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Festival de San Sebastián
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cine vasco más que digno

Arregi y Garaño describen un desasosegante universo con complejidad, sutileza, emoción y verdad

Carlos Boyero
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Hace unos años, descubrimos en este festival una notable película vasca que no respondía a esa fatigosa cuota de exhibir productos de la tierra con la misión de exaltar esencias nacionalistas. Se titulaba Loreak y su turbadora historia sentimental podía haber ocurrido en cualquier lugar. Los responsables eran un grupo de gente que llevan tiempo trabajando juntos, que intercambian sus labores haciendo un cine tan atractivo como reconocible. Aitor Arregi y Jon Garaño, parte del equipo creativo de Loreak, codirigen venturosamente Handia, basada en un personaje real nacido en Altxo (Gipuzkoa) y cuyo gigantismo le hizo entrar en la leyenda.

Las primeras imágenes, fotografiando una sepultura vacía y acompañadas por una evocadora voz en off, hacen presagiar que vas a ver una película dotada de estética y atmósfera. También de una variada gama de sentimientos. Estos se acumulan entre personas cuya deformación física les destina a la marginación, a la mirada asombrada, cruel, morbosa o compasiva del prójimo, al espectáculo de feria o a consumirse en el aislamiento más sombrío.

Estos seres de apariencia monstruosa han protagonizado películas maravillosas y dotadas de una poética conmovedora y terrible como Freaks y El hombre elefante. En ellas, esas víctimas de la naturaleza eran explotadas por gente sin alma. Los monstruos de Freaks al menos podían otorgarse calor mutuo, pero Joseph Merrick, el hombre elefante, estuvo demasiado tiempo en la soledad, la tortura y el desamparo más brutales. En Handia, ese hombre que no para de crecer y su hermano, superviviente de las guerras carlistas, descubren que la anormalidad del primero y su exhibición ante el público puede servir para que ambos se ganen muy bien la vida, salvar de la ruina el caserío familiar, viajar incesantemente por España y Europa e, incluso, disfrutar de algo tan equívoco como la fama. Y, cómo no, la relación entre los hermanos también estará expuesta al drama, los celos, la ambición, el reproche íntimo, esas viejas cuentas del alma que jamás se acaban de pagar. Arregi y Garaño describen ese desasosegante universo con complejidad, sutileza, emoción y verdad. Es una película extraña en el mejor sentido. Es bonita y triste. Y no quiero imaginármela doblada al castellano.

He tenido sensaciones ingratas durante la proyección de Le sens de la fête / C’est la vie! Me asaltaba la insana envidia asistiendo al jolgorio, las risas, las carcajadas y los aplausos ante determinados diálogos y gags, la generalizada ovación final del público con el que compartía la sala. A mi pesar, mi expresión durante todo el metraje era similar a la de Buster Keaton. Y me sentía culpable de no pillarle la gracia, de no divertirme, de haber perdido algo tan gozoso, necesario y terapéutico como el sentido del humor, de sentirme como un cenizo y una seta.

Me ocurrió lo mismo con Intocable, otra triunfante y al parecer graciosísima película de estos directores franceses llamados Olivier Nakache y Eric Toledano. Allí, al parecer era irresistible la comicidad y la soterrada ternura que desprendía la relación entre un rico señor que ha quedado hemipléjico y el macarra negro que le cuida y le devuelve la alegría de vivir. Aquí, cuentan las vicisitudes, equívocos y delirios de los componentes de una empresa de cáterin a lo largo del día y la noche en la que sirven a una boda. Repito, debe de ser todo muy jocoso, delirantes las situaciones, diálogos bendecidos por el ingenio, pero no hay forma de que se me contagie la desbordante alegría de los espectadores. El problema debe de ser mío y no del humor blanco y contagioso de una película que probablemente arrasará en las antes deprimidas taquillas, como aquellos apellidos vascos y catalanes que hicieron tan feliz al personal.

Aseguran que es preferible ver en compañía las comedias y el cine cómico, que sus efectos se multiplican. En cuanto regrese a mi solitaria casa volveré a ver por centésima vez Con faldas y a lo loco, Un, dos, tres; El guateque, Ser o no ser, Bola de fuego, Ninotchka, Primera plana y cositas así. Y si no me río, recurriré urgentemente al loquero. O me corto las venas, ya que si has perdido la bendita capacidad de reírte, eres un zombi.

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