Maria Cardona, agente literaria: “Ya no es como en tiempos de Carmen Balcells, no te ponemos un piso para escribir, somos precarias”
La menorquina convirtió a ‘La mala costumbre’ en el libro más deseado de la última feria de Fráncfort y se ha especializado en internacionalizar a voces alérgicas al aburguesamiento cultural
Más que por vocación, Maria Cardona (Es Castell, Menorca, 37 años) dice que su carrera como agente literaria llegó por casualidad. Fue licenciarse en Traducción e Interpretación y entender que “odiaba profundamente” todo aquello para lo que se había preparado. Tuvo un escarceo como editora (su padre le aconsejó por esa vía porque “nunca en tu vida has hecho nada más que leer”), pero todo cambió cuando respondió un anuncio de la agencia literaria Schavelzon y allí aprendió casi todo lo que aplica estos días en su trabajo.
Tras pasar nueve años en la española Pontas, y ahora desde la internacional Aevitas (para la que trabaja desde su casa en Barcelona), Cardona es la agente de la novela de la que todo el mundo habló en la feria de Fráncfort de 2022. Allí vendió once traducciones (ya lleva trece; la última, en finlandés) de La mala costumbre, el debut de Alana S. Portero, una escritora a la que seguía como fan desde que autopublicaba en su Patreon. Ese instinto, el de prestar atención allí donde el sistema no mira, la ha hecho reclutar e internacionalizar a otras autoras y autores imprescindibles en la nueva narrativa. De Elena Medel a Avni Doshi, pasando por María Sánchez, Devika Rege, Maria Nicolau, Begoña Gómez Urzaiz o Eudald Espluga, esta menorquina se ha erigido en la agente que rastrea esas voces a las que no perder de vista.
Pregunta. ¿Cómo se hace para tener el ‘libro caliente’ de Fráncfort?
Respuesta. Hay una parte de suerte porque no sabes de qué historia se van a enamorar en la feria, pero también hay otras dinámicas que puedes controlar. De septiembre a noviembre se vende más porque los editores tienen más dinero en los bolsillos y necesitan comprar. Es decir, un libro no correrá la misma suerte si se manda el 1 de julio que el 1 de diciembre. Antes de Fráncfort, tú puedes controlar esa parte.
P. ¿Por eso explotó La mala costumbre?
R. Y por más factores. Alana llevaba con esa novela cuatro años en su cabeza. Yo la llamaba y le decía: “¿Cómo lo tienes?”. Le insistía porque sabía que ya había tres o cuatro editores españoles interesados en publicar un libro suyo. Cuando la acabó, mandé la novela un lunes y el martes ya tenía dos ofertas. Eso es rarísimo. Con ella percibías que había muchas ganas de leerla.
P. ¿Y cómo se internacionaliza ese interés?
R. En Fráncfort tienes congregados a los editores del mundo hablando de libros en el mismo espacio. Y los scouts (rastreadores) ya venían enamorados del libro. Allí, todo el mundo pregunta qué has leído y, lejos de ser cínicos, se aconseja sinceramente. Yo siempre digo que, al final, la gran mayoría es buena persona. No habrá editores que te digan: “He perdido la subasta, ni te lo mires”. Te dirán: “Lo he perdido y se me ha roto el corazón porque el libro me ha encantado. Tú deberías comprarlo para tu país”. Esto siempre se lo digo a Alana: “Si tú no hubieras hecho un libro maravilloso, esto no hubiese pasado”.
P. El gran público conoce a Andrew Wylie (“El Chacal de los libros”) o recuerda a Carmen Balcells como la gran agente literaria española. ¿Qué ha cambiado para que los agentes ya no formen parte de ese star system y su trabajo quede más en la sombra?
R. Yo ni me identifico ni formo parte de esa generación. Ya no es como en tiempos de Carmen Balcells, no tiene nada que ver con lo que pasa ahora. Ya no te ponemos un piso para escribir, no nos lo podemos permitir. La mayoría de la gente que conozco que trabajamos en esto, precisamente, somos precarias. Después de Balcells llegaron Mónica Martín, Sandra Bruna, Silvia Bastos, María Lynch o Marina Penalva. Pero de mi generación, que trabaje como yo, solo me identifico con Sandra Pareja, que también es una editora que ha dado el salto a una agencia internacional.
P. ¿Qué ha cambiado?
R. Internet, para bien y para mal, ha roto muchas barreras. Este ya no es un mundo tan boyante y glamuroso. Hay menos impedimentos para vender derechos a otros países y para representar a alguien que, por ejemplo, vive en Nueva Zelanda. Esta ya es la dinámica del sector editorial, que al final funciona como el cultural: la mayoría trabajamos mucho y cobramos poco. Al menos, los de mi quinta y los que vienen detrás.
P. Casualidad o no, las voces que ha fichado tienen un discurso que rompe con el relato burgués del brillo cultural.
R. Es que es lo que me interesa. Este mundo sigue siendo muy complicado de acceder y todavía más de mantenerse, pero la educación, a esta generación, también nos dio el poder de ser críticos y de saber elegir aquello en lo que crees. También cuenta, claro, la trampa de la vocación. Nos hemos entregado a la pasión por los libros.
P. ¿Cómo se consiguen traducciones para un libro en 2023?
R. No lo conseguirás si no has tenido éxito en casa. Y eso no tienen por qué ser ventas. El éxito puede ser una reseña buena en Babelia o cuatro lectores muy influyentes que digan que eres lo mejor de la literatura. Y con Estados Unidos pasa igual: tú puedes haber publicado en Tin House, una editorial muy pequeña, y vender poquísimo, pero te hace una buena reseña The New Yorker y aquí, en España, ese autor o autora será recibida como un fenómeno editorial de calidad.
Ni los editores ni los agentes somos censores. Lo que ocurre con estas afirmaciones sobre la supuesta censura es que vivimos en 2023 e igual hace cinco años estaba bien que dijeras una cosa que siempre estuvo mal.
P. ¿Y el dinero?
R. Los anticipos en España no son igual que en Francia, Estados Unidos o Reino Unido. La diferencia es abismal, pero un editor internacional no se va a pelear por un libro si no ha tenido una buena recepción en su país.
P. ¿Una reseña viral en BookTok (el rincón literario de TikTok) ayudará a vender más que una buena acogida en la crítica cultural de los medios tradicionales?
R. Totalmente.
P. En una entrevista reciente, Ariana Harwicz aseguró que la censura en el mundo editorial ya no se aplica porque los escritores se censuran solos en casa. ¿Qué le respondería?
R. Ni los editores ni los agentes somos censores. Sí que trabajamos muchísimos los libros. En Estados Unidos se edita muchísimo, más que aquí, y salen libros que son mucho mejores que en su primer borrador. Lo que ocurre con estas afirmaciones y provocaciones sobre la supuesta censura es que vivimos en 2023 e igual hace cinco años estaba bien que dijeras una cosa que siempre estuvo mal. Igual tú no te has actualizado o te has repensado, que es algo que a todos nos viene estupendamente. Hemos avanzado como sociedad, no hay que darle más vueltas.
P. También dijo que el mundo editorial ha creado una “trampa de mercado”, que a los autores trans solo les dejan escribir sobre ser trans.
R. Eso no es así. Yo, de Alana, pues como si me quiere escribir un thriller. Me lo leería encantada porque ella, lo que sabe es escribir.
P. Hay cierto resquemor entre los círculos de la crítica cultural, se dice con la boca pequeña que ahora se premia a mujeres porque toca premiarlas.
R. Quizá es que ha tocado a los hombres durante 50 años, ¿no? Los círculos de los escritores y de la crítica son muy distintos, pero las que compramos libros también estamos aburridas de que aquello fuese así siempre.
P. ¿Cómo se hace para fichar a alguien antes de que se interesen agencias tan potentes como la de Andrew Wylie?
R. Pues cuesta muchísimo. He perdido tres autores este año porque se adelantaron. Hay que ser rápida y llegar muy, muy pronto.
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