Olga Smirnova, estrella del Bolshói exiliada por la guerra: “En Rusia tienes que callar y fingir que apoyas al Gobierno o bien respaldarlo”
La ‘prima ballerina’ se ha sumado al Ballet Nacional Holandés, pero espera regresar a su país cuando sea posible para restaurar la reputación de su tierra desde dentro
El Ballet Bolshói de Moscú ha vivido una etapa fructífera en los últimos años. Múltiples coreógrafos internacionales colaboraron en forjar la legendaria compañía de danza, receptiva entonces al talento extranjero, aunque sin perder su herencia del repertorio clásico. El pasado febrero, con la invasión rusa de Ucrania, todo cambió. Ya no hay llamadas frecuentes de colegas del exterior, sino aislamiento y rechazo.
La guerra también motivó la salida de la que fue su prima ballerina desde 2016, Olga Smirnova, que en marzo decidió exiliarse de Rusia junto a su esposo tras renegar de lo que el presidente Vladímir Putin denominó “operación especial militar”. “No me arrepiento de haberme marchado. ¿Cómo podría seguir viviendo en Rusia en estas circunstancias, cuando tienes que callar y fingir que apoyas al Gobierno, o bien respaldarlo de manera oficial?”, se preguntaba la artista el viernes pasado en una entrevista con EL PAÍS en Ámsterdam, la primera que concede a un medio español. Países Bajos es ahora su hogar y el Het Nationale Ballet (Ballet Nacional Holandés), su nueva agrupación.
Smirnova, que sigue siendo prima ballerina ahora en la compañía holandesa, hizo una reflexión a principios de marzo en la aplicación de mensajería Telegram. Decía lo siguiente: “Estoy en contra de la guerra con todas las fibras de mi alma. Parece que vivimos en el siglo XX aunque sea el XXI. En sociedades modernas y civilizadas, los asuntos políticos deben resolverse exclusivamente a través de negociaciones pacíficas”. Al principio, no hubo respuesta a su comentario.
La situación dio un vuelco cuando dos días después en Facebook hizo lo mismo el coreógrafo Alexei Ratmansky, antiguo director del Ballet Bolshói y actual coreógrafo residente del American Ballet Theatre. En cuestión de horas, Smirnova, una de las estrellas rusas, tuvo que replantearse la vida. Temiendo un cierre del espacio aéreo, se apresuró junto con su marido a tomar un vuelo que los llevó primero a Dubái. Luego pusieron rumbo a Países Bajos. “Él no es bailarín, y es un gran apoyo que estemos juntos y pueda trabajar aquí”, reconoce, con una tímida sonrisa. Con pesadumbre, explica a continuación que sus padres supieron de su marcha cuando la dirección del ballet holandés anunció el 16 de marzo que la pareja estaba ya en Ámsterdam. “Aunque hablo con mi familia con frecuencia, todavía les resulta muy difícil entenderlo. No comprenden cómo he podido dejar el Bolshói, que para ellos es la mejor compañía del mundo. De modo que comentamos la danza, cosas cotidianas, pero es complicado”, admite. Además, uno de sus abuelos es ucranio.
En la mañana de la entrevista, se supo que la ciudad de Jersón estaba de nuevo bajo control ucranio. Ella se pregunta sin cesar qué podría hacer, y le parece que lo más importante ahora es que la guerra termine y Ucrania se recupere. “También debe haber un proceso de arrepentimiento en Rusia, y luego habrá que restaurar la reputación de mi país”. Asegura que le duele ver a Rusia como agresor y “pensar que ahora se percibe a Rusia en gran medida como un país de tiranía, criminales y espías”. “Algún día, quizás el mundo volverá a reconocerlo como un país de grandes logros culturales, científicos y deportivos. Será una tarea muy difícil, pero yo quiero contribuir a ello con otros artistas rusos”.
¿Y los jóvenes, la gente de su generación? Suspira con suavidad y señala que “los mayores tienen un problema de lealtades y un conflicto moral”. “Los jóvenes… es difícil. Hay colegas del Bolshói que se callan y no lo entiendo. Tal vez al principio, cuando no entiendes bien lo que pasa o hay miedo. Pero ha pasado tiempo suficiente para formarse una opinión. Aunque con una opinión tienes que actuar, y aunque no estés interesado en la política, esta se acabará interesando por ti”. ¿A qué se refiere? “El Bolshói es una gran compañía. Quizás un día puedan pedirte, no sé, que bailes en lo que las autoridades denominan nuevos territorios rusos en Ucrania. No fue fácil marchar, pero, de haberme quedado, las decisiones habrían sido aún más difíciles”, asegura.
Nueva vida
Desde la sede de Het Nationale Ballet se ve el río Ámstel y sus múltiples puentes, y la tarde parece transcurrir sin prisa en la capital holandesa. Es algo que notó desde el principio y, por un momento, bromea sobre su nueva vida. “Puede sonar ingenuo, pero da la sensación de que la gente sonríe más aquí y tiene más tiempo para reflexionar. Tal vez porque Moscú es enorme comparada con Ámsterdam [12,6 millones de habitantes en la primera; 881.000 en la otra] y la vida sigue y sigue allí sin parar. Eso crea tensiones en la forma de comunicarse de la gente”. A ella le gusta conducir, una odisea en una urbe holandesa de calles estrechas y multitud de canales. Y no va en bici “para evitar posibles heridas, pero pasear me encanta y llegas a todas partes andando”.
En este punto, recuerda sus inicios, desde su graduación en la Academia Vaganova de Ballet, en San Petesburgo, donde la inscribió su madre. “No tengo una historia de cuento sobre una niña que siempre quiso ser bailarina. En mi familia no hay nadie cercano a este mundo. Todo era nuevo para mí y descubrí el ballet a medida que avanzaba”, cuenta. El horario de la academia era muy exigente, de nueve de la mañana a seis de la tarde, con la danza y el resto de las clases regulares. “A veces, también había ensayo para los pequeños con las obras del teatro Mariinski [el Ballet Kírov, en la época soviética], así que no era una infancia libre. Pero no tengo la sensación de haberla perdido. Me encantaba lo que hacía. Tal vez hubiese algo de espíritu de líder en mí que me ayudaba a no darme por vencida”, indica.
Ha bailado en Viena, Hamburgo y Montecarlo, y lo hará el próximo enero en Sevilla, en el Teatro de la Maestranza, con Les Ballets de Montecarlo. La obra elegida es Romeo y Julieta, coreografiada por Jean-Christophe Maillot, que ella interpreta por primera vez completa. Entre sus papeles soñados, de todos modos, hay un ballet todavía por crear. “Es Nastasia Filippovna, la protagonista de El idiota, la obra de Fedor Dostoyevski. Es una mujer cuya fuerte personalidad oculta un alma quebrada, y yo querría investigar sus contradicciones psicológicas. Me parece que están en el núcleo de la naturaleza humana”, explica. “Es un proyecto personal, un sueño de personaje, que tal vez podría significar tanto para mí como Carmen lo fue para la bailarina Maia Plisétskaia”.
La desolación de la precipitada marcha de Rusia se atemperó con la buena acogida de sus nuevos colegas. Ted Brandsen, director del Het Nationale Ballet, se ha congratulado de su llegada reconociendo el valor artístico que aporta, aunque también la tristeza de los motivos. Smirnova confirma que se siente apoyada, “en una compañía con excelentes producciones clásicas”. Ha bailado ya Raymonda, ensaya El lago de los cisnes y esta temporada espera trabajar con coreógrafos como William Forsythe y Christian Spuck. Aunque en Ámsterdam hay 80 bailarines, mientras que en el Bolshói son 250, ella asegura que tiene todo lo que necesita. Además, la actitud hacia los artistas es distinta en Países Bajos. “Aquí hay un sistema de apoyo, con un equipo de especialistas en salud física y mental. Planean a largo plazo y así yo puedo manejar apropiadamente mi carga y mi tiempo, y eso contribuye a elevar la calidad del baile. Va unido, y ha sido una grata sorpresa. En el Bolshói, la calidad se alcanza sobre todo por medio de la competitividad entre los bailarines”, asevera.
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