El ministro de Cultura de Colombia sobre la colonización española: “No siento que el perdón deba ser una cosa negativa”
Juan David Correa se reúne estos días en Madrid con su homólogo Ernest Urtasun para tratar de llevar a su país el Estatuto del Artista aprobado por España y el Bono Joven Cultural
Juan David Correa (Bogotá, 47 años), ministro de Cultura de Colombia, ha llegado a Madrid con una agenda cargada de reuniones para solventar en 48 horas. Este martes se ha reunido con Ernest Urtasun, su homólogo español, para pedirle consejo sobre cómo adaptar el Estatuto del Artista en su país y, de paso, copiar el modelo del Bono Cultural Joven. Pero sabe que hay un tema que no va a poder obviar en esta maratón de encuentros que termina este miércoles, el que lleva décadas siendo un quebradero de cabeza para los gobiernos colombiano y español: ¿qué va a pasar con el galeón San José? Ese buque español hundido a cañonazos en 1708 por el almirante británico Charles Wagner frente a la costa de Cartagena de Indias que se disputan las diplomacias de ambos países, pero también los cazatesoros.
“Esto es un pecio arqueológico, no es un tesoro colonial”, afirma Correa en una conversación con EL PAÍS previa a su encuentro con Urtasun. “Hay que tratarlo con ese sentido de investigación arqueológica”. Aquí está la primera diferencia que el Gobierno del izquierdista Gustavo Petro marca al abordar el elefante en la habitación. El expresidente Juan Manuel Santos hizo de este hallazgo un emblema de parte de su gestión cultural. Se refirió al barco como “un tesoro de los colombianos”. Planteó una extracción en colaboración con una empresa privada a la que le llegó a garantizar el pago de sus labores con parte de lo que se extrajera del fondo del mar, con el respaldo de una ley nacional, y en contra del criterio de la Unesco.
Correa evita hablar en términos de propiedad. “No podría ser determinante en decir si es o no nuestro”, afirma en un primer momento, para luego recordar que “el galeón está en aguas territoriales colombianas”, y por tanto, “dentro del Estado colombiano”. A partir de esta premisa, construye un nuevo relato en torno al barco. Es el Estado, en concreto la Armada colombiana, quien se encarga de las expediciones y de las inmersiones en una zona que se ha convertido en secreto de Estado. “En abril o mayo, todo dependerá del estado del mar, sacaremos las primeras piezas y valoraremos cuál es su comportamiento en la intemperie”, explica. “Así podremos proponer una hoja de ruta para saber qué le podemos pedir a un privado”. Es decir, el actual Ejecutivo no renuncia a sacar los restos y, por tanto, no va a ratificar los tratados de la Unesco. Lo que va a hacer, asegura el ministro de Cultura, es llevar a cabo “una investigación histórica profunda que atraviesa tres siglos de historia”, siempre que los primeros materiales extraídos a 600 metros de profundidad aguanten en tierra firme. ¿Y si no es así? “El presidente tiene la intuición de que puede haber una extracción. Nosotros queremos contestarle a esa intuición con hechos científicos”, responde Correa. Según fuentes del equipo de Urtasun, el ministro español ha acudido a la reunión “sin ánimo de confrontar, ni hablar de propiedad del barco, sino desde el principio de colaboración y respeto a la preservación del patrimonio”.
Y añade: “No será, en todo caso, sacar monedas y lingotes para repartirlo entre unos cuantos”. Las teorías sobre la carga que llevaba en su interior el galeón han ido alimentando el hambre de los cazatesoros. El saldo que se recuerda periódicamente es de unas 200 toneladas de oro, plata y esmeraldas. Se ha llegado a traducir en miles de millones de dólares.
El interés de Correa es derivar el debate sobre el galeón San José hacia una nueva discusión que entronca con la descolonización de los museos impulsada por las instituciones culturales desde hace casi un lustro. “¿Cuál es la conversación colonial que debemos tener con España hoy para empezar a superar diferencias?”, plantea el ministro colombiano. “Los objetos o los restos arqueológicos que se han trasladado de un lugar a otro son apenas la punta del iceberg de algo mucho más profundo que tenemos que resolver”, prosigue el portavoz de un Gobierno que ha reclamado a España el Tesoro de los Quimbaya, un ajuar funerario que está en el Museo de América de Madrid. “En América Latina y en España nos corresponde volver a hablar de una manera mucho más clara de cómo nos vemos los unos a los otros”.
— El debate siempre se sitúa en si hubo colonización o no a partir de 1492.
— Hubo un proceso colonial y eso es incontestable. No se pueden tener conversaciones solamente contra una idea, digamos colonial, de hace tres o cuatro siglos. Por eso, mi propuesta es que si no hay un cambio cultural, no habrá un cambio social en Colombia, en toda América Latina y en España.
— ¿Cómo se consigue ese cambio cultural cuando, por ejemplo, Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, exige el perdón de España con un tono bronco?
— Yo estoy pidiendo como Estado perdón a nuestras comunidades en Colombia. No siento que el perdón deba ser una cosa negativa. Quizás a España le corresponde tomar la vanguardia y decir: “Oiga, aquí hubo un proceso en donde se cometieron cientos y miles de abusos”.
Correa apuesta por llevar este debate “al ámbito de lo cotidiano” y que no se quede solo en la disputa política o de la elevada esfera académica. “¿A través de qué? De la cultura y la educación para decidir cuál es la historia que tenemos que contarle a nuestros niños”. Calcula que le quedan algo más de dos años al frente del Ministerio de Cultura, adonde llegó después de dimitir de la editorial Planeta por lo que considera un caso de censura cuando su empresa se negó a publicar un libro que analizaba el poder de los Char, una de esas familias que gobiernan de manera fáctica Colombia. En este tiempo, explica, no pretende llenar el país de infraestructuras, sino fomentar y respaldar con recursos todas las iniciativas culturales que se han convertido en formas de resistencia ante la violencia atroz que vive su país desde hace más de medio siglo.
Su tarea es, además, convencer a los colombianos de que “podemos ser la esperanza del mundo. No estamos condenados a ser la violencia, el narcotráfico, el asesinato, la masacre. Ese relato lo cargo yo sobre mis espaldas, generacionalmente”, dice en nombre de una generación que se acerca a los 50 y que no ha conocido otra forma de vida que no fuera bajo el silbido de las balas.
— ¿Cómo ha conseguido el reguetón ser embajador de Colombia y articular ese nuevo relato?
— Hay que mirar con atención esa industria. Hay que dejar de oponer la alta cultura y la cultura popular. Eso es lo sano en un país que tiene artesanos, cantantes populares, directores de orquesta que pueden dirigir en San Francisco como Andrés Orozco, que tiene artistas como Botero o Doris Salcedo. Por eso pienso que si el relato de la violencia es el único que tienen las nuevas generaciones, vamos a condenar a todo el mundo al fracaso. Somos muchas otras cosas.
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