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William Dalrymple, historiador: “El inmenso poder de la Compañía de las Indias es una advertencia sobre las grandes corporaciones”

El escritor e historiador escocés examina en su último libro, ‘La anarquía’, la influencia de la empresa privada británica en las incursiones imperialistas

William Dalrymple
William Dalrymple, en el pasado Kite Festival 2022 en Kidlington, Oxfordshire, en junio.Lorne Thomson (Getty Images)

“La facultad de influir en gobiernos a través de lobbies financiados por las grandes corporaciones de hoy día, como Meta, Google o Twitter, no es un problema de este siglo, ya que hace 300 años la Compañía Británica de las Indias Orientales ya ejerció un inmenso poder sobre naciones de Asia o incluso la propia Gran Bretaña”, advierte el escritor e historiador escocés William Dalrymple, de 57 años, a este periódico por videollamada. Miembro de la Royal Historical Society y de la Royal Asiatic Society, doctor honorario de varias universidades británicas e indias y autor de libros y ensayos sobre la India actual o su pasado colonial, advierte en su última obra, La anarquía, publicada en España en 2021, del inquietante paralelismo entre el inmenso poder que acumuló una empresa privada hace tres siglos, la Compañía Británica de las Indias, que manipuló gobiernos y derribó el imperio mogol, con las prerrogativas que hoy disfrutan las grandes corporaciones.

“La Compañía de las Indias ha sido la mayor y más próspera corporación privada que ha existido; utilizó sus lobbies en el Parlamento británico para manipular a los gobiernos y chantajeó y destruyó el imperio que gobernaba la India, ejerciendo la violencia con un poderoso ejército privado. Pero hoy las grandes corporaciones no necesitan soldados ni artillería para intentar dominar el mundo: se sirven de su conocimiento sobre casi todo lo que hacemos y hablamos y del análisis de los datos que acumulan de nosotros”, dice el autor de La anarquía. Este libro relata la historia de la Compañía Británica en India, cuyo abuso de poder y saqueo de los bienes del que en el siglo XVIII era el imperio más rico del mundo condujo finalmente a la anarquía, la violencia desmedida y al desmoronamiento de una sociedad que, antes de la llegada de ese grupo de comerciantes, era bastante más próspera y organizada.

Dalrymple, que vive desde 1989 entre Escocia y Nueva Delhi, ya relató por primera vez los desmanes, la avaricia y el racismo de esa gran empresa comercial británica en India en su obra Los mogoles blancos —sobre los ingleses, irlandeses y escoceses asentados en la llamada “joya de la Corona”, primero en cierta armonía al menos con la cultura indígena y luego en una relación puramente colonial—; el desastre de la retirada británica en Afganistán en el siglo XIX en El retorno del rey, o el derrocamiento por los soldados de la Compañía del último emperador —que ya no era sino una marioneta de los colonizadores— durante la represión de la revuelta india de los cipayos en 1857 en El último mogol.

Portada de 'El último mogol', de William Dalrymple.
Portada de 'El último mogol', de William Dalrymple.

“El modo en que las grandes corporaciones actuales ávidas de un poder global sobornan o reclutan a políticos para conseguir sus fines es idéntico al que ya utilizó la Compañía en el Londres victoriano para defender sus intereses y no el de los ciudadanos”, asevera Dalrymple. “Paralelamente”, continúa, “en situaciones de quiebra, como sucedió en 2008 con los fiascos de Lehman Brothers y otros, también el Gobierno de la Corona hubo de acudir a su rescate con fondos públicos”.

Educado en el Trinity College de Cambridge, Dalrymple insiste en el profundo desconocimiento que existe acerca de la colonización de India en su propio país, donde muy pocos son hoy conscientes de que no la llevó a cabo una nación, sino, de un modo insólito, una empresa privada, al menos hasta la rebelión de 1857, cuando la antigua Gran Bretaña tomó las riendas de la inmensa colonia. “Durante la época victoriana, en el siglo XIX, la separación entre el Estado y la Compañía era muy tenue y sus mandatarios, como Robert Clive o Warren Hastings, eran considerados héroes nacionales”.

Desde el establecimiento de pequeños enclaves comerciales en ambas costas del subcontinente indio, logrado mediante acuerdos con los emperadores mogoles como Jehangir, que recibió al enviado británico Thomas Roe en 1619 y subestimó el peligro de esas concesiones, la Compañía Británica de las Indias inició una expansión militar que desde la riquísima Bengala terminó con el control total en el siglo XIX de los territorios que hoy forman India, Pakistán, Bangladesh y Sri Lanka. Desde una pequeña sede con un puñado de empleados en Londres, sus directivos impusieron en sus vastos dominios un monopolio al comercio y sus propias leyes laborales, civiles y penales a la población indígena.

Escenas de un regimiento de Bengala en marcha que muestran al Ejército en su travesía hacia Afganistán.
Escenas de un regimiento de Bengala en marcha que muestran al Ejército en su travesía hacia Afganistán.British library / Desperta Ferro

El autor escocés, galardonado con premios como el Wolson de historia o el Kapuscinski de reportaje literario y sobrino nieto de Virginia Woolf, avisa a través de videoconferencia desde su casa de Nueva Delhi: “Hoy la labor de los historiadores es más importante que nunca. En los últimos años, ha arreciado una ola de nostalgia imperial entre la derecha más conservadora del Reino Unido, que reivindica el orgullo de lo que considera el mejor periodo de nuestra historia, poniendo énfasis en aspectos positivos como la abolición de la esclavitud, pero que oculta hechos como las masacres en Delhi y otras ciudades tras el aplastamiento de la revuelta o el saqueo de las riquezas de India. Hace unos meses, la nefasta ex primera ministra Liz Truss urgió a deshacerse de todo sentimiento de culpa por el pasado colonial del Reino Unido. Y es que es sorprendente la ignorancia sobre la historia del imperio británico y sobre todo de su cara oscura en las escuelas e incluso entre los universitarios”. De hecho, señala, “en los colegios del Reino Unido hemos estudiado el imperio romano o el azteca, pero desde mediados del siglo XX, con su final, apenas algo sobre el británico”.

Pero, según el autor de La anarquía, esa importancia de insistir en la verdad de la historia hoy no es solo un deber de las antiguas metrópolis, sino que en muchas antiguas colonias de las potencias europeas también se están ocultando o tergiversando los hechos del pasado. “En la India actual, el gobierno ultranacionalista de Narendra Modhi, en su afán discriminatorio de los musulmanes, insiste en aleccionar sobre las guerras medievales entre indios y ejércitos llegados desde Afganistán como luchas de religión: el hinduismo contra el islam, cuando fueron realmente conflictos de poder político o, del mismo modo, reducir a los mogoles, que regentaron un gran imperio en India durante tres siglos, simplemente a ‘unos genocidas extranjeros’ y obvian realidades como que los guerreros rajputs hinduistas de Rajastán se aliaron con aquel imperio para luchar contra otros ejércitos también hindúes”.

Según Dalrymple, el movimiento Hindutva, esta corriente de supremacía hinduista en un país con muchos millones de musulmanes, budistas, cristianos y otras minorías religiosas, “seguirá creciendo, pues es muy rentable electoralmente; y es un motivo de gran preocupación”.

Budismo y cosmología

El escritor escocés, ferviente enamorado de la India, prepara en la actualidad su próximo libro sobre la colonización o la influencia de la India medieval en el Sureste Asiático, “en esta ocasión cultural e intelectual y con apenas intervención de ejércitos”.

“Hay varios aspectos que considero esenciales en la historia de la gran influencia cultural que ejerció la India en otros países de Asia: el primero es el factor del budismo, una fe que muchos piensan que es universal, pero en su origen fue totalmente india y profundamente enraizada en su cosmología, y que, un hecho extraordinario, llegó a establecerse no solo en Corea o Japón, sino en un gran imperio hermético como China. En segundo lugar, está la expansión del hinduismo en Indonesia o Camboya, donde se combinó con el budismo en los templos jemeres y, por último, la exportación de las matemáticas, del sistema numérico indio —inventor del cero- que llegó primero al mundo árabe, a Bagdad, y luego a través del islam a Europa donde, paradójicamente, seguimos llamando ‘números árabes’ a unos dígitos que en realidad son indios”.

Así, para Dalrymple la comparación más precisa sobre la colonización india en Indonesia, Camboya, Vietnam o Maldivas, es con la llevada a cabo por los griegos en Europa en la Antigüedad. “Sin emplear las armas, Grecia ejerció una tremenda influencia en la arquitectura o en la civilización en general y se debió a que su sistema, sus ideas o dioses no solo eran atractivos, sino también útiles, como igualmente sucedió en el Sureste Asiático, que llegó a adoptar hasta la escritura sánscrita”, concluye.

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