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El regreso de Perrate: fiesta, linaje y ocho gozosos minutos de bulerías

El cantaor vuelve con ‘Tres golpes’, un álbum grabado junto a Pedro G. Romero y Raül Refree que supone un salto cualitativo en su trayectoria

Perrate de Utrera
Retrato de Perrate.CLAUDIA RUIZ CARO

Existen algunos detalles simbólicos en esta grabación. Uno es que Tomás, hijo de José Fernández Granados, el cantaor Perrate de Utrera, deja atrás su nombre de pila, con el que hasta ahora se presentaba, y enarbola únicamente el de su familia, asumiendo quizás una responsabilidad que, sin eludirla, había situado tras una línea de respeto. Él es heredero natural de un linaje muy antiguo que, además del propio de la línea paterna —sobrino de María la Perrata, primo de Juan Lebrijano y Pedro Peña y tío de Dorantes, entre otros parentescos—, entronca por parte materna con la saga de los Soto, lo que —vía Jerez—alcanza al mismísimo Manuel Torre, del que es bisnieto. Tenía herencia y cualidades, pero también la personalidad para elegir su camino y sus preferencias musicales, en las que, cuestión de edad (nació en 1964), no faltó el rock. Su esencia flamenca quedó limitada durante años al ámbito familiar, aunque el impacto de su cante por bulerías en una boda llegara a trasladarse a la prensa escrita de la época. Mientras tanto, construyó una carrera profesional ajena al arte, hasta que, tras tímidas apariciones en obras colectivas a finales de los noventa, se presentó en la Bienal de Flamenco de Sevilla de 2002, donde recibiría el Premio Giraldillo al artista revelación.

Su estreno discográfico no llegó hasta 2005 con el celebrado Perraterías (Flamenco Vivo), que no grabó de cualquier manera: con banda eléctrica, producido por Ricardo Pachón y con la guitarra de Antonio Moya como ancla en la raíz. En similar línea, publicó Infundio (Discmedi, 2011), con la producción del guitarrista lebrijano Rycardo Moreno. Con su nuevo disco, Tres golpes, Perrate profundiza en su independencia, confirma rasgos que lo han definido y, a la vez, encuentra nuevos espacios donde alojar su innata curiosidad, y todo ello sin traicionar a la tradición de la que procede, una ecuación que puede parecer inverosímil, pero no lo es. La clave residiría en el metal de su garganta —arcaico y mineral, de una densidad cavernosa— y en la jondura e intensidad de su cante, rasgos todos ellos que se encuentran en una obra que supone un salto cualitativo en su trayectoria. Para registrarlo se ha rodeado de nombres señalados, como Pedro G. Romero, que dirige el proyecto artístico, o Raül Refree, que lo produce, y con el que Tomás comparte arreglos. Además de las guitarras señeras de Alfredo Lagos y Paco de Amparo, que marcan carácter, son relevantes también las contundentes percusiones de Antonio Moreno, el saxofón de Juan Jiménez y el contrabajo de Miguel Ángel Cordero.

El jerezano Lagos ilustra la seguiriya con un toque renovado mientras Perrate se ciñe al canon en las variantes de Jerez y los Puertos, que se rematan con el cambio de Juanichi el Manijero. Su interpretación de los estilos tradicionales es tan canónica que en ocasiones anteriores ha denominado a sus seguiriyas como didácticas. Esa misma condición tendrían también las conocidas soleares de La Serneta, que interpreta junto a Paco de Amparo. No sigue la misma línea el antiguo romance sefardí —tan de la tierra, tan de la familia—, al que otorga una lectura revisada, pero sin perder la cadencia y el carácter que lo identifica. Se podría pensar que, sobre el papel, las tonás, consustanciales en el repertorio de Perrate, iban a mantener la constante, pero no resulta así: la escucha depara no pocas sorpresas. La primera que se incluye, debida a Jacinto Almadén, tiene tintes oscuros y el aire tenebroso que otorgan unos arreglos complejos. Pero es en la segunda toná donde se produce la mayor ruptura, y, además, con una fuerte carga simbólica de nuevo. No hay letra como tal, tan solo los sonidos guturales de unas sílabas versificadas (el poema Karawane, del autor dadaísta alemán Hugo Ball) que transmiten un aire tan primitivo como lo es el propio cante. Tras la transgresión, la voz de su padre Perrate de Utrera, tomada de una antigua cinta, le responde abrochando el corte. La raíz y la experimentación se funden en apenas unos segundos. La lectura de la intención es libre.

El componente festivo o burlón ha sido otra de las constantes en las grabaciones de Tomás. En esta, ese tono encuentra continuidad en varios cortes, especialmente en el que la abre, la pícara chacona ‘A la vida bona’ (Juan Arañés, del siglo XVII), muy popular entre los amantes de la música antigua, cobra aquí una singular fortaleza con su flamenca acentuación. Se encuentran más formas preflamencas en una inquietante folía y en la más socarrona jácara, cortes en los que Perrate lleva su garganta a registros muy graves, casi de barítono. Pero son las seguiriyas del Alosno (‘Arde la casa de Cupido’), con la moronera guitarra de Paco de Amparo, las que nos devuelven el tono plácido y el guiño mordaz. En similar tono, los pegadizos fandangos callejeros que dan título a la grabación, tomados de un grupo folclórico colombiano.

Pero la fiesta verdadera reside en los gozosos ocho minutos de las bulerías finales. En ellas, Perrate parece renovar el lazo flamenco que une a Utrera con Morón a través de la guitarra de Paco de Amparo, que ilustra los cantes con arzapúas y giros al estilo de Diego del Gastor. La tanda constituye un variadísimo surtido de acentos: se cuelan elementos de cuplés, muy queridos por el cantaor, e incluso componentes tomados del cine americano (Johnny Guitar). Al artista se le escucha cómodo, disfrutando como en una celebración familiar.

portada disco 'Tres golpes', PERRATE. lovemonk/El volcán

'Tres golpes'

Perrate 
El Volcán / Lovemonk

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