Thomas Lilti: “La medicina ha hecho de mí el cineasta que soy ”
El director francés estrena en España 'Un doctor en la campiña', que arrasó en las salas de su país
Siempre se ha dicho que los médicos son los peores pacientes. Thomas Lilti, que además de cineasta, es doctor, lo reafirma. "Para nosotros enfermar es pasar al otro lado. A los pacientes les resulta muy complicado entender que el médico pueda estar malo, y el médico es consciente. Cuando vas a ver a un doctor nunca piensas que esté enfermo". De este hecho meramente anecdótico, el director extrae un universo mucho más complejo en su nueva película, que llega este viernes a las salas españolas. Un doctor en la campiña es un homenaje a la profesión, la suya propia (con permiso del cine). "Quería mostrar que la medicina requiere proximidad, es un trabajo artesanal. Un tratamiento es un intercambio entre el paciente y el doctor. El médico da, pero también recibe mucho del enfermo".
Justamente con esos rasgos describe al protagonista del filme, Jean-Pierre Werner (François Cluzet), galeno de la Francia rural. Werner cura los males del cuerpo de sus pacientes. Y los del alma. En sus funciones diarias ejerce a la vez de psicólogo, amigo y asistente social. Hasta que una enfermedad lo obliga a aparcar su trabajo y cuidarse a sí mismo, delegando sus funciones en una doctora (Marianne Denicourt) con una idea de la medicina alejada de sus métodos. Para construir a los dos personajes, cuenta el director, se ha nutrido de sus años como médico. "Jean-Pierre y Nathalie están lejos de mí, y al mismo tiempo, es verdad que se me parecen", reflexiona. Cree que lo que tienen en común, igual que el punto en el que se encuentran la medicina y el cine, es que son dos tipos muy voluntariosos. "Obstinados, diría. Yo creo que también soy muy obstinado. Eso se puede entender como una virtud o como un defecto".
Lilti es un fetichista de las batas blancas, puesto que con este filme reincide en la temática médica. Por vocación, explica aunque sea una obviedad, le interesa particularmente. Hipócrates, su anterior largometraje, gira alrededor de las inquietudes de un médico residente en el hospital en el que comienza su carrera y la realidad tan alejada de sus aspiraciones a la que debe enfrentarse. "Es un trabajo muy autobiográfico. Contaba mis años de estudios en la clínica, y era la manera también de hacer una crítica sobre ese mundo". Un doctor en la campiña difiere en la intencionalidad y en el tono. "En esta ocasión trataba de hacer una película más optimista, más humanista". No pierde, sin embargo, el sello tan personal del cineasta. Él es consciente de que no puede distanciarse de su otra profesión cuando rueda uno de sus trabajos. "Siempre digo que aprendí a hacer cine estudiando medicina. Son los que han hecho de mí el director que soy actualmente".
Señala convencido que tanto la crítica social como los temas universales, tales como la soledad, las relaciones o la plenitud vital, se relacionan ampliamente con el marco de la medicina, y no renuncia a completar sus largometrajes con un transfondo repleto de ellos. "Un doctor en la campiña es un filme anclado en la realidad. Muestra el rostro de los que conocemos el mundo rural. Siento la responsabilidad, cuando hago un largometraje de este tipo, de hacerme eco y contar una realidad ajena para muchos". O no tan desconocida, pero cuanto menos polémica. En este punto, Thomas Lilti saca a colación la muerte digna, una de las historias más conmovedoras de la película. "Tenía que reivindicar el derecho de cada uno de morir en su casa. El 80 % de los franceses se muere en el hospital. Y la mayoría, si se les pregunta, quiere morirse en su cama, con los suyos. Necesitaba contar esa paradoja".
Considera que, en parte, esa fuente de debate ha tenido parte de la culpa del éxito de la película en Francia, donde ha superado el millón y medio de espectadores. Por comparar, en España el año pasado solo tres filmes lograron ese resultado, si bien es cierto que el país transalpino tiene unos 20 millones de habitantes más, así como una mayor afluencia a las salas. "El filme pone sobre la mesa un universo que se ve poco en el cine", destaca el director.
Situaciones dramáticas contadas con especial contención, sobre todo en lo que se refiere al tratamiento que da a la enfermedad del protagonista. Jean-Pierre padece un tumor cerebral, y sin embargo, lo que se ve en la gran pantalla está lejos de la crudeza que tiene tamaña enfermedad en la realidad. "Lo que me interesaba no era ver a una persona deteriorándose, quería remarcar más que se trata de alguien anclado en la negación, que no asume la gravedad de su situación. No consigue comunicar, a pesar de que se desvive por escuchar a sus pacientes". La evolución de Jean-Pierre, explica el director, es el camino que hace para abrirse a los demás". Siempre sin perder la acidez y la ironía. "Lo que motiva mi escritura es el entretenimiento. Estoy convencido que la gente va al cine por eso", apunta. "Por eso utilizo el humor como herramienta para crear válvulas de descompresión dentro de temas más serios, más duros". Filosofía que traslada fuera de la gran pantalla. "En la vida, tiene mucha importancia saber reírse en las situaciones complicadas".
Babelia
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