Borges, Cortázar y Arreola: el ABC del cuento latinoamericano
Escritores, editores y académicos reivindican la vigencia del legado del cuentista mexicano Juan José Arreola en su centenario
Textos cortos, ultracortos, microrrelatos, cuentos en miniatura. Juan José Arreola (Ciudad Guzmán 1918 - Guadalajara 2001) fue un mago de la condensación y la síntesis. Todo cabía dentro de sus breves ficciones: el apunte aforístico, la revelación poética, el ensayo en mosaico, el climax narrativo, la cita erudita o el chascarrillo.
Avanzando por cruces de caminos en busca de la frase perfecta siguió el rastro de maestros como Borges, Cortazar, Papini, Kafka, Whitman o Schowb. Una tradición cosmopolita de género híbrido que lo alejaba del realismo didáctico mexicano de mediados del siglo pasado, una condición de rara avis de vanguardia que aún persigue al autor de Confabulario (1952) en el año de su centenario.
“Lo criticaban por europeizante pero también tuvo un fuerte arraigo con su tierra, Zapotlán, con sus costumbres y su habla. Los jóvenes de hoy en día lo siguen leyendo, en mis clases los alumnos vibran con sus relatos de ciencia ficción, sus incursiones en la ciencia o el erotismo”, señalaba en una reciente conferencia Sara Poot Herrera, profesora de literatura en la Universidad de California, que remataba “de haber sido estadounidenses o francés, hoy sería mucho más leído y reconocido”.
Si Rulfo enterró para siempre la novela de la revolución con su trascendencia poética y rural, Arreola desató un nuevo mundo de posibilidades urbanas, irónicas y fantásticas. Rulfo, el monje y el asceta. Arreola, el juglar y el mimo.
La tensión entre ambos paisanos –los dos eran tapatíos, los dos publicaron poco– abrió dos rutas literarias mexicanas que aún perviven: “El sello arreoleano sigue muy presente, sobre todo por esa inquietud de estar mezclando géneros. Fue pionero del espíritu fragmentario que vendría después a definir la posmodernidad y que permeó en la literatura del siglo XX. Todos los cuentitas mexicanos, incluso los que no lo han leído, somos en mayor o menor medida herederos de Arreola. Sobre todo en el aspecto formal, al introducir estructuras de otras latitudes literarias que no se habían presentado en México”, apunta el escritor y editor Mauricio Montiel.
La huella de Arreola estaría marcada en la obra de narradores-exploradores como Salvador Elizondo o Sergio Pitol, los cuentos fantásticos de Alberto Chimal, los relatos arqueológicos de Pablo Soler Frost o la Micropedia de Ignacio Padilla; la poesía sintética de Rodrigo Flores y Tedi López Mills, o el discurrir entre géneros de Cristina Rivera Garza o Verónica Gerber.
“Delgado, ágil, histriónico y agorafóbico”. Así recuerda la escritora y académica Margo Glantz a Juan José Arreola desde que se cruzaron por primera vez en la década de los 40. Estudiante de teatro en París, su primer gran impulso fue ser actor. En sus pródigas intervenciones en los medios era habitual verle tocado con sombrero cordobés y capa de espadachín. “Es difícil saber en qué medida se benefició o fue víctima de su infinita capacidad para la oralidad. Nadie ha convertido el lenguaje hablado en un espectáculo como él lo hizo. Su torrencial capacidad verbal lo llevó a la televisión, donde se expuso en forma excesiva y banalizó su singular discurso, y sin duda eso perjudicó la percepción que se tenía de él. Más allá de ese pecado mediático, merece ser considerado como uno de los mayores escritores de la lengua española", apunta el escritor Juan Villoro.
Todos los cuentistas mexicanos somos herederos de Arreola, hasta los que no lo han leído
Arreola fue además un editor y maestro generoso de al menos un par de generaciones de escritores mexicanos. Por su casa de la colonia Cuauhtémoc pasaron jugosas tardes jóvenes como Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska, José Agustín o Fernando del Paso.
“Estamos –añade Villoro– ante uno de los mejores estilistas del idioma. La depuración y revitalización del lenguaje es singulares: Borges aprendió del mexicano Alfonso Reyes a salvarse de la retórica anquilosada en la misma medida en que el mexicano Arreola recibió la misma lección del propio Borges”. Montiel lo coloca en el olimpo del relato: “Borges, Cortazar y Arreola son el ABC del cuento hispanoamericano”.
Como Cortázar, también publicó su bestiario, una colección de fábulas sobre animales que dictó oralmente al poeta José Emilio Pacheco. El sapo arreoleano hace así: “Salta de vez en cuando solo para comprobar su radical estático, el salto tiene algo de latido. Viéndolo bien, el sapo es todo corazón”.
Babelia
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