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Crítica | Mentes brillantes
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Pasar la criba

El filme esquiva soluciones dramáticas maniqueas, pero decide instalarse en un insatisfactorio limbo entre la celebración épica y su contrario

Vincent Lacoste y William Lebghil, en 'Mentes brillantes'.
Vincent Lacoste y William Lebghil, en 'Mentes brillantes'.

Thomas Lilti es la prueba palpable de que, en una misma trayectoria, pueden compatibilizarse dos carreras tan exigentes como las de médico de familia y cineasta. Su obra demuestra, asimismo, que ambas carreras no se desarrollan en territorios irreconciliables: su experiencia como médico nutre su discurso cinematográfico, convirtiendo una disciplina en prolongación de la otra. Si Hipócrates (2014) ponía el acento en la urgencia cotidiana que condiciona la existencia de un médico residente y Un doctor en la campiña (2016) atemperaba su tono para acercarse al pulso entre la salud y la enfermedad de un médico rural, Mentes brillantes, su nuevo trabajo, aborda la épica del esfuerzo y la silenciosa, discreta gloria del sacrificio en la tensa antesala de los desvelos que regirán toda vida profesional consagrada a la medicina: el primer año común de los estudios relacionados con la salud, feroz proceso de criba diseñado a la contra del desarrollo humanista que exigiría ese sector.

MENTES BRILLANTES

Dirección: Thomas Lilti.

Intérpretes: Vincent Lacoste, William Lebghil, Darina Al Joundi, Graziella Delerm.

Género: drama. Francia, 2018.

Duración: 92 minutos.

A pesar de que algunas voces presentes en la película cuestionan el proceso y de que Lilti sabe transmitir, sin crispar el tono, la hostilidad ambiental de ese universo académico, Mentes brillantes no se muestra demasiado interesada en ser una película de denuncia política y prefiere optar por insertar la crónica de una amistad entre figuras aparentemente antitéticas –el tripitidor desencantado (Vincent Lacoste) y el novato sin verdadera vocación (William Lebghil)- en ese ambiente. El resultado esquiva soluciones dramáticas maniqueas, pero decide instalarse en un insatisfactorio limbo entre la celebración épica y su contrario.

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