Ana Morales, la danza sin etiquetas: “Bailo flamenco desde el presente”
La bailaora y coreógrafa catalana, afincada en Sevilla, presenta en el Festival Grec su nueva obra, ‘Peculiar’, estrenada en junio en París
Dentro del Festival Grec, en Barcelona, este lunes, 25 de julio, y el martes, 26, el Mercat de les Flors acogerá la presentación de la nueva creación de Ana Morales, bailarina y coreógrafa, tras su estreno el pasado junio en el Grande Halle de la Villette de París, centro cultural que coproduce el espectáculo junto con el Festival de Nimes y la Bienal de Flamenco de Sevilla. Lo de estrenar en Europa se ha convertido en una constante para los primeros artistas españoles de la danza, y, en este caso, fue La Villette la institución que ofreció a la bailaora una residencia artística y tiró de los restantes coproductores. ¿Se debe este fenómeno a una mayor valoración de nuestro arte? “La razón es más económica que artística”, sorprende con su respuesta Morales, “sencillamente se trata de países que tienen en los teatros unas partidas económicas para poder acoger estrenos y apoyar las coproducciones, y eso viene porque se le da mayor valor y presupuesto a la cultura y al arte”.
Morales, nacida en Barcelona, en 1982, llega a este punto después de una intensa carrera en la que, desde 2010, viene compaginado las creaciones propias con la participación en otras compañías, como su última etapa en el Ballet Flamenco de Andalucía, en la que fue solista junto a David Coria bajo la dirección de Rafaela Carrasco. Una etapa que ella destaca por los vínculos humanos y artísticos que se crearon dentro de la agrupación y por el crecimiento en el lenguaje expresivo, que le sirvieron para implementar su personalidad. Pero llega el momento de la creación personal, algo que ella define como “una reflexión sobre ti misma”, y surgen los espectáculos que marcan su nueva etapa: Los pasos perdidos (2016) y, sobre todo, Sin permiso. Canciones para el silencio (2018), que fue Giraldillo al Baile en la Bienal de Flamenco de Sevilla y que ella recuerda como un tiempo de especial fuerza: “El momento de poner en escena mis ideas”. A esto siguió En la cuerda floja (2020), que completa un ciclo dominado por el intimismo y la introspección, que ahora quiere cerrar, porque, entre otras cosas, confiesa sentirse cansada de sí misma.
Nace así Peculiar. “Un concepto abstracto que me interesa de las personas en sí. Me gusta la gente peculiar —añade— y tenía muchas ganas de trabajar con personas con las que pudiéramos sacarle el mayor poder a eso que las distingue de las demás. Darle valor e importancia a lo que nos diferencia, y más en un momento social en el que nos obligan a ser iguales en todo, también en el baile”. Cuenta Morales que, cuando comenzó el proceso creativo, el proyecto no pasaba de la idea, pero fue cobrando forma y vida propia cuando se reunió con el equipo con el que ha trabajado. Se ha creado así lo que ella denomina “una secuencia de pequeños rituales catárticos, y en cada ritual se pone énfasis en un motivo concreto que pasa en esa escena”. “Para mí, Peculiar es una fantasía de creación hacia la libertad”.
La artista se muestra muy contenta y orgullosa de las personas que ha podido elegir para dar forma a la idea inicial, en un trabajo que, al menos sobre el papel, parece el más ambicioso de su carrera. “Sí, quizás lo sea porque aúna a más gente y pretendo que mi idea sea de todos ellos, dentro de un proyecto que quiere ser corporativo”. Le da mucha importancia a la música de Miguel Marín, Árbol, y a la participación de Raül Refree en un vídeo-danza incluido en el espectáculo. Un especial énfasis pone en la creación del espacio visual, que realiza la empresa cube.bz. “Es como si la luz fuera un bailarín más”.
Morales se enreda, no sin razón, al calificar a los artistas que la acompañan en escena: los llama flamencos singulares lo mismo que peculiares, lo que no resulta extraño cuando revela que los ha elegido “por su cercanía con el concepto de Peculiar y, sobre todo, por su gran calidad humana”. Y, ciertamente, son atributos que acompañan tanto al guitarrista de Lebrija Rycardo Moreno como al cantaor utrerano Tomás de Perrate, dos artistas que trasladan la tradición de la etnia gitana sin desatender su natural evolución. Junto a ellos, la excepcionalidad de la única arpista flamenca conocida, la jerezana Ana Crisman, elegida para acompañar a Morales en la soleá. Los rasgos bailables de Antonio Molina, El Choro, y de Julia Acosta, que compartirán danzas con la protagonista, se antojan así mismo idóneas para visualizar la perseguida singularidad.
Menos es más
Con formación académica en flamenco y danza contemporánea —algo que considera normal en una generación como la suya, en la que “la academización era una obligación”—, Morales ha recurrido para sus últimas obras al concurso de relevantes nombres de esa disciplina: Guillermo Weickert (Sin Permiso) y Roberto Oliván (En la cuerda floja). Ahora vuelve a contar con el primero, que aportará lo que ella denomina “una mirada externa”. Y, aunque sus obras son la mejor muestra, cabe preguntarse por la manera en que conviven en la bailarina esos dos lenguajes. “Hace mucho que los hermané. Antes puede que no, pero ahora sí conviven en perfecta armonía”, responde. “El flamenco es la energía que yo expongo, el movimiento es universal. Revisito la tradición para nutrirme de ella y en mis obras se respira el flamenco porque parto de él, pero bailo desde el presente, desde la contemporaneidad que me da la vida”.
Sugerente, sensual o elegante son calificativos utilizados para describir el baile de Ana Morales. Ella se inhibe ante la mención: “Eso podrá ser lo que ve la gente, pero definir mi baile hoy es arriesgarse a que el juicio se quede obsoleto mañana, porque puede que el año que viene sea distinto”. En el constante proceso de cambio en el que se reconoce, la artista confiesa una cierta querencia por un minimalismo estético: “Cada vez estoy más convencida de que menos es más”. Al final de un viaje como es la puesta en pie de un nuevo espectáculo, la bailaora manifiesta que no le preocupa demasiado que sus trabajos sean redondos, algo sorprendente ante la excelencia que suele ofrecer. “Por supuesto que mis obras no estarían completas sin un público que las disfrutara, pero lo que realmente me interesa es que se haya dado un proceso, un cambio de piel, que yo haya crecido artísticamente alrededor de ellas”.
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