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Tribuna
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XXI: ¿El siglo de la descolonización?

En todo el mundo caen las estatuas, y cada vez más de prisa. Pero estos males seculares exigen mayores esfuerzos en la política, la economía, la enseñanza e investigación de la historia

Michi Strausfeld
Templo Mayor, en la Ciudad de México
Una mujer visita las ruinas de Templo Mayor en Ciudad de México en 2019.picture alliance (GETTY IMAGES)
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Los 500 años de la caída de Tenochtitlan y los “indios conquistadores”

El 13 de agosto de 1521 es una fecha memorable: Hernán Cortés conquistó Tecnochtitlán. La capital de los aztecas había resistido durante dos años. Ya en 1519 Moctezuma había agasajado a Cortés con un lujoso banquete que dejó a los españoles atónitos. Pero de nada sirvió, ya que los forasteros no se dieron por satisfechos con los regalos obtenidos y siempre pedían más, sobre todo oro. Los códices dan cuenta de esta avidez con palabras poco halagüeñas: “lo buscaron como cerdos”.

Tenochtitlán, situada en el lago de Texcoco —igual que Tlatelolco, el pueblo hermanado— estaba unida con la tierra firme por cinco calzadas. Miles de chinampas, unos jardines flotantes muy fértiles, abastecieron a la ciudad, y los indios llevaron cada día abundantes frutas y verduras al mercado suntuoso de Tlatelolco, que ofrecía de todo. El mejor cronista de la conquista, Bernal Díaz del Castillo, lo describió maravillado: “Es dos veces más grande que la ciudad de Salamanca”. Los españoles admiraron los palacios y templos, el orden geométrico de calles y la canalización sofisticada de la ciudad, en aquel momento tal vez la más grande del mundo. Alejo Carpentier decía que París tenía entonces 13 kilómetros cuadrados y era sucia, Tenochtitlán en cambio 100 y era sumamente limpio. Tenía unos 100.000 habitantes.

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Para muchos historiadores 1521 significa el inicio de la globalización. El choque (desde 1992 se denomina “encuentro”) de las civilizaciones mesoamericana y española se produjo en todos los ámbitos: lengua, religión, cama, cocina, las artes. La mujer conocida como la Malinche era la mejor traductora de Cortés, “la lengua”, tal como la pintan los códices. Para los mexicanos en cambio es la peor traidora. Ella fue su amante y su hijo Martín es el primer mestizo conocido. Incontables más nacieron en las siguientes décadas.

Los conquistadores derrumbaron los templos y utilizaron esa piedra para erigir sus iglesias. Los cimientos del palacio de Moctezuma sirvieron a Cortés para construir allí su sede de gobierno. Todo recuerdo de la antigua alta cultura y sobre todo de su religión fue aniquilado. La cruz católica pasó a dominar, pero las viejas creencias sobrevivieron ocultas y se fusionaron: el resultado fue un sincretismo religioso palpable hasta hoy.

La sociedad en la Nueva España se mezcló. En la cocina se ve en seguida: Los alimentos autóctonos como el maíz, tomate, ají, aguacate, y tantos otros se mezclaron con aquellos que los españoles llevaron como el trigo, las vacas, la uva. En los jardines de los claustros las monjas desarrollaron laboratorios para estudiar muchas combinaciones. A partir de 1565 llegó además el galeón anual de Manila, cargado con alimentos asiáticos. México elaboró así un arte culinario de tres continentes.

Octavio Paz analizó el barroco mexicano señalando las fusiones de elementos europeos y autóctonos, así como la importancia de las aportaciones artísticas indígenas. El castellano latinoamericano ha incorporado miles de palabras del Nuevo Continente, la utilización de todas es su característica dominante.

Hoy, 500 años más tarde, los antiguos colonizados alzan la voz y reclaman justicia, disculpas, restituciones y reparaciones. Aunque el continente se independizó hace 200 años, persisten muchas secuelas de los tres siglos de gobierno virreinal que requieren cambios. Para entender el presente problemático, conviene conocer mejor el pasado.

La situación de África, India y Asia es diferente, ya que las luchas por liberarse del colonialismo datan mayormente de la segunda mitad del siglo XX. Bélgica está enfrentándose con sus crímenes en África Central —David van Reybrouck los ha descrito magistralmente en Congo—, y Bruselas ha reorganizado la colección de su Museo Real. Todos los grandes museos analizan ahora —preocupados— sus fondos. Macron pidió disculpas a Argelia, encargó un informe exhaustivo sobre la restitución del patrimonio cultural africano y promete actuar en consecuencia. Alemania devolverá los bronces de Benin y reconoció por fin el genocidio de los Herero y Nama. Pactó reparaciones y el presidente Steinmeier viajará en otoño a Namibia para disculparse. Indonesia tiene muchas cuentas pendientes con Holanda, y la alcaldesa de Ámsterdam reconoció el papel nefasto de esta ciudad en la trata de esclavos. Inglaterra tiene que encarar su pasado con el Commonwealth. Caso ejemplar es la India, “la joya de la corona”, ya que fue el país que dio riquezas incalculables a la madre patria. Muchos escritores indios han investigado esta historia desigual. Shashi Tharoor lo hizo en un espléndido libro, An Era of Darkness: The British Empire in India, el Premio Nobel Amartya Sen sacó un balance deprimente del Raj en sus memorias; Pankaj Mishra investiga en Las ruinas de los imperios: la rebelión contra Occidente y la metamorfosis de Asia y la pronostica en La edad de la ira. En todo el mundo caen las estatuas, y cada vez más de prisa. Pero estos males seculares exigen mayores esfuerzos (algunos dolorosos) en toda la sociedad, y grandes cambios en la política, economía, la enseñanza e investigación de la historia para que tengamos una descolonización verdadera en el siglo XXI.

Michi Strausfeld es editora y autora de Mariposas amarillas y los señores dictadores (Debate).

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