Raül Refree & Lina: Fado con toque electrónico
RAÜL REFREE se prepara un café, el segundo de la tarde. Viaja con su cafetera, una AeroPress con la que elabora su propio brebaje, un intermedio entre el expreso y el americano. Y Lina fuma un cigarrillo electrónico en la terraza, mientras hace una pausa en los ensayos. El músico y productor de Sílvia Pérez Cruz, Rosalía y Rocío Márquez, entre otros artistas, y la cantante de fados ensayan en la localidad portuguesa de Caldas de Rainha, a unos 80 kilómetros de Lisboa, el disco a dúo que han grabado juntos (se publica en enero y el título solo recoge el nombre de ambos) para la gira que arranca el 24 de julio en La Mar de Músicas de Cartagena. Lina pone voz a los temas de Amália Rodrigues y Refree los fusiona con su particular toque electrónico. En el escenario del centro cultural en el que se encerraron durante tres días a finales de junio, Lina entona con desgarro fados que hablan de amores no correspondidos, marineros y destinos inciertos. A su lado. Refree, delgado y con aire de duende, acompasa la voz con su música, apoyado en su laboratorio (piano y un equipo de sintetizadores). No suena ni triste ni fatalista. Más bien cristalino.
Sentados en la sala de butacas, Carmo Cruz, mánager de la cantante y productora del disco; Miguel Ramos, iluminador, y Antonio Pires, escenógrafo, chequean el desarrollo del espectáculo al segundo. Ahí mismo se discute sobre los juegos de luces y se ajusta el momento exacto en que Lina abandonará su posición, de pie junto al sintetizador, para, micrófono en mano, acercarse cantando hasta el piano. Tras tres días de pruebas y errores, todo parece engrasado. La música y la voz alineadas, pero en cada ensayo surgen notas nuevas. “Hago cosas que me parecen increíbles, que salen solas al escuchar la voz de Lina, pero luego me olvido y surgen otras nuevas. Cuando juegas a esto tienes que entender que hay momentos más bajos que son necesarios para que luego surja la emoción”, añade Refree, tras dos horas de música sin interrupción. La química entre cantante y músico en los temas finales ha teñido de emoción la sala desierta. Se los ve exhaustos. Todavía parecen encontrarse bajo esa ensoñación, que tardará unos segundos en desaparecer.
Ambos lucen prendas cómodas y deportivas, pero el día del estreno el atuendo de Lina cobrará un aire espacial. Una parka con capucha cubrirá una especie de chándal de diseño. Nada en el escenario evocará la imagen clásica de las fadistas. Ni siquiera la instrumentación tradicional de guitarra y viola que suele acompañar a este tipo de música. Hace un año Refree y Lina no se conocían. Él ya era un productor casi legendario y ella contaba con dos discos en su haber, cuando Carmo Cruz llamó a la puerta de la casa del músico en Barcelona para proponerle que hiciera con el fado lo que había hecho antes con el flamenco. “Había grabado un disco con Luísa Sobral, pero no sabía nada de la música popular portuguesa. Viajé a Lisboa y en la Casa del Fado me empapé de sus sonidos y todo lo que rodea ese universo; conocí a Lina y empezó a cantarme, y yo, de forma natural, no toqué la guitarra. Me concentré en el piano. Salió así. Lina cantaba fados de una manera aleatoria, teníamos la idea, pero nos faltaba el concepto”, aclara el músico.
"Conocí a Lina y empezó a cantarme. Yo de forma natural toqué el piano. Dejé la guitarra de lado. Salió así desde el principio"
La conexión llegó del lado de la cantante. El hilo conductor sería la legendaria Amália Rodrigues, la reina del fado. “Ella fue mi inspiración desde que era una niña. La primera vez que escuché una de sus canciones fue en la voz de mi padre; después, en la de mi abuela”, cuenta. Una vez que encontraron “el concepto”, repitieron el modelo: ella cantaba y él improvisaba. Las ideas que están en el disco salieron el primer día. “No puedo disociar al artista del productor, quería una grabación con espacios grandes, que ella no estuviera pegada al micrófono. El resultado debe remitir a canciones en las que la voz salga reforzada. La voz es lo que nos emociona. La voz es intimidatoria y yo juego a favor de que eso crezca”.
Como ya había hecho con el flamenco, Refree, un artista surgido de la escena alternativa barcelonesa, se restringió el acceso a las versiones originales. Amália Rodrigues, dice, representa lo que Camarón en el universo flamenco. Su tesis es que, como todos los artistas que encarnan un estilo, Amália fue una gran experimentadora. Ni a él ni a Lina les preocupa la reacción de los puristas. Sostienen que para que un género sobreviva se necesita experimentar. Ortodoxos y heterodoxos se necesitan. “No pienso la música como un estilo, la mano va sola. Al final, la música es música”. Así ha sido desde que era un niño y empezó a tener los primeros problemas con sus profesores de piano porque no se adaptaba a unos cánones concretos. ¿Dónde están los límites? “Entiendo la música de una manera material. Cuando hice versiones de Mairena o de Farina, traté de olvidar lo aprendido para darle una emoción nueva. En el género popular se ha abusado de la técnica y el virtuosismo, es como si le echáramos tierra y tapáramos la canción. Toco lo que me sale”. Eso sí, ha abandonado las redes sociales. Cuando salió a la calle el primer disco de Rosalía, les dieron tales palos —“llegaron a escribir que había que cortarle las manos”— que cerró sus cuentas.
Sentada a su lado, Lina concluye que no se aburren en ningún momento. “Yo también necesitaba un cambio, había llegado a un punto en el que no avanzaba. No me cuesta seguirle”. Hija de emigrantes, Lina nació en Hamburgo, pero cuando apenas contaba cinco meses sus padres regresaron a Braganza, donde creció destacando como una de las voces del coro de la iglesia. Para potenciar sus cualidades vocales, se trasladó con su madre a Oporto cuando cumplió los 15 años para realizar estudios de canto en el conservatorio. En principio parecía destinada a la ópera, pero en el mundo de la lírica no acababa de encajar. “Las sopranos no cantan con los ojos cerrados”, le reprochaba su profesora. “Comprendí que aquello no era lo mío y me fui a Lisboa en busca de un nuevo rumbo para mi carrera. Hice teatro musical y todo lo que iba saliendo hasta que Mario Pacheco, uno de los guitarristas que acompañaban a Amália Rodrigues, se convirtió en mi mentor”. La discográfica con la que grabó sus dos primeros discos decidió cambiar su nombre por el de Carolina pero ahora ha vuelto a sus orígenes.
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