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Fermin Muguruza se desquita en Madrid: “Será un aquelarre antifascista”

El fundador de Kortatu y Negu Gorriak actúa en el Movistar Arena como parte de una gira multitudinaria tras cuatro décadas de mestizaje musical, activismo e intentos de cancelación

Fermin Muguruza, el 23 de enero antes de su concierto en el Palau Sant Jordi de Barcelona.
Fermin Muguruza, el 23 de enero antes de su concierto en el Palau Sant Jordi de Barcelona.Albert Garcia
Ricardo de Querol

Cuenta Patxi López, el hoy portavoz del PSOE en el Congreso y quien fue el único lehendakari no nacionalista, que él y sus amigos también bailaban Sarri, Sarri. La canción de Kortatu, un ska festivo y pegadizo, narraba la fuga del preso etarra Joseba Sarrionandia de la cárcel de Martutene (San Sebastián) en 1985, junto a Iñaki Pikabea, escondidos ambos en los bafles del cantautor Imanol. Después de aquello, Sarri vivió décadas huido en Cuba hasta su regreso en 2011, se alejó de ETA y fue un reconocido escritor en euskera. Y la canción del grupo guipuzcoano (una versión del Chatty Chatty de los jamaicanos Toots and the Maytals) no sonaba demasiado en las radios comerciales, pero se bailaba en muchos locales, como los que recuerda Patxi López en su juventud en Barakaldo; también en algunos de Madrid (La Trainera, en los bajos de Argüelles) y otras ciudades.

Cuatro décadas después de que se incluyera Sarri, Sarri en el disco de debut de la banda, Kortatu, el músico vasco Fermin Muguruza asume que su público es más diverso de lo que cabía esperar, que no todos compartirán cada una de las muchas militancias (independentista vasco, revolucionario, internacionalista, por la autogestión, por Palestina, por los migrantes...) que son indisociables de su música. “Pero sobre todo estarán de acuerdo en que quieren que se me deje actuar, en esa defensa de la libertad de expresión”, dice por videoconferencia. “Claro, yo tengo un montón de amigos de distintas ideologías... aunque ninguno rayando ni la derecha ni la extrema derecha”.

Muguruza (Irun, 61 años) actúa este sábado en el Movistar Arena de Madrid (antes WiZink Center, de siempre el Palacio de los Deportes) en el marco de una gira, 40 aniversario, que empezó en Biarritz en diciembre, que ya ha llenado pabellones de Bilbao y Barcelona y que continuará en distintas ciudades de Europa, América Latina y hasta Tokio. Está abarrotando grandes recintos a una escala que no vivió ni al frente de Kortatu, en los años ochenta, ni con Negu Gorriak, en los noventa, ni tampoco en su carrera en solitario en el nuevo siglo, que ha compatibilizado con la producción de películas de animación y documentales. Todo lo que ha hecho Muguruza representa como pocos nombres más en la escena musical la corriente que nació a mediados de los setenta, cuando los sonidos de los jamaicanos (ska, reggae, dub, dancehall, jungle) se cruzaron en Londres con el punk inglés, con derivadas como el sonido Two-Tone. A esa base él ha ido añadiendo capas: algo de folclore vasco, algo de rap, algo de soul, algo de electrónica. El resultado: ritmos muy bailables y mensajes muy combativos.

Muguruza va a quitarse una espina, la que tenía clavada en Madrid. “Según las estadísticas de Spotify es la ciudad donde más se escucha mi música, seguida de México y Barcelona”, dice. Pero a lo largo de su carrera se topó una y otra vez con el veto de las autoridades, las madrileñas y las de otras instituciones gobernadas por la derecha. La última vez que actuó ante miles de personas en la capital, en Vistalegre, fue como invitado en la gira de Manu Chao en 2003. Después ha hecho algún bolo en la periferia (Getafe) y, de forma casi clandestina, en centros sociales okupas como El Laboratorio o Patio Maravillas. Esta vez el músico se vio sorprendido cuando los directivos del Movistar Arena le dieron todas las facilidades para que este sábado vaya a congregar a más de 12.000 personas, y agradece su “firmeza”. “Esa obsesión de intentar que no cante, que no actúe, resulta que tiene el efecto contrario. Porque cada vez cada vez tengo más seguidores, más gente que quiere que vaya, y la prueba es esto que va a ocurrir ahora en Madrid”.

Muguruza, con los técnicos de sonido y otros miembros de su equipo antes del concierto en Barcelona.
Muguruza, con los técnicos de sonido y otros miembros de su equipo antes del concierto en Barcelona. Albert Garcia

Eso no significa que no siga viéndose cancelado en otros lugares: lamenta, por ejemplo, no haber podido parar en el festival Pirineos Sur, en Huesca, o no haber encontrado dónde actuar en la Comunidad Valenciana. Ahí vivió el año pasado un pleito que saborea como una victoria. Un juez de Gandía cerró en mayo una denuncia contra un mural del artista Toni Espinar dedicado a él en un instituto de Bellreguard: el auto de archivo establece que no hay “indicio alguno de que se haya cometido un delito de enaltecimiento del terrorismo” como sostenían los denunciantes, una asociación próxima a Vox. Y le dolió que ese partido ultra montara una campaña contra su participación en los premios Goya de 2023 en Sevilla, como autor del nominado filme de animación Black is Beltza II: Ainhoa. “Yo era una especie de hombre de paja para atacar al Ayuntamiento de Sevilla, que era socialista, de esos gobiernos del cambio”. Pero en la calles de Sevilla se sintió querido en aquella ocasión: “No me dejaron pagar ni una caña ni un pincho”, cuenta.

Su música y su mensaje antisistema fueron señalados por muchos como la banda sonora de la kale borroka de los años ochenta. Muguruza se desmarcó de ETA expresamente en 1997, cuando publicó una columna en Egin reclamando el fin de la violencia. Y empezó a hacer algo poco habitual entonces en el mundo abertzale: publicar comunicados en sus redes de repudio a los atentados. Eso sí, Muguruza no deja de lado el activismo. Promete que en Madrid se vivirá un “aquelarre antifascista”, algo que ve necesario en un momento como este: “Europa está completamente adormilada y miedosa ante el repentino auge que está teniendo el fascismo descarado que vemos, por ejemplo, en un Elon Musk”. Está espantado por los planes de Donald Trump sobre Gaza, cuya situación no duda en calificar de “genocidio”, una denuncia que está presente en sus conciertos. Y se ha movilizado por los migrantes que se juegan la vida en su tierra natal cruzando el Bidasoa hacia Francia, que ha puesto controles en la frontera “solo para los racializados”, un asunto que trató en su último documental, Bidasoa 2018-2023.

Se considera un hijo artístico de The Clash desde que acudió a su concierto en San Sebastián en 1981, apenas unos meses después del intento de golpe de Estado de Tejero. La banda británica abrió con un aurresku antes de que sonara London Calling. “Fue una revelación”, recuerda. De esa huella nació Kortatu, el primero de los proyectos que compartió con su hermano Iñigo, fallecido en 2019 en lo que fue un duro golpe para él. Cita otras influencias, de The Jam a Public Enemy pasando por The Specials, y recuerda que aquel movimiento se posicionó contra el racismo y el fascismo. De ahí vienen un tipo de letras que, admite, en sus inicios eran más “gamberras”, en la línea provocadora de aquel punk, inspiradas también en el cómic underground.

Después de Kortatu, donde empezó cantando en castellano más que en euskera, Muguruza eligió una vía minoritaria al pasar a utilizar solo la lengua vasca, que aprendió de adulto. Le enorgullece ser uno de los artistas en euskera con más proyección internacional.

En los últimos años, estuvo más dedicado al cine y al teatro (Guerra, con Albert Pla y Refree). Su gira internacional de 2013 (No More Tour) jugaba con la idea de que fuera la última. Y su último proyecto sonoro es de 2017, en colaboración con el dúo catalán de electrónica The Suicide of Western Culture. En todo este tiempo de parón, con una pandemia en medio, el irundarra rechazó invitaciones para volver a reunir a Kortatu para una serie de actuaciones: ni era posible sin Iñigo ni lo consideraba adecuado. “Son cinco años de mis 40 de carrera. Que yo de repente agarrara un capítulo de mi vida para representarlo sería una especie de teatro. Estaría fuera de contexto”, señala.

Esta gira que repasa toda su trayectoria tuvo un nacimiento improvisado: él solo pretendía hacer un concierto homenaje a su hermano en Bilbao cerca del día de su cumpleaños. El ritmo al que se vendieron las entradas lo convenció de reservar una segunda noche, y vista la expectación se abrió a escuchar propuestas dentro y fuera de Euskadi. Quería evitar el “efecto sold out”, que su gente se peleara por cada entrada. Así que ha terminado en la que será “la madre de todas las giras”. Está muy excitado con la idea de llenar Anoeta, ahora Reale Arena (14 de junio), su primera vez en un gran estadio de fútbol, para colmo el del equipo de su provincia, la Real Sociedad.

Muguruza admite que ya no escribe las mismas letras que en los años ochenta, en las que había mucho de “cachondeo”, pero no tiene reparo en volverlas a cantar. Entre ellas Nicaragua sandinista, uno de sus himnos. ¿Qué le hace pensar que aquella revolución haya acabado convertida en la dictadura personalista del matrimonio Ortega? “Yo estoy reivindicando esa revolución, una de las más interesantes que haya vivido la humanidad. Ese momento épico en el que las cosas cambian hay que celebrarlo, aunque luego el devenir haya sido de otra manera”.

El internacionalismo de Muguruza le ha llevado en su carrera a escenarios poco habituales (Diyarbakir, en el Kurdistán turco; Ramala, en Palestina) apoyando sus causas. Pero los viajes que más le marcaron tenían un sentido musical: Jamaica y Nueva Orleans. En los dos casos trabajó la fusión con músicos locales y grabó sendos discos y documentales (disponibles en Filmin). El primero, Bass-Que Culture: Euskal Herria Jamaica Clash, de 2006, lo muestra en los estudios Tuff Gong, donde trabajaba Bob Marley, recibiendo la bendición de su viuda, Rita Marley, y colaborando con grandes nombres de la isla, como U-Roy, Luciano, Toots o Marcia Griffiths. En Nola? Irun Meets New Orleans, de 2015, el músico vasco visita la Luisiana devastada por el Katrina una década después y combina la música con la denuncia del abandono de los afectados. Le fascinó encontrar puntos en común entre los ritmos de Cuba, Jamaica y Nueva Orleans como resultado del viejo tráfico de buques en el Caribe y el golfo de México. Hasta los sonidos de los indios americanos permeaban aquello. “¡Al final resulta que el rhythm and blues está mezclado con la clave cubana!”, indica.

Él ha dedicado su carrera a trabajar ese mestizaje musical. Y tras esta gira, que le ocupará hasta octubre por lo menos (con final el día 4 en Pamplona), ¿qué viene? Reconoce que piensa en otro álbum, pero no tiene prisa. “Me encantaría, de aquí a dos años, o cuando fuera, preparar un disco de estudio. Pero tengo que ser sincero: solo pensar el trabajo de promoción que me va a suponer después, me da como vértigo”. Menciona el caso de Manu Chao, que acaba de publicar un disco sin dar ninguna entrevista a los medios. Pero entonces da un largo rodeo para concluir: “Luego soy una persona que disfruta las entrevistas”. Muguruza no es como su amigo Chao, el escurridizo: a él le gusta hablar. Tiene mucho que decir.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).
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