la baja autoestima de tanto bombardeo en las redes, cómo afectan a nuestro comportamiento y autoestima. Lo que nos influye el que dirán y cómo pronuncian nuestras inseguridades, nos crea ansiedad, más estrés, menos autocontrol y nos hace sentirnos más solos. Aunque intentemos evadirnos de las redes, las seguiremos escuchando.
Juárez Casanova
Sergio C. Fanjul

Una cara verde sonriente. Una cara amarilla que ni fu ni fa. Una cara roja enfadada. En muchos comercios, establecimientos hosteleros e instituciones han aparecido unas pantallas que nos permiten pulsar en uno de estos iconos para manifestar nuestro grado de satisfacción con los empleados. Después de la llamada de la teleoperadora, de la visita del fontanero o de bajar de un taxi, podemos calificar entre una y cinco estrellas el servicio, de igual forma que podemos valorar restaurantes en páginas webs o a personas en aplicaciones de ligue. Miles de ojos en las redes sociales, como la virulenta Twitter, escrutan sin piedad nuestros comentarios. En otras, como la más amable Instagram, observamos atónitos los cuerpos esculturales y las vacaciones de ensueño de los otros, por lo general muy deseables y muy diferentes a las nuestras. Qué suerte. Los jurados de los talent shows de la tele, como una institución disciplinaria foucaultiana, nos incitan a mejorar nuestra marca personal y vender mejor nuestro producto, mientras que en los anaqueles de librerías leemos sin cesar llamadas a salir de nuestra zona de confort y romper nuestros límites. Estamos rodeados.

Hay numerosos elementos en la sociedad que parecen conspirar para hacernos sentir constantemente evaluados, juzgados, vigilados, comparados; elementos que pueden hacer mella en nuestra autoestima y hacernos sentir inseguros. En el capitalismo, la competencia y la ambición son cualidades muy bien vistas y recompensadas, tanto individual como colectivamente. Pero esa competencia que rige las relaciones de mercado no se limita a las transacciones comerciales o de negocios. “Es una característica definitoria de la vida cotidiana. Las personas viven en un estado constante de competencia, no solo en términos de riqueza, estatus y poder, sino en cosas simples como la ropa, la apariencia, el club o el deporte, hasta asuntos más serios como el trabajo, la vivienda, la familia o la maternidad”, explica la socióloga Kathleen Lynch, profesora emérita del University College de Dublín, autora de libros como Care and Capitalism (Wiley, 2021).

En esta época hiperconectada proliferan las maneras de medir nuestro rendimiento minuciosamente y en muchos aspectos, ya sea en función de likes o followers en redes sociales, puntuaciones en exámenes o en aplicaciones que miden el número de pasos que damos al día, nuestros patrones de sueño o nuestro porcentaje de grasa corporal, que suele estar por encima de lo recomendado por las autoridades sanitarias. En un inquietante capítulo de la serie Black Mirror titulado ‘Nosedive’ se muestra una sociedad distópica, aunque aparentemente feliz, en la que la puntuación constante de los demás determina en tiempo real el estatus de una persona. Da miedo, porque esa sociedad no parece tan diferente a esta (en China existe un sistema de crédito social que haría las delicias de cualquier escritor de distopías). “Así se produce una nueva ‘naturaleza’ social que se caracteriza por la frialdad y la indiferencia hacia aquellos que no son ‘útiles’, es decir, aquellos que no pueden contribuir al ‘éxito’ de uno”, dice la socióloga irlandesa. Y también el miedo a ser uno de ellos: la competencia y la ansiedad se interiorizan dentro de cada individuo.

“En nuestras sociedades, dominadas por una ideología hiperindividualista, por un lado, se adula al individuo como consumidor y cliente, como fuente directa de valor o verdad, mientras que, por otro, se le culpabiliza del fracaso en la carrera implacable de competitividad. Cuanto más influida está una persona por esta ideología, más atrapada está en un bucle destructivo, que genera angustia, mina la autoestima y produce envidia o resentimiento”, explica José Carlos Sánchez, profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo.

Una “rotura del yo”, a decir del psicólogo, que puede cursar en dos direcciones. Una de ellas es pasiva, conduciendo a cuadros de depresión o dependencia de los psicofármacos. España es, junto con Portugal, el país de Europa donde más psicofármacos se consumen, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). La prescripción de ansiolíticos y antidepresivos creció un 4% y un 6%, respectivamente, durante 2021: se recetaron 54 millones de cajas de los primeros y 45 millones de cajas de los segundos. La otra dirección en la que puede suceder esa rotura es reactiva, que desemboca en comportamientos antisociales o violentos. O en adicciones que pueden ser perjudiciales para uno mismo.

En España, además, existe cierta tendencia nacional a “criticar por criticar”, como decía aquella canción de Fangoria. Alejandro Cencerrado, científico del Instituto de la Felicidad de Copenhague, cuenta en su libro En defensa de la infelicidad (Destino, 2022) cómo, al estar en compañía de personas criticonas, sentía su autoestima disminuir: si se dedicaban a criticar de manera furibunda a terceros en su presencia, ¿por qué no iban a criticarle a él cuando no estuviera delante? “Cuando empecé a trabajar en Dinamarca percibí que no se criticaba tanto a las otras personas, y eso repercutió favorablemente en mi autoestima”, dice Cencerrado, “mi jefe me dijo que no tuviera miedo a equivocarme o a hablar mal en público, que lo tomase todo como un proceso de aprendizaje donde los errores eran comprensibles”. Otra de las investigaciones de Cencerrado ahonda en cómo la exposición a cuerpos perfectos en las redes sociales puede minar la autoestima de los jóvenes o cómo la falta de contacto con los padres, con dificultades para conciliar trabajo y vida familiar, puede colaborar también a esas inseguridades.

Las redes sociales son espacio abonado para la crítica feroz. Los psicólogos han señalado que la figura del hater puede provenir de la baja autoestima, el resentimiento o la frustración: criticando a los demás, muchas veces protegido tras la trinchera del anonimato, un hater, un troll, puede sentirse reconfortado y momentáneamente superior, es el último poder secreto que se le reserva para lograr algo de relevancia social. Pero su actividad replica la inseguridad: la presencia del odio y la hipercrítica en redes puede generar cada vez más personas con tendencia a la baja autoestima y a la inseguridad, en un ciclo sin fin.

La desigualdad creciente que genera el actual sistema económico puede estar en el fondo de este continuo asedio a nuestra autoestima. Epidemiólogos como Wilkinson y Pickett han encontrado relación entre la desigualdad y la salud mental (véase su libro Desigualdad, publicado por Turner). “Dado que la vergüenza, el miedo a ser juzgado como insignificante, menor o inadecuado, es una de las emociones humanas más poderosas, es inevitable que sociedades muy desiguales produzcan esa sensación de insuficiencia y vergüenza”, concluye Lynch.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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