El 'mundo' de Argüelles, de doce a doce
Un barrio que sufre el deterioro de sus calles y raíces por la avalancha imparable de la noche
La buena solera y el paseíto es el Argüelles del mediodía. El atasco y la diversión hasta la locura es el Argüelles de medianoche. Doce horas de transformación de un barrio en otro, a esa hora en que se escapa la Cenicienta e irrumpe la avalancha de chavales de litrona, sevillanas y descontrol. Los vecinos han iniciado en los últimos meses una denuncia pública de la situación de deterioro que sufre su escenario de vida: suciedad, atascos, violencia, ruido y hasta algún que otro reguero de sangre en un lugar que siempre fue tranquilo.
Argüelles, doce de la mañana. Las señoras recién salidas de la compra aparcan sus bolsas bajo el mostrador de la cafetería, piden "lo de siempre, Paco" y arramplan con el aperitivo temprano y el paseo hasta casa, los domingos hasta el parque de Rosales. Es momento soleado y de vecinas. "Éste es un barrio de profundas raíces madrileñas, de gente de toda la vida, con un gran sentimiento de aquí", cuenta Diego Cruz, representante de la Asociación de Vecinos El Organillo, antes de empezar a quejarse de todo lo que está rompiendo la vieja armonía.Argüelles, siete de la tarde. Empieza el rugido de actividades. El paseo por las calles está claveteado por los soniquetes estridentes de las tragaperras y marcianitos que no se conforman con los interiores. Brota de pronto una hilera de motocicletas sobre la acera y, sobre ella, una panda de jóvenes en vaqueros apretados de pernera alta y cuadrada. Ha empezado a oscurecer. Es la hora de guardar cola para el cine, la última oportunidad para comprar en los grandes almacenes antes de que llegue la hora del cierre y el rato robado al camino entre la universidad y la casa familiar. Cervezas, futbolines, diversión. "No queremos que cierren esos bares. Es normal que la gente quiera venir aquí, que se diviertan. La solución no es cerrar", continúa el presidente de la asociación de vecinos.
Inmigrantes de la noche
Argüelles, doce de la noche. Lo que aquí ocurre a las doce sólo se llama Atasco. La avalancha se desborda. De las bocas del metro emerge el tropel constante de inmigrantes temporales de la noche y varios policías municipales los más nerviosos del momento gesticulan con tensión contenida en los cruces de las calles para hacer avanzar a los de aquí, interrumpír a los de allá, sudorosos en pleno invierno. Intentan lidiar a unos coches de los que sólo sale una explosión de risas y tal vez la voz esdrújula de Michael Jackson: "I'm bad, really, really bad'.Saltan los chavales de los coches al ruido y empieza el desfile de estilos. Los punkies, enfundados en sus jeans troceados, de gala, para botar al ritmo de Kortatu en El Trainera, cerveza en mano sin gotear. Los heavies, de cadena y clavo, divertidos con su ritmo. Los fieles de la sevillana, marcando el paso con palmadas en compañía de cualquier alegre desconocido. Y los pijos, bien peinados e indiferentes. Es el monumento al Madrid de la juerga: los bajos de Aurrerá.
Lo malo fue que una noche, el pasado mes de noviembre, apareció un muerto: Joaquín Rodríguez Ramos, conserje de una finca de Guzmán el Bueno. Lo peor fue que otra noche, pocos días después, apareció otro muerto: Eduardo Ulloa Parajuá, estudiante de Derecho. "Lo malo es la violencia, las peleas, que están creando un clima de tensión en todo el barrio. Estamos viendo cómo se multiplican los bares, día tras día, en el mismo espacio que antes, y que esto es la invasión. Por eso la gente ha empezado a protestar", cuenta Diego Cruz.
Medidas a largo plazo
Y cuenta también que, a pesar del cierre de algunos de los bares, los problemas continúan. Se sigue sin poder avanzar por la calle con normalidad, sin poder aparcar, sin poder salir al exterior sin miedo. "Es necesario tomar otras medidas, no sólo a corto, sino también a largo plazo, para evitar que vuelva a suceder".Pocas horas después, al cierre de esta emisión de alcohol, quedan las manchas pegajosas de cerveza y humo en el ambiente. Los vecinos se levantan y van a buscar su coche a otras calles, pues no encontraron aparcamiento en la suya. Hay cristales rotos. La zona ha perdido el mobiliario urbano y quedan los autóctonos observando los restos. Es Argüelles, amanecer.
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