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Crítica | París, distrito 13
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘París, distrito 13’: del sexo y otras cosas

El nuevo trabajo de Jacques Audiard provoca cierto morbo e intriga por saber cómo va a acabar la historia, para la que el director usa primorosamente el blanco y negro, hace creíbles a sus personajes y crea atmósfera

Noémie Merlant y Makita Samba, en 'París, distrito 13'.
Carlos Boyero

Jacques Audiard es uno de los máximos representantes del prestigio en el cine francés. Cada una de sus entregas crea expectativas. Va de intenso, de complejo, de inventarse argumentos, personajes y situaciones que remuevan el ánimo de los espectadores, incomoden, acaben conmoviendo. Le atrae la dureza y la turbiedad emocional, la violencia interna, la catarsis, la posibilidad de redención. Y su cámara maneja un lenguaje poderoso, estilo, poder de fascinación. Lo cual no garantiza que todas sus películas estén conseguidas. Algunas me cargan con su exceso de pretensiones, pero también otras que me atraen, como Un profeta, oda a la supervivencia en un ambiente brutal, la original y simpática Un héroe muy discreto y un wéstern extraño y con final conmovedor titulado Los hermanos Sisters.

Aparentemente, Audiard renuncia en París, distrito 13 a los asuntos tenebrosos. Se centra en cuatro personajes jóvenes que viven en un barrio muy concreto, se buscan la vida en trabajos que casi siempre resultan provisionales y tienen una relación continua y presuntamente abierta con el sexo. Una descendiente de taiwaneses que le alquila una habitación en su casa a un chaval negro. Ellos se lían con mucho ardor, pero llegan al pacto de poder llevar a casa a sus ligues. El experimento no funciona porque los sentimientos de ambos son distintos. Y son muy modernos, creen en eso del poliamor. Y en el caso de ella, multiplica las citas para follar con desconocidos a través de aplicaciones (¿se dice así?) de internet. La relación de otra pareja también es pintoresca. Una dama que ha emigrado a París huyendo de un conflictivo pasado sentimental y sexual y que pretende integrarse en la universidad es confundida con otra señora que realiza pornografía en las redes. A través de la pantalla y mediante pago se montarán una historia perturbadora. Las ganas de darle gusto al cuerpo todo el rato, la pretendida alergia al compromiso amoroso, no evitan la zozobra, la dificultad de vivir.

Durante toda la trama de París, distrito 13 me ocurre lo que en los últimos tiempos ante la inmensa mayoría de las películas, y es que sus personajes no me enamoran. Con excepciones, como la gente memorable que puebla Mank y Otra ronda. Pero lo habitual es que me desagraden o me desinteresen. La falta de identificación con lo que viven o sienten impide que me apasione ni un poquito. Aunque si los creadores son inteligentes y capaces, pueden mantenerme despierto o curioso hasta el final. Jacques Audiard posee esas virtudes. Provoca cierto morbo e intriga por saber cómo va a acabar la retorcida historia. Utiliza primorosamente el blanco y negro, narra con mucho estilo, hace creíbles a sus personajes, crea atmósfera, le funcionan los intérpretes, está empeñado en convencer al receptor de que no todo es lo que parece, que existe anverso y reverso, interrogantes, certidumbres a medias, y que, aunque se disimulen, también existen los latidos del corazón detrás del insaciable anhelo de carne nueva y fresca.

Y es bonito el desenlace, con los protagonistas renunciando a la conveniente máscara, haciendo visible por primera vez su vulnerabilidad, su necesidad o su ansia de amor. No sabemos cómo les irá ni cuánto durará, pero se precisa valor o mucha necesidad para dar el paso, para admitir como real lo que juzgaban convencional.

París, distrito 13

Dirección: Jacques Audiard.

Intérpretes: Noémie Merlant, Makita Samba, Lucie Zhang, Jenny Beth, Camille Léon-Fucien.

Género: drama. Francia, 2021.

Duración: 105 minutos. 

Estreno: 8 de abril.

 


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