Ian Grados, el chico con trastorno del espectro autista que superó la ansiedad escribiendo una novela de Manolito Gafotas
El joven autor creó la obra de ‘fan fiction’ como ejercicio escolar y se la envió a la creadora del personaje, Elvira Lindo. La escritura le ha ayudado en su camino para volver a la enseñanza presencial
Un día la escritora Elvira Lindo recibió por correo electrónico un libro, de unas 60 páginas, en el que se leía el título Manolito se hace mayor. Era un volumen de su célebre saga protagonizada por Manolito Gafotas, pero… un momento… si no le fallaba la memoria, ese nunca lo había escrito. No estaba entre las ocho entregas publicadas. “Creado e ilustrado por Ian Grados Marín”, también se leía en la portada. Y resulta que aquel suplantador inesperado no solo había escrito la historia, sino que también había sustituido los icónicos dibujos de Manolito salidos, tradicionalmente, de la mano de Emilio Urberuaga. Y con bastante gracia, todo hay que decirlo.
El ejemplar tenía todas esas cosas que tienen los libros de verdad. Primera edición: junio de 2023. Impreso en: Instituto Pla de les Moreres de Vilanova del Camí, Barcelona (muy lejos, por cierto, del madrileño Carabanchel Alto de Manolito). Y esta aclaración: “Ninguno de los personajes que salen en este libro (aparte de los que me he inventado para la historia) son míos, tan solo es un libro fan-made, es decir, un libro que no tiene como propósito ser vendido o hacer negocio con él, tan solo se ha hecho por diversión y para un trabajo escolar, no estamos infringiendo derechos de autor”.
“Estoy muy nervioso, nunca me imaginé que me iban a entrevistar”, dice ahora el autor Ian Grados desde el rectángulo de una videoconferencia, enmarcado junto a su padre, Joan.
Ian es un chaval muy locuaz, de 15 años, con trastorno del espectro autista (TEA). Muy prolijamente explica cómo, tras estallar la pandemia de covid-19 (“yo lo llamo el bicho”), comenzó a sentir un miedo tremendo a asistir a clase y contagiarse. “Iba al instituto, pero solo podía entrar en el vestíbulo, no pasaba de ahí: lloraba, gritaba, no podía”. Desde entonces tuvo atención domiciliaria: los profesores, uno por curso, le fueron visitando en casa.
Una de ellas, Nuria, fue la que le descubrió los volúmenes de Manolito, que había leído en su infancia y que fueron del agrado de Ian. “Me gusta mucho más que El señor de los anillos o Harry Potter, porque puedo identificarme con los personajes”, dice. “Mola más, es más guay”. Así surgió la idea de hacer una nueva entrega. En el octavo y último libro de Lindo, Mejor Manolo, publicado en 2012, diez años después de la anterior entrega, Manolo ya ha crecido. Pero no tanto. El joven Ian va más allá; en esta nueva aventura los personajes ya tienen una edad: Manolito está casado con Melody Martínez y tiene dos hijos que son pequeñas versiones del Manolito niño y del Imbécil. “La escritura me divirtió mucho y me ayudó a poner la cabeza en otra cosa que no fueran mis miedos”, dice Ian, “estaba ahí, escribiendo mi librico chulo, y p’alante”. Ahora parece que Ian podría tomar la senda que le llevaría de nuevo al instituto.
Elvira Lindo es una escritora que logra gran conexión con sus lectores (no hace falta más que verla en una firma de libros), por todos sus títulos, pero muy especialmente por los de Manolito. “Manolito logra cierta relación de camaradería con el lector”, dice la escritora, “como si el niño que habla en el libro fuera de verdad y se convirtiera en un compañero de juegos. Los que tienen problemas de comunicación encuentran un amigo que no les pone a prueba. Manolito no es un niño con grandes dotes para lo físico, es un poco desastre, no se mide con el lector”.
Así, gracias a Manolito, Lindo ha recibido grandes muestras de agradecimiento y conocido muchas “historias singulares” procedentes de muchos lugares del mundo donde la serie se ha traducido (también ha tenido problemas con la corrección política estadounidense). Por ejemplo, esa niña iraní que empezó a leer los libros en farsi y luego aprendió español y a la que Lindo ha visto crecer. “Ahora es una investigadora biomédica en Europa y me sigue escribiendo en buen español”, dice. O aquel niño migrante marroquí en Barcelona que encontró en Manolito a su primer amigo en España y que se puso a llorar cuando descubrió que no existía, que era un personaje de ficción. “Le dije que pensara que en el mundo hay muchos niños como Manolito”, recuerda Lindo. O esos niños que sufrieron bullying y que encontraron acompañamiento en estos libros, aunque la autora los concibiera sin ningún ánimo terapéutico.
Un artista en la familia roquera
Ian Grados nació en familia roquera, su padre es músico y productor (al fondo se ve una guitarra enfundada) y su madre, Mary, aficionada al género, aunque Ian no tanto: es conocido que el rock ya es una cosa algo viejuna para las nuevas generaciones. “Somos viejas glorias”, dice Joan. Lo que a Ian sí le venía gustando era el dibujo y el diseño gráfico, y no era demasiado aficionado a la literatura, más allá de Manolito, hasta que se puso a escribir. “Un día apareció con el libro, y no nos había dicho nada, como si no le diese importancia”, explica su padre. “Resulta que tenemos un artista en la familia”.
A Ian le diagnosticaron Trastorno de Espectro Autista cuando tenía dos años y medio. “No me gusta que me llamen ‘autista’, suena como despectivo, la gente piensa que somos tontos o que estamos enfermos. Prefiero que digan que tengo TEA”, explica el chaval. Su caso está dentro del llamado alto rendimiento, así que hace una vida no tan diferente a la de otros niños. Según su padre, donde más se nota su condición es en ciertos desequilibrios: tiene un buen nivel computacional y cognitivo, pero luego le cuesta alcanzar la psicomotricidad necesaria para atarse los zapatos con facilidad o montar en bici.
“Tengo muchas manías, muchos miedos”, se lamenta Ian, “así que mi día a día es un poco lioso. Si pudieran quitarme algo, pediría que fueran esas manías y esos miedos”. Entre los múltiples estereotipos que pesan sobre las personas con TEA está el de que son frías, distantes y sin empatía. No es el caso de Ian. “Es un chaval cariñoso y cercano”, dice su padre. Eso parece.
Antes de acabar, Ian quiere hacer una petición. “Me gustaría que pusieras en el periódico que este libro se lo dedico a mi yaya, que nos dejó hace un año. Ella siempre me decía que siguiera estudiando, que llegaría lejos. Dile que muchas gracias por confiar en mí y que la quiero muchísimo: hasta el infinito y más allá”.
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