Cuatro tumbas en el bosque: incluso los héroes de la Resistencia tienen un lado oscuro
Ocultar los momentos más negros del pasado, como si sacarlos a la luz fuese un insulto antipatriótico, es absurdo y funesto
Pocos momentos del pasado de Europa han cambiado tantas veces como el relato de la Resistencia francesa contra los nazis. Charles de Gaulle, el general que dominó la vida política en Francia tras la Segunda Guerra Mundial, la convirtió rápidamente en una narración nacionalista gloriosa, según la cual decenas miles de ciudadanos lucharon contra el ocupante nazi en defensa de la República y la libertad. En realidad, fue una guerra civil entre los franceses que apoyaban el régimen colaboracionista de Vichy y aquellos que combatieron a los invasores, una pléyade de comunistas, nacionalistas y extranjeros, muchos de ellos judíos y republicanos españoles, cuyo único país era la defensa de la libertad —y su única oportunidad para sobrevivir—.
Gracias a historiadores, supervivientes y también a películas como Lacombe Lucien, El viejo y el niño o Adiós, muchachos, el relato se fue transformando y Francia se enfrentó a los momentos más incómodos y lamentables de su pasado, como reconocer que fueron gendarmes franceses los que deportaron a los judíos en las grandes redadas, por ejemplo, y que las SS y la Gestapo se limitaron a supervisar. Recientemente, ha dado el último paso, cuando el 21 de febrero, fueron acogidos en el Panteón, con todos los honores de la República, los miembros de una célula de resistentes extranjeros fusilados por los nazis, entre ellos el armenio Missak Manouchian y el español Celestino Alfonso. Se reconocía así la participación de ciudadanos de todo el mundo en la lucha por libertad de Francia.
Robert Gildea relata en su excelente historia de la Resistencia, Combatientes en la sombra (Taurus), que los republicanos españoles tuvieron un papel relevante en la liberación de Toulouse y que luego participaron en un desfile con los cascos de los soldados alemanes pintados de azul. Cuando De Gaulle vio tantos republicanos exclamó: “¿Qué hacen todos esos españoles desfilando con las Fuerzas Francesas Libres?”. El comandante del Maquis en aquella región fue el helenista y héroe cívico Jean-Pierre Vernant que, pese a ser un Compañero de la Liberación, nunca se jactó de su papel durante la Segunda Guerra Mundial porque creía que los únicos que merecían los honores eran los que no sobrevivieron, pero también porque nunca se sintió muy cómodo con ese relato oficial.
Sin embargo, Francia ha tenido el valor de mirar de frente a su historia más terrible. Porque incluso aquellos que eligieron el lado de lo bueno de la historia pudieron cometer atrocidades. Ocultar los momentos más negros del pasado, como si sacarlos a la luz fuese un insulto antipatriótico, es absurdo y funesto, como ocurre con todos aquellos que niegan la represión franquista o describen la colonización de América como una bendición.
En Perigord, una región del centro de Francia conocida por el foie gras y las cuevas prehistóricas, se ha reconstruido un campamento de la Resistencia, el Maquis de Durestal, cerca de Cendrieux. Con precisión histórica y muchos carteles, explican la vida cotidiana en un escondite que llegó a visitar André Malraux cuando era dirigente resistente y cuyos habitantes siempre se encontraban amenazados por el Ejército alemán y la milicia francesa. Están el centro de mando, el lugar donde se entrenaban los guerrilleros, los espartanos dormitorios, los puestos de guardia, la prisión improvisada pero, también, el lugar donde se fusilaba a los prisioneros sin un juicio. Incluso, están señaladas cuatro tumbas. En este caso, no se trata de una reconstrucción. Son sepulturas reales.
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