‘Los buenos profesores’: conmovedor elogio del sistema público y del colectivo de educadores
El poso humanista del cine de Lilti sigue presente en su nueva película, pero esta vez desde otro terreno
En paralelo a su formación como cineasta, con una serie de cortometrajes realizados entre 1999 y 2003, Thomas Lilti fue médico de familia. Y lo siguió siendo como actividad profesional principal nada menos que hasta 2017, en unos años en los que compuso dos largometrajes. Uno de ellos, titulado Hipócrates (2014) —naturalmente, sobre la medicina—, le acabó encumbrando y le permitió abandonar una actividad a la que había llegado casi más por imposición paterna (médico, faltaría más) que por verdadera vocación.
La atípica trayectoria del director francés tuvo una consecuencia obvia en su segundo trabajo, ahora ya convertido en único: Lilti sabía de lo que hablaba. Así, surgieron las notables Hipócrates, historia sobre las dimensiones científica, ética y social de la medicina, ambientada en un centro de urgencias y protagonizada por dos jóvenes residentes; Un doctor en la campiña (2016), acerca de la relevancia del trato y de la psicología de sabio del terruño para el ejercicio de la medicina entre los achaques de los lugareños; y Mentes brillantes (2018), en la que volvió la vista atrás, hasta la formación universitaria y el crudo proceso de criba estudiantil.
El poso humanista del cine de Lilti, amparado por el trabajo, el sacrificio, la vocación y la conciencia social, aunque desplegado sin homilías laicas y sin esa superioridad moral tan de moda en redes sociales y ciertos ámbitos políticos, sigue presente en su nueva película, pero esta vez desde otro terreno, el de la educación. Los buenos profesores es la versión escolar de sus títulos sobre la medicina. El conmovedor retrato del microcosmos de un instituto público, con papeles secundarios para alumnos y padres, de evidente importancia, pero menor respecto a la dramática de los docentes, protagonistas absolutos de una obra que, como eje primordial, consagra la relevancia social de un colectivo que, desgraciadamente, no siempre es reconocido como se debe.
Sin una historia de planteamiento, nudo y desenlace, ni un eje argumental que avance con los parámetros más académicos del relato, Los buenos profesores se desarrolla en torno a las dudas personales sobre la valía y la vocación de un joven docente de matemáticas en su primera sustitución temporal, y alrededor de un arquetípico grupo de maestros con muy distintas formas de ejercitar su trabajo, todos ellos con dudas, caídas, éxtasis y satisfacciones diarias.
Lilti ha compuesto así una serie de retazos entre el drama social y la comedia humanista, con los que, casi acariciando más que atizando, pone sobre la mesa algunos de los principales problemas en materia educativa, aparte de entrar también en las vidas privadas de los profesores por una carretera de doble circulación: la influencia de las negruras de su labor profesional en la personal, y viceversa.
Al cineasta francés le sobran un par de momentos en los que la narración, conducida por la música (y con una selección de temas un tanto discutible: ¡ese Bamboleo es mortal en la secuencia en la que suena!), se hace más superficial de lo debido. Pero las interpretaciones, comandadas por los magníficos Vincent Lacoste, François Cluzet y William Lebghil, habituales del director, más el añadido de Adèle Exarchopoulos, en un precioso papel, y su facilidad para la verdad en esas circunstancias de nervio vital en los que todo puede encumbrarse o hundirse según brote la sangre de la cabeza o de las tripas, lo confirman como uno de los mejores exponentes de lo que puede hacer el cine por la estimación y la promoción del mejor sistema público.
Los buenos profesores
Dirección: Thomas Lilti.
Intérpretes: Vincent Lacoste, Adéle Exarchopoulos, François Cluzet.
Género: Drama. Francia. 2023.
Duración: 101 minutos.
Estreno: 17 de mayo.
Babelia
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