El festival Grec da voz a los vigilantes de salas de los museos en un espectáculo espléndido
‘Gardien Party’ homenajea a los centinelas del arte en el MNAC de Barcelona
Los vigilantes de sala de los museos son esas figuras silenciosas, arrinconadas en un muro, a quienes el visitante atribuye una única y antipática tarea, la de centinela. Unos grandes desconocidos. Gardien Party da la ocasión a verdaderos guardianes de museo de aparecer, explicarse. Esta semana, el festival Grec de Barcelona ha traído esta espléndida propuesta de Valérie Mréjen y Mohamed El Khatib al Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC).
El público subía a una pequeña sala de la primera planta donde había una gradería provisional para un centenar largo de personas. Enfrente, un muro blanco, algunas postales de pinturas en una esquina y seis sillas, todas distintas, como las que se habilitan en los museos para los celadores. Las sillas del público, todas iguales, eran de la misma estirpe. Cuando el público entra, una dama ya está sentada en una de las sillas del escenario. Marguerite, creo que se llama, hace calceta con pachorra. Y en un bolso, en el suelo, lleva sus pertenencias -por ejemplo, un termo- para una larga supervivencia de hasta 10 horas en un rincón del Ermitage de San Petesburgo. A la hora en que debe empezar el espectáculo llegan otros cuatro compañeros de profesión. Vienen del MoMA y del Noguchi de Nueva York; del Moderna de Estocolmo y de Nantes. Durante algo más de una hora irán alternándose, narrando, con una soberbia naturalidad, su experiencia profesional. Al cabo de ese tiempo, un vigilante del MNAC les avisará: el museo cierra y hay que ir terminando. Él también aprovechará para explicar cuatro cosas suyas al público y, cuando se hayan ido todos… aparecerá, solitario, el vigilante de noche. Es David que hacía rondas nocturnas por el Louvre. Al terminar la función, es fácil para el público encontrarse a la salida con algunos de ellos y charlar. Así me enteré de que Marguerite, feliz de poder conocer tantas ciudades a lomos de esta performance, verdaderamente hacía calceta. Y David volverá a contarme de que es cierto que quería dedicarse a la danza, pero un problema en el tendón de Aquiles lo apartó definitivamente de esta ruta. Su cuerpo recuerda este pasado y lo demostró ante el público barcelonés ejecutando con ligereza una serie de pasos. Lo que explican es su vida.
Los grandes protagonistas de la pieza son ellos y… los visitantes de los museos. Lo cuentan con una matizada ironía, incluso con ternura en algunos momentos, pero es inevitable pensar, escuchándolos, que el turismo cultural no vacuna contra la estupidez. Una parte de los comentarios están dedicados a su propio estatus profesional. En el aparataje humano de un museo son los últimos de la fila. Todos están por encima de ellos, empezando por los guías, unos personajes que sí pueden hablar con el público y hablar de las obras. La jerarquía la sienten incluso cuando necesitan ir al servicio y es el jefe quien ha de enviarles un interino para cubrir su ausencia, algo que hace cuando quiere.
Su anecdotario con los visitantes llega a ser descacharrante. Desde quien, después de dos horas de cola para ver la Gioconda, pregunta en qué sala está la Mona Lisa, a los que tienen una viciosa pasión por tocar las obras. La pregunta más frecuente que les hacen es sobre dónde están los matisse, los chagal y… los lavabos. El visitante que más les ocupa es aquel que se entretiene mucho tiempo observando una pieza. ¿Está gozando del arte o es un ladrón tomando medidas? Al otro lado está, el veloz, aquel que se zampa el museo en diez minutos. Godard, en Bande àpart, nos presentó unos jóvenes que se hacían corriendo el Louvre en unos pocos minutos. Bertolucci homenajeó la secuencia en una de sus películas y hace años, en la Tate Modern de Londres, volví a toparme con esa misma escena. Era una performance del museo y veías corredores cruzando las salas. Si los del MNAC quieren ampliar su catálogo de actividades paralelas… ya saben.
En cualquier caso, acoger Gardien Party ha sido una muy buena idea. Es una bellísima miniatura, una exposición biográfica que, sin academicismo ni pedantería, desde el proletariado de los museos, cuestiona con elegancia, de manera entrañable, determinadas formas de consumo cultural.
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