Aquella Gloria que perdió la catedral de Santiago
En medio de la polémica por las propiedades del dictador, la Xunta protege las dos estatuas que se llevó Franco y otras siete piezas diseminadas del Maestro Mateo
"Las puertas de esta basílica nunca se cierran, ni de día ni de noche, ni en modo alguno la oscuridad de la noche tiene lugar en ella, pues, con la luz espléndida de las velas y cirios, brilla como el medio-día". El Códice Calixtino describía de esta manera la catedral de Santiago, desembocadura de un río de peregrinos que nacía en el corazón de Europa, y que a su llegada buscaban cobijo en el templo para dormir tendidos en el triforio. Pero la convivencia de tantas almas acababa muchas veces como el rosario de la aurora. Según el cabildo catedralicio estos "escándalos y desórdenes y otros incombenientes" "subcedían de noche" en la iglesia "por estar abierta". Así que en 1519 el gobierno de los canónigos ordenó "hacer las puertas del Obradoyro, así de piedra como de madera" y se acabó lo que se daba. Fue entonces cuando la catedral empezó a perder parte de su gloria románica.
Dos de las esculturas que aparecieron tiradas en el jardín de Fonseca son las que en algún momento antes de 1961 se llevó Franco
Hasta ese momento, la basílica tenía una fabulosa fachada exterior, sin puertas, con un descomunal arco central y dos menores a los lados que permitían contemplar a placer las tres partes en las que se divide el Pórtico de la Gloria. Esas entradas estaban decoradas con figuras que completaban el proyecto iconográfico ideado por el Maestro Mateo, que habían sido labradas en su taller y transmitían fragmentos del mismo mensaje conjunto del Pórtico. Pero el arco de este nártex era tan grande que para hacerle puertas había que achicarlo, y para colocar bisagras era preciso retirar las esculturas de las jambas. Así comenzaron a desmontarse las primeras estatuas de la portada mateana que al fin, medio milenio después, ha decidido proteger la Xunta de Galicia: nueve piezas (que no son todas las que eran) en manos de la Iglesia, de un museo provincial y de varios particulares, entre ellos la familia Franco.
Con el paso de los siglos, a la primera amputación que sufrió la obra cumbre del románico se sumaron otras: la construcción en 1606 de una escalinata exterior (para salvar el desnivel de terreno entre el templo y la gran plaza que antiguamente no existía a sus pies) y la edificación del nuevo vestido barroco con el que se encargó a Fernando de Casas Novoa transformar la deteriorada fachada medieval (1738). No se ha hallado ningún documento, ningún dibujo que aclare cómo era en realidad la fachada de tiempos del Maestro Mateo, proyectista de todo el conjunto formado por el Pórtico y su atrio, la cripta en el plano inferior y la tribuna en el superior. Existen muchas teorías, pero se calcula que en estas obras que afectaron a los tres arcos podrían haberse retirado entre 10 y 14 estatuas-columna y figuras de jamba. Excepto dos, los reyes David y Salomón, que en el siglo XVII fueron retalladas en parte y reutilizadas para engalanar el pretil de la escalinata del Obradoiro, las otras acabaron arrumbadas en un parque próximo, o bien descabezadas para eliminar su carácter sagrado y empleadas como escombro y material de relleno.
Tiradas en un jardín
Dos de las que aparecieron tiradas en el jardín de Fonseca son las que en algún momento antes de 1961 se llevó Franco del consistorio compostelano. Su esposa, Carmen Polo, enseguida las utilizó para decorar Meirás y después Cornide, el palacete en el centro de A Coruña que se afanó en lograr para ella en una subasta pública amañada el banquero Pedro Barrié de la Maza. Hoy estas dos imágenes, interpretadas como los profetas Isaac y Abraham, o bien como Ezequiel y Jeremías, son reclamadas por vía civil a los herederos de dictador por el Ayuntamiento de Santiago. Tras la estela de la polémica, y aprovechando la exposición monográfica sobre Mateo que después de inaugurarse en el Prado recala en el Pazo de Xelmírez (Santiago), la Xunta ha iniciado la tramitación para declarar BIC (Bien de Interés Cultural) las nueve esculturas conocidas. Y aunque el proceso puede prolongarse 24 meses, los efectos de la protección son inmediatos. Ahora cualquiera de los titulares de las estatuas tiene prohibido exportarlas y debe notificar cualquier traslado, préstamo o intención de venta.
Estas garantías de protección eran reclamadas desde el año 2012 por el colectivo de defensa del románico gallego O Sorriso de Daniel, que lleva este nombre en honor del personaje del Pórtico con el que Mateo recuperó la sonrisa para el arte. "No hubo en toda Europa nadie equiparable a este artista en su época", afirma la presidenta de la asociación, Carmen Varela. El colectivo no comprende cómo se ha tardado tanto en proteger unas obras de tanta importancia, y detrás de la decisión ve el "estado de opinión" que se ha ido formando en Galicia en torno al discutido y bien nutrido patrimonio de los Franco.
La condición de BIC obligará también a exponer las esculturas al público al menos cuatro días al mes y la Administración se reserva el derecho de expropiación forzosa por "interés social" en caso de que peligre la conservación de la pieza. O Sorriso de Daniel reclama desde mucho antes que el Ayuntamiento que las estatuas vuelvan a Compostela para cumplir con el contrato de compraventa que en 1948 firmó el gobierno local con Santiago Puga, el hombre que le vendió a Abraham e Isaac al consistorio. Puga era descendiente del conde de Ximonde Pedro Cisneros, que en el siglo XVIII reparó en las magníficas piezas que dormían al raso en el jardín de Fonseca y acabó trasladándolas a su pazo a orillas del río Ulla, próximo al municipio de Santiago.
En el documento notarial firmado con el alcalde Joaquín Sarmiento, el heredero vinculaba su decisión de vender a la voluntad de que las esculturas no abandonasen jamás el "patrimonio municipal". En caso contrario, a lo pagado por las imágenes (60.000 pesetas), el Ayuntamiento debería sumar una indemnización de 400.000. Pero el gobierno local franquista incumplió el pacto. Dejó que Franco se llevase a los profetas en un acto de entrega del que no existe o no aparece ningún documento escrito, y jamás pagó su deuda con los de Ximonde.
Del profeta sin cabeza al pazo que habitó John Malkovich
Ramón Yzquierdo Peiró, director del Museo de la Catedral y comisario de la primera muestra monográfica sobre el Maestro Mateo, cuenta que toda la basílica compostelana esconde piezas reutilizadas y que según la colocación de las piedras es capaz de intuir bajo cuáles aguardan tesoros ocultos y sorpresas. En octubre de 2016, un mes antes de que se estrenase la exposición en el Prado, la catedral anunció el hallazgo de la novena pieza del conjunto que va a declarar BIC el Gobierno gallego. Una gran figura masculina, nimbada y descalza, decapitada y con una enorme cartela en sus manos (que por sus dimensiones sugiere que se puede tratar del profeta Malaquías, mensajero de Dios) había sido rescatada de entre la montaña de escombro colmatado que en siglos anteriores se depositó dentro de la torre sur del Obradoiro para tratar de frenar su tendencia a escorarse. Pocos días después, durante los trabajos de desmontaje de un muro necesarios para extraer la figura atribuida al taller de Mateo, se descubrió encastrada a modo de perpiaño otra figura amputada. Se dató en torno al año 1170 y se atribuyó al llamado Maestro de los Paños Mojados, que durante una época trabajó para la catedral al tiempo que lo hacía el taller de Mateo.
La suerte de las joyas de la Catedral que ahora protege el Gobierno gallego, las nueve de Mateo recuperadas a lo largo del tiempo, fue muy dispar. El mismo conde de Ximonde que se topó abandonadas las esculturas de Isaac y Abraham también localizó y se llevó a su pazo del Ulla (municipio coruñés de Vedra) otro dúo que se ha identificado mayoritariamente con Elías y Enoc y que se cree ocuparía las jambas del gran arco central del Obradoiro. A la vez que el descendiente del conde negociaba la venta de Isaac y Abraham con el Ayuntamiento, el Museo de Pontevedra acababa comprándole la segunda pareja por 250.000 pesetas.
Campeando en la balaustrada de la escalinata del Obradoiro habían quedado, reutilizados, los reyes David y Salomón. Y a este se le cambió la cabeza por una torpe ortopedia en piedra después de que la destruyera un rayo en diciembre de 1729.
Hasta completar la lista de nueve figuras protegidas por la Xunta, solo quedan dos que son de propiedad privada. Una es una bella cabeza de pelo ensortijado y barba en tirabuzón que apareció encajada en un muro durante la rehabilitación de una vivienda en Santiago. La obra, depositada en el Museo de la Catedral, no es el fruto de una decapitación: la pieza nunca estuvo unida en el mismo bloque de granito con su cuerpo, que no ha aparecido, sino que tiene labrado en el lugar correspondiente al cuello un vástago que encajaba con el resto. La última escultura amparada por la resolución de la Dirección Xeral de Patrimonio tiene una identidad muy discutida por los especialistas. Puede tratarse de un rey bíblico, de Fernando II de León (mecenas de las obras de la catedral muerto unos meses antes de que Mateo colocase los dinteles del Pórtico, en 1188) o de un Santiago Miles Christi, es decir, el patrón mayor en versión caballeresca.
A esta estatua le falta la cabeza, pero aferra con firmeza una enorme espada y calza botas. La recogió también el conde de Ximonde cuando la encontró junto a las otras abandonadas en un rincón del jardín de Fonseca. Y alrededor de 1956 la compró un particular, Emilio Baladrón, para llevársela a su pazo de Ponte Maceira (Negreira, A Coruña), una mansión que emula las viejas casas solariegas gallegas pero de construcción relativamente reciente donde, al cabo de los años, acabó pasando sus vacaciones el actor John Malkovich mientras practicaba la pesca de la trucha en el río Tambre.
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