Riccardo Muti peregrina a Jordania para apoyar con una fusión de músicas a los refugiados sirios
El director italiano defiende un Mediterráneo intercultural sin jerarquías en su visita musical al país árabe con un concierto en el teatro romano sur de Gerasa y una visita al campamento de Zaatari
Tras la introducción orquestal de la famosa cavatina Casta Diva, de la ópera Norma, Riccardo Muti (Nápoles, 81 años) detuvo a los músicos de la Orquesta Juvenil Luigi Cherubini. Aconteció la noche del pasado domingo, 9 de julio, en el histórico teatro sur de la ciudad romana de Gerasa (Jordania). Se escuchaba el canto amplificado de los almuédanos desde los minaretes de las mezquitas, que llamaban a la oración. Y el director italiano interrumpió la música de Bellini como acto de respeto, algo que el público jordano reconoció con una salva de aplausos. Durante unos minutos, se escuchó la llamada islámica al rezo nocturno, con efectos responsoriales que formaban asombrosas polifonías. Una vez terminado, el maestro volvió a comenzar Casta Diva desde el principio y prosiguió el concierto.
Las peregrinaciones musicales de Muti con su orquesta de jóvenes lo han llevado este año hasta Jordania. Un proyecto del Festival de Rávena, llamado Los caminos de la amistad, que pretende crear vínculos fraternales con ciudades heridas por la guerra, el terrorismo o las catástrofes naturales. Su vigesimoséptima edición arrancó con el referido concierto en el gran teatro sur de las ruinas romanas de Gerasa, como forma de honrar la labor humanitaria de este país. Y también incluyó una visita al campamento de refugiados de Zaatari, en la frontera norte con Siria. Un lugar donde se concentran 82.000 sirios que huyeron de la guerra civil de su país. Muti promovió allí un concierto con los instrumentistas del campamento, varios músicos profesionales y un quinteto de viento metal de la Orquesta Cherubini. Una velada que terminó con el público y los artistas bailando abrazados al son del mizmar (antepasado del oboe de origen persa) y el derbake (tambor árabe tradicional).
El director italiano ha vuelto a sumar instrumentistas locales a los integrantes de su orquesta. En esta ocasión han sido nueve músicos de la Sinfónica del Conservatorio Nacional de Amán, que alternaron en los primeros atriles de violín, viola y violonchelo con sus colegas italianos. Lo explicó en un breve discurso antes de su concierto: “Esta noche, la orquesta incluye músicos italianos y jordanos que no hablan el mismo idioma. Pero sentados juntos expresan las mismas emociones, el mismo amor por las cualidades humanas”. El director ha insistido estos días en su defensa de un mediterráneo intercultural sin jerarquías: “Sueño con unir la cultura mediterránea desde España y Marruecos hasta Grecia y Jordania. Una cultura donde crecen las mismas flores y con el olivo como símbolo de paz”, comentó el domingo, durante una comida con la prensa, frente al Ministro de Turismo y Antigüedades de Jordania, Makram Mustafa Al-Qaisi, y su homóloga de Cultura, Haifa Najjar.
El concierto de Gerasa ha intentado ser un diálogo entre la civilización musical occidental y oriental. Por esa razón, no se limitó a combinar a músicos italianos y jordanos dentro de su orquesta, sino que añadió tres canciones firmemente vinculadas con la tradición árabe en diferentes épocas y estilos. Las tres se escucharon seguidas como un extenso interludio de unos veinte minutos. Fueron acompañados por dos músicos sirios de ud [laúd árabe] y percusión, Saleh Katbeh y Elias Aboub, junto a la sección de cuerda de la Orquesta Cherubini, con los músicos jordanos en los primeros atriles. Lo inició una canción de la versátil compositora siria Dima Orsho, que ha colaborado con artistas tan diferentes como Yo-Yo Ma y Tina Turner. Un melancólico dueto con la particular combinación de la mezzosoprano Mirna Kassis y el contratenor Razek-François Bitar, ambos sirios. Siguió una de las estrellas actuales de la canción jordana, Zain Awad, con un tema de los hermanos Rahabani. Y terminó Ady Naber, un popular tenor jordano que cantó un ejemplo de la tradicional Muwashah.
Muti se limitó a dirigir las tres composiciones clásicas. Fue un programa cuidadosamente seleccionado con el destino como denominador común. Tres manifestaciones éticas y estéticas del eterno conflicto entre lo sobrenatural y lo humano: el segundo acto de Orfeo y Eurídice (1762), de Gluck, que culmina la gran tradición mitológica de la ópera; el canto a la luna mediterránea de Casta Diva, de la Norma (1831) de Bellini, donde colisionan los derechos humanos y los decretos divinos; y una reflexión sobre la fractura entre dioses y hombres elevada por Brahms a partir de los versos de Hölderlin en su composición sinfónico-coral Canción del destino op. 54 (1871).
Tras los himnos nacionales de Jordania e Italia, el concierto arrancó con Gluck. Una lectura alejada de la dominante estética historicista, aunque con la novedad para el director italiano de utilizar la voz de un contratenor como protagonista. Al principio, intimidaron poco las furias, pero todo prosiguió hacia una cautivadora musicalidad, que tuvo como punto álgido la escena de los Campos Elíseos. Aquí el italiano Filippo Mineccia elevó con admirable expresividad la mezcla entre cantar y recitar del aria Che puro ciel, idealmente amplificado y sustentado por un acompañamiento de exquisita filigrana. La soprano cubano-americana Monica Conesa cantó con gusto Casta Diva, aunque su admiración hacia Maria Callas la acercó a la caricatura. Aquí el acompañamiento dirigido por Muti marcó la diferencia, con una ideal aleación armónica de cuerda y viento junto al refinado solo de la flautista Chiara Picchi.
Pero lo mejor de la velada llegó al final, tras el extenso interludio de música árabe, con Brahms activando intemporalmente los versos de Hölderlin. Muti tensó esa oposición entre la luz celestial del mi bemol mayor, que abre la obra, y las tinieblas humanas en do menor, de la sección central, donde brilló el Coro Cremona Antiqua. Pero el momento más emotivo lo reservó para la recapitulación que cierra la obra, ahora en do mayor, y dibujando la inmensa interrogación que es nuestro presente.
No faltaron anécdotas y particularidades en el concierto. Los milpiés negros que asomaban por las grietas de las gradas del teatro romano provocaron varios sobresaltos entre los espectadores. Un público acostumbrado a vivir la música de una forma más participativa y mayoritariamente entregado a la fiebre tecnológica de filmar e inmortalizar todo con sus teléfonos móviles.
Entre los asistentes al concierto hubo una pequeña representación de 18 refugiados sirios del campamento de Zaatari. Muti lo había visitado el día anterior con un grupo de músicos y periodistas para conocer y difundir su admirable ejemplo de resiliencia en medio de la incertidumbre. Nació, en 2012, como un conjunto de tiendas de campaña para acoger a los primeros refugiados sirios que huían de la guerra civil de su país y no ha parado de crecer. En la actualidad ha alcanzado las dimensiones de una ciudad dividida en varios distritos de habitáculos prefabricados con decenas de centros comunitarios, escuelas, centros de salud y tiendas. Un lugar sostenido energéticamente por una gigantesca planta de energía solar ubicada a las afueras del campamento y con particularidades futuristas como el sistema de pago a través del iris del ojo, que permite a cada refugiado administrar el subsidio que recibe para su supervivencia.
El coordinador del campamento, Adam Nord, del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) explicó el papel que desempeña la música en la vida cotidiana de Zaatari. Un doble programa que, por un lado, instruye a los jóvenes refugiados en la música tradicional, como forma de activar las reuniones sociales. Y, por otro, con un programa para adultos como una forma de terapia. Mahmoud, un profesor sirio de educación física, de 45 años, participa en este programa donde toca y enseña a tocar el ud [laúd árabe]. Lleva 10 años en el campamento y tiene cinco hijos, tres de ellos nacidos aquí. Como todos los residentes, sueña con regresar a su país y vivir en paz.
Muti promovió un concierto con instrumentistas de Zaatari, donde la música árabe convivió con arreglos de varias canciones napolitanas. Y les regaló varios instrumentos nuevos. Una velada donde quedaron patentes las férreas tradiciones patriarcales árabes, que separaban entre el público a los hombres de las mujeres y donde la música parece un terreno vetado para ellas. Pero, a pesar de todo, una mujer, la mezzosoprano siria Mirna Kassis, actuó como cantante, instrumentista y hasta directora del improvisado concierto. Ella misma tuvo que abandonar Siria, en 2012, tras el estallido de la guerra civil, y ha conseguido formarse en Italia hasta construir una brillante trayectoria internacional como cantante de ópera y de música tradicional árabe. Un ídolo para las niñas refugiadas que se hacían fotos con ella al final.
Los caminos de la amistad terminó este martes, en Pompeya, con la repetición del concierto en el Teatro grande de la ciudad italiana. Ha sido el otro lado de un puente que Muti ha construido entre ambas ciudades romanas a través de la música y la cultura.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.