Anticuado o colonialista, cómo actualizar el Museo de América de Madrid
Un recorrido por el centro con una historiadora muestra la falta de contexto que ofrece, mientras los expertos están divididos sobre la necesidad de descolonizarlo
“El Museo de América está como en otro continente. Parece que hay que cruzar un océano para llegar”, dice Izaskun Álvarez Cuartero, profesora de Historia Colonial en la Universidad de Salamanca. Lejos del triángulo del arte en el centro de la ciudad, se encuentra al borde de la autopista, en la Ciudad Universitaria. Solo abre un día a la semana por la tarde. Es el segundo museo estatal que menos visitas recibió en 2022, con 63.651, solo por delante de la Casa de Cervantes en Valladolid (21.006). Y a menos que se acerque uno a la puerta y lea el rótulo, no tiene apariencia de museo, ni siquiera de casa-museo. Aunque lo más disuasorio quizás resulte su relato anticuado, sin intención, con cartelas escuetas y un montaje que no ha cambiado desde mediados de los noventa cuando se reinauguró. Dentro, parece que el tiempo se hubiera detenido. Lo que lo coloca en el centro del debate que más está removiendo el presente y el futuro del arte: la descolonización.
La antropóloga Lucina Jiménez, directora del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), del que dependen los 18 espacios museísticos más importantes de México, resume así la importancia de una nueva perspectiva: “La diversidad cultural es una realidad contundente, vivimos la revolución de las mujeres, de los derechos de las minorías y de los sures del planeta… Es fundamental que los museos sean parte de ese movimiento. Muchos siguen formulando la historia del arte o de la humanidad solo desde los poderes hegemónicos”. En el de América, en Madrid, se guarda gran parte del patrimonio americano que tiene España. Es decir, una selección de piezas arqueológicas y de arte virreinal que dan cuenta de cómo fue la llegada a aquellos territorios. Es el relato cultural de esos capítulos de la historia que siempre han sido objeto de disputa entre quienes consideran que fue una conquista y quienes justifican que fueron reinos españoles con ciudadanos de pleno derecho. Y de esas discusiones surgen preguntas que sobrevuelan hoy el Museo de América y otros centros de todo el mundo, especialmente los arqueológicos, etnológicos y antropológicos: ¿cómo se descolonizan?, ¿qué vestigios se deben devolver?, ¿hay que resignificarlos?, ¿deben quedarse como y donde están?
“Descolonización es un término relativamente contemporáneo, se aplica sobre todo desde la II Guerra Mundial. Apunta, primero, a la necesidad de que los museos incorporen a su estructura y relato la voz y los profesionales de aquellos países de los que incluyen algún contenido en su colección; el segundo elemento es la prohibición del tráfico ilegal de bienes artísticos. Finalmente, habla también de la restitución de las piezas obtenidas de forma ilícita”, explica Roger Dedeu Pastor, abogado del despacho Gabeiras especializado en derecho de la cultura. El Metropolitan de Nueva York, por ejemplo, acaba de encargarle a un equipo de cuatro expertos el rastreo del origen de piezas sospechosas. Este diario planteó esta cuestión al Ministerio de Cultura y Deporte, junto con varias preguntas más para el nuevo director del Museo de América, Andrés Gutiérrez Usillos, pero la petición fue rechazada a la espera de que “se asiente en el cargo”, en el que lleva un mes.
Ante la entrada del centro madrileño, Isabel Bueno, historiadora especializada en antropología de América e investigadora asociada de la Universidad de Varsovia, rebate la premisa: el museo, para ella, “no está colonizado”. El problema es otro: “Es un museo desinformado”, asegura tras recorrer sus salas. “Un museo antiguo con un discurso inexistente, ni siquiera tendencioso. El público de ahora tiene más necesidad de conocimiento. Además, ya viene con la mirada descolonizada”.
Bueno se sitúa en esa corriente que defiende que los territorios americanos no fueron colonias y expone la división de opiniones: “Para unos, a partir de 1796 España fue un Estado imperialista y depredador, y las culturas que estaban allí sufrieron genocidio y expolio, por lo que sí consideran que hay que descolonizar. Para otros, no fueron colonias porque ese proceso no se da hasta el siglo XIX y las culturas originarias ya eran depredadoras de antes. Además, quienes vivían allí tuvieron una valoración jurídica que no se da en el colonialismo”, defiende Bueno. Los matrimonios mixtos, los diputados representantes de las provincias convocados para aprobar la Constitución de Cádiz o la “relativa uniformidad” entre ciudadanos, según Dedeu, apoyan esta tesis, aunque el abogado reconoce que muchas situaciones, desde la perspectiva actual, se antojan “abusivas”.
Lucina Jiménez, desde México, plantea otra visión: “La llamada ‘conquista’ tuvo su fase destructora, violatoria de lo que hoy se llaman derechos humanos. Se llevaron el oro y la plata. El capitalismo surgió a raíz de la explotación de las riquezas del llamado Nuevo Mundo. De entre las cenizas o a partir de intercambios de mercancías, amores y placeres mutuos, de la resistencia se gestaron otras expresiones culturales y una cultura mexicana donde compartimos mucho, aunque también fue fruto de la explotación. La colonia necesitaba una administración para llevarse los frutos de la tierra de este lado de la orilla. Y luego la historia nos coloca frente a hechos que han enriquecido la vida intelectual de México, como el exilio español. Pero el criollismo y la ideología del indígena como algo del pasado, obligado a abandonar su lengua, o el menosprecio a la cultura afrodescendiente nos llaman a no ser maniqueos”. El debate llena así de dudas las salas de los museos. Y cuestiona incluso las piezas que oficialmente fueron compradas, cedidas o donadas: ¿en qué condiciones?
Cientos de ellas salieron de Perú, México o Colombia hasta los pasillos del Museo de América. Al acercarse a sus vitrinas, la historiadora Isabel Bueno lamenta una y otra vez cartelas tan escuetas: nombre de la pieza, lugar de procedencia, fecha aproximada y material. “Te preguntas: ¿Qué será eso?”, continúa, “me lo apunto y lo busco, ¿en casa? A mí me gusta llegar a los museos a entender y conocer. No me vale de nada esa referencia”. Jiménez cree que los museos deben esforzarse en ofrecer contexto y “múltiples lecturas”, incluidas las que pongan en cuestión su propia propuesta.
La zona inicial del Museo de América, que recrea el Real Gabinete de Historia Natural de Carlos III, es algo así como “un batiburrillo o un gabinete de curiosidades” para la historiadora Isabel Bueno: “Queda muy bonito, pero no te da ninguna información”. En lo alto hay una reproducción del calendario azteca. A falta de más explicaciones en las cartelas, Bueno se ríe: “A alguno le sonará de Tomb Raider”.
La experta reflexiona sobre cómo debería ser un proceso de descolonización en una institución de este tipo centrándose en las piezas arqueológicas. “Primero: detectar cuáles son los artefactos que son objeto de colonialismo, conocer cómo han llegado al museo, revaluar la interpretación que se hace del objeto y la forma en que se exhibe. Lo que cambia es la forma de mirarlo”.
La mayor parte de los fondos del museo se compone de donaciones, recuerda Izaskun Álvarez, en concreto son piezas de la monarquía hispánica del siglo XV al XVIII y de los museos de Ciencias Naturales y Arqueológico. “Es difícil saber si el donante tiene esa pieza por un expolio”, plantea. Se toca, aquí, otra paleta de grises. En el terreno legal, a falta de leyes nacionales, existe una serie de tratados internacionales firmados sobre todo entre los años cuarenta y setenta. Pero afectan solo a los Estados que se adhieran y no son retroactivos. “¿Qué sucede con el pasado? La línea de la Unesco es buscar el acuerdo entre países. Aunque siempre se trata de piezas que salieron de forma ilegal. Si han sido compradas, como los frisos del Partenón, se complica. ”, apunta Dedeu.
El proceso termina dependiendo de la voluntad descolonizadora de cada Estado. Y del diálogo con el país de origen, que la propia Unesco impulsa desde hace años con un comité intergubernamental creado para facilitar conversaciones y restituciones. “El ICOM [Consejo Internacional de Museos] tiene una directiva muy clara: pieza robada, si se puede justificar, pieza devuelta”, destaca Izaskun Álvarez. “El INBAL no acepta una obra, ni en donación, si no está clara su procedencia y las facultades legales de quien la hace”, agrega Lucina Jiménez. Pero Dedeu plantea más incógnitas: “Imaginemos que el Gobierno de Camerún reclama algo a Francia. Y que, sin embargo, la obra en cuestión perteneciera a una tribu anterior, en una época en que ese Estado ni existía. ¿De quién es?”. En el caso de España, las preguntas vuelven al punto de partida: si se considera que fue una colonización y, por tanto, un expolio, ¿habría que devolverlo todo? ¿Pero que pasaría si los habitantes de las provincias de ultramar eran ciudadanos españoles?
Si se llegara a determinar que hay que restituir objetos habría que evaluar, dice Isabel Bueno, “si en el lugar de procedencia están preparados para recibirlos y darles la validez que tienen. Trabajo con comunidades indígenas que no tienen ni idea de su pasado histórico”, dice la experta, cuyo trabajo se centra en pueblos originarios de México. “Hay que despojarse de sentimientos porque la historia son datos. La documentación te dice una cosa, tu debes mostrarlo y la opinión la tiene que dar quien lo contempla. Por eso creo que el conocimiento es la verdadera descolonización”, añade Bueno. Y en esto coincide con su colega Izaskun Álvarez: “El historiador no opina; analiza a partir de documentación”.
Una de las salas más controvertidas del Museo de América es la de los denominados cuadros de castas, que reproducen momentos de la convivencia de matrimonios mestizos (tanto de indígenas como de afros con españoles). A falta de cartelas que aporten información, solo queda debatir con la historiadora.
― Cada situación matrimonial tenía un concepto legal distinto. Como fruto de esa inmigración europea, asiática, africana, en un territorio enorme donde no había restricciones de matrimonios mixtos a la hora de las herencias, había que legislar muy bien,― explica la experta.
― ¿Inmigración africana? Fueron barcos llenos de esclavos que llegaron a América.
― Vale que España no tiene excusa, pero no tenía barcos negreros, ―continúa Bueno―. Eran los holandeses quienes los compraban y los vendían. Nosotros podíamos comprarlos. ¿Por qué se introdujeron los negros en América? Porque como los americanos eran españoles, los españoles no podían ser esclavos y necesitaban mano de obra.
― ¿Nos resta eso responsabilidad?
― No, claro. Pero, para poder hablar sin acaloramiento ni insultos, hay que conocer las cosas. Por supuesto que la realidad indígena cambió radicalmente, pero para saber qué grado de implicación ha tenido mi país en esos horrores, necesito conocer la historia.
Para Izaskún Álvarez no hay medias tintas: “No eran iguales, los americanos eran súbditos del rey, pero también subordinados. España fue una monarquía hispánica impresionante y un imperio. Pero gracias a América, al extractivismo. El nacimiento del racismo en España se ve perfectamente en la monarquía hispánica. Se ve en esa colección de cuadros de castas. Aquí se niega que seamos racistas. En los libros de texto de secundaria no se incluyen temas sobre la esclavitud. También habría que descolonizarlos”.
Pese a sus diferencias las historiadoras coinciden en lo complicado que resulta revisar un museo como el de América. Está la dificultad de dejar las ideologías a un lado y la condición de funcionarios con carácter técnico del personal de estos museos: “Sacan la plaza y pueden estar aquí o en el Museo del Ejército”, apostilla Álvarez.
Además “no hay recetas descolonizadoras”, apunta Lucina Jiménez. La antropóloga destaca la miríada de visiones distintas ya solo en América Central o del Sur, lo que la lleva a hablar de “efervescencia de microproyectos” en lugar de una tendencia unitaria. Como ejemplo, la exposición Arte de los Pueblos, disrupciones indígenas, que impulsó el INBAL: “ El proyecto arrancó de un diálogo en el que se invitó a opinar a líderes de pueblos diversos de todo el país, para escuchar y abarcar la complejidad de sus puntos de vista ”.
El otro factor determinante para que este proceso se lleve a cabo es el presupuesto. Sin dinero, no hay descolonización. El Ministerio de Cultura no ofrece desgloses: informa de que el presupuesto general para los museos para 2023 suma casi 29,5 millones en gastos de personal, 24 millones en gastos corrientes y dos millones en inversiones reales. El único dato sobre el Museo de América se refiere a su ejecución presupuestaria en 2022: tres millones de euros.
Miquel Iceta, actual ministro de Cultura y Deporte, se ha empeñado en decir en público que no hay orden desde su cartera para descolonizar los museos. Pero la elección de Gutiérrez como nuevo director del Museo de América parece indicar lo contrario. Varias fuentes consultadas, además de declaraciones en medios, avanzan que su mandato, si nada cambia con las elecciones del 23 de julio, se dirigirá hacia la reparación y relectura de la colección americana. Tal vez, el tiempo al fin se mueva en el Museo de América.
Babelia
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