Las noches mágicas de ópera al aire libre en la Arena de Verona cumplen 100 ediciones
Juan Diego Flórez debuta en el coliseo italiano cantando en la nueva producción de ‘Rigoletto’, del comediante Antonio Albanese, que protagoniza Luca Salsi. El festival compagina seis reposiciones y dos nuevas puestas en escena con grandes repartos
“¡Se acerca una tormenta!… La noche será más oscura”. Estas palabras, cantadas por el sicario Sparafucile, sonaron casi como un conjuro, el pasado 20 de julio, en la Arena de Verona. De repente, el cielo de la ciudad italiana se alió con la ópera Rigoletto, de Giuseppe Verdi. Los destellos reales se confundieron con los ficticios. Una brisa comenzó a acariciar a los miles de espectadores del anfiteatro romano al son de arpegios de la flauta y el flautín. Y el retumbar de la cuerda grave, junto al murmullo cromático del coro a boca cerrada, que simulaba fuera de escena el inicio del vendaval, dio paso a las primeras gotas de lluvia. La representación se fundió con la realidad.
Vivimos uno de esos momentos mágicos que deparan las noches de ópera al aire libre en la Arena de Verona. Un festival veraniego que este año celebra su edición número 100 con seis reposiciones emblemáticas de las últimas tres décadas, de producciones de Rossini, Bizet, Verdi y Puccini, y dos nuevas puestas en escena de Aida y Rigoletto. Una legendaria cita lírica creada, en 1913, el año del centenario de Verdi, por el tenor veronés Giovanni Zenatello y ubicada en uno de los anfiteatros romanos mejor conservados de Europa. Un desfile de grandes voces y monumentales producciones escénicas que tan solo han interrumpido dos guerras mundiales y una pandemia.
Su actual intendente, la soprano veronesa Cecilia Gasdia, ha recuperado tres producciones de Franco Zeffirelli para conmemorar el centenario del afamado régisseur fallecido hace cuatro años. Se trata de Carmen, con la que debutó tardíamente en la Arena, en 1995, y que contó con la propia Gasdia como Micaela. Pero también de Madama Butterfly, estrenada en 2004, y La traviata póstuma, de 2019. Dos producciones son de Hugo de Ana, con su imaginativo Barbero de Sevilla, de 2007, ambientado en un jardín dieciochesco de flores gigantes junto a su monumental Tosca, de 2006. Y la lista de reposiciones se cierra con el Nabucco ya clásico, de Gianfranco de Bosio, que se estrenó en 1991 y ha regresado en varias ocasiones al coliseo veronés.
Todas las escenografías pueden verse desmontadas, en los días que no hay función, en los alrededores de la Arena y de la Piazza Bra. Inclusive las dos nuevas creadas por Stefano Poda y Antonio Albanese. Una futurista visión de Aida, del primero, que refleja el mundo tumultuoso e intimista de la ópera de Verdi con una gigantesca mano que representa el poder del hombre. Y una sencilla puesta en escena de Rigoletto, donde Albanese evoca el cine neorrealista italiano. Una forma atractiva de conjugar presente, pasado y futuro, tal como destaca Gasdia en su breve presentación en el libro-programa del festival titulado en italiano 100 veces la primera vez.
En esa publicación también se recuerda el esplendor vocal asociado con este festival, con un breve apartado dedicado al centenario de Maria Callas. La grecoamericana no solo triunfó en su debut, en 1947, cantando La Gioconda, de Ponchielli, cuando todavía era una desconocida, sino que aquí conoció a su futuro esposo y mánager, el industrial veronés Giovanni Battista Meneghini. Después regresó en los cincuenta para cantar La traviata, Aida o Il trovatore. Precisamente ese nexo del festival con los grandes astros de la lírica se ha intensificado en las últimas ediciones. Entre los numerosos repartos que incluyen a sopranos como Anna Netrebko, Nadine Sierra, Lisette Oropesa, Sonya Yoncheva se suma el debut de Asmik Grigorian. Los tenores cuentan con Roberto Alagna y Vittorio Grigolo, pero también el debut de Juan Diego Flórez y de Piotr Beczala. Y en la cuerda de barítono no faltarán grandes especialistas verdianos como Luca Salsi y Ludóvic Tezier.
También hay lugar para veladas con grandes estrellas en la Arena, como el referido Flórez o Jonas Kaufmann, pero además se homenajeará a Plácido Domingo, el próximo 6 de agosto. El Coro y Orquesta del Teatro La Scala de Milán visitará por vez primera el coliseo veronés con Riccardo Chailly. E incluso ha habido una gala de ballet protagonizada por el bailarín Roberto Bolle, el 19 de julio, que no se detuvo a pesar de otra intensa tormenta. De hecho, el bailarín italiano afrontó en solitario su performance final, titulada Sphere, bajo una intensa lluvia que propició otro momento mágico sobre el escenario de la Arena.
Por el contrario, la lluvia obligó a interrumpir la función de Rigoletto, del 20 de julio, en la parte final del tercer acto. Parecía que Gilda, ataviada con vestido masculino, no entregaría su vida para salvar al Duque de Mantua. Pero veinte minutos después, y tras la intervención de los operarios para secar el escenario, vimos a Sparafucile apuñalar a la joven. Y asistimos a una escalofriante interpretación de la scena e dueto finale de la ópera en donde Rigoletto descubre a su hija moribunda dentro de un saco.
En los minutos finales, el barítono Luca Salsi redondeó su poderoso retrato del bufón verdiano, hasta convertirse en el gran triunfador de la noche. Pero, al cantar “¡Qué noche tan misteriosa! ¡Una tormenta en el cielo... y un asesinato en la tierra...!”, los destellos volvieron sobre nuestras cabezas. Y la incipiente lluvia aportó una tensión adicional a las últimas páginas de la partitura. Salsi exhibió una voz flexible e ideal para hacerse oír en la inmensidad de la Arena. Su timbre no es especialmente bello, pero sí intensamente dramático. Y da vida con imaginación a las inflexiones y matices de la partitura, que sabe aderezar con un excelente legato. Su interpretación de la escena recitativo Pari siamo fue modélica.
El principal atractivo de la función fue el debut en Verona del tenor Juan Diego Flórez. Afrontó el esquivo Duque de Mantua, que ya probó en Dresde, en 2008, y después canceló en el Teatro Real de Madrid, al año siguiente. Entonces aseguró que no lo volvería a cantar hasta 10 o 15 años después, aunque volvió al mismo hace pocos años en la Ópera Estatal de Viena. En Verona, el peruano empezó casi inaudible en la balada Questa o quella. Su vocalidad ligera y belcantista siguen encajando mal con el metal que exige el personaje verdiano, pero su madurez aseguró un bellísimo inicio del segundo acto. Un exquisito Parmi vedere le lagrime que culminó con una brillante cabaletta Possente amor mi chiama, donde adornó su repetición, aunque sin el innecesario re sobreagudo final que cantó en Dresde.
Del resto sobresalió la excelente Gilda de la joven soprano italiana Giuliana Mazzola, que sustituía a la armenia Nina Minasyan y fue la otra triunfadora de la noche. De voz grande, flexible y musical, hizo las delicias del público veronés con su exquisito fraseo y seguridad en los agudos; su fermata en el rondó Caro nome, donde ascendió hasta el mi sobreagudo, fue admirable. Por lo demás, el bajo Gianluca Buratto fue un firme Sparafucile que lució graves en su presentación del primer acto. Y la mezzo Valeria Girardello bordó su parlato buffo en el famoso cuarteto Bella figlia dell’amore, que fue otro momento destacado de la noche.
El circo de la Arena impone cierto grado de exhibición vocal. Quedó patente en muchos agudos añadidos, pero especialmente en el innecesario bis de la cabaletta de Gilda y Rigoletto que cierra el segundo acto Sì, vendetta, tremenda vendetta. Marco Armiliato fue un buen concertador al frente de la Orchestra de la Fondazione Arena di Verona, aunque sin excesivas sutilezas. Y el tercer elemento de excelencia, además de Salsi y Mazzola, fue el Coro del festival, que prepara Roberto Gabbiani, y tuvo excelentes intervenciones, como el coro burlesco Zitti, zitti en pianísimo y staccato.
La puesta en escena del comediante Antonio Albanese fue otro acierto. Una propuesta sencilla y bien dirigida que utiliza el trasfondo de las películas neorrealistas italianas de los cincuenta. Al inicio de la ópera vemos un cine de verano donde se proyecta Bellísima, de Visconti, mientras la orquesta toca el breve e intenso preludio de Verdi. Fue una forma de encajar la desenfadada fiesta del inicio con el dramatismo del preludio, por medio de la desgarradora escena en que la actriz Anna Magnani que contempla cómo unos adultos se burlan sin piedad de su hija pequeña en la prueba para una película. Todo lo demás conjuga el retrato social de la época con la trama de Verdi con gusto y sin disonancias.
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