Agnès Varda: “Hay que estar siempre reinventando la vida”
La cineasta belga, única realizadora de la Nouvelle Vague, recibe a sus 89 años el Premio Donostia
Mezcla explosiva y maravillosa de ternura y radicalidad, de energía y calidez, Agnès Varda se ha convertido en la envidia del Festival de Cine de San Sebastián. Todos van saliendo arrebatados tras apenas unos minutos a su lado. A sus 89 años, la cineasta francesa recibe el Premio Donostia tras una carrera brillante en la que ha tocado todos los palos, la fotografía, el documental, la ficción o las artes plásticas. Es una mujer arrolladora y curiosa que habla con pasión pero también con tranquilidad del feminismo, el caos en el mundo, la situación catastrófica del mundo laboral, la vejez o la muerte. En Zinemaldia ha presentado Caras y lugares, su último documental, un viaje delicioso que ha codirigido junto al fotógrafo JR, de 34 años, por los pueblos de la Francia profunda en busca de la gente normal para ponerla en valor. “He asumido que soy vieja, pero que también la vejez es una materia de creación. Cada vez se pueden encontrar formas nuevas a la vida, a la verdad y a los diferentes trabajos. Hay que estar siempre reinventando la vida”.
Convencida del poder de transformar el mundo, le gusta mucho a Agnès Varda una frase de Simone de Beauvoir: “Uno no nace mujer, se hace”. “La conciencia femenina se va construyendo y el feminismo se hace con los hombres. Hacemos lo que podemos con la realidad. El cine viene de la vida y es por eso por lo que todo mi cine viene de mi vida como mujer, pero también como ciudadana, como madre o abuela. Todo lo que está en la vida se puede transformar y más en este mundo que es un caos y un horror. Yo no busco éxitos comerciales, ni dinero con mi cine, lo que quiero crear como artista son vínculos y sentimientos de fraternidad y ternura entre la gente”.
La radicalidad ha marcado el cine de esta mujer desde su primer filme, en 1954, La Pointe Courte, para lo que creó su propia productora. La directora de Clèo de 5 a 7, La felicidad o Sin techo ni ley asegura que su empeño ha estado siempre centrado en la búsqueda de estructuras difíciles y diferentes, en la posibilidad de sorprenderse a sí misma. Maestra del género documental, Agnès Varda defiende lo que ella califica de “auténtica escuela de la modestia”. “El documental te pone al servicio de los sujetos. El cineasta se convierte así en un intermediario entre los personajes y el público”.
La broma del Oscar
Cuando a Agnès Varda le anunciaron desde la Academia de Hollywood que había sido elegida para recibir un Oscar de honor en la próxima ceremonia en Los Ángeles, la cineasta belga hasta pensó en rechazarlo. “Fue mi hija la que me dijo que no podía hacerlo. Me llena de orgullo y placer, porque eso significa que a la gente le sigue gustando mi cine, pero me parece una broma porque los Oscar están dedicados a premiar a gente conocida, a aquellos que hacen mucho dinero, que son casi como si fuesen auténticos bancos. Yo soy todo lo contrario, soy una cineasta al margen de la industria”, dice la directora.
No tiene miedo a la muerte, un tema del que habla a las claras y directa. “No se asusten, no me voy a arrojar al río Urumea ni al mar Cantábrico”, dice divertida en una habitación del hotel María Cristina. “Tengo muchas razones para vivir. Tengo trabajo y todavía lo puedo hacer, aunque mi cuerpo se estropee con facilidad. Tengo dos hijos y cinco nietos y vivo rodeada de gente que me ama y me protege, pero está bien que la vida se pare. No es una llamada a la muerte, pero estoy de acuerdo en que llegue. Voy a ir tranquilamente hacia la muerte, sin patetismo y con tranquilidad”.
Tras su anterior filme Les pláges d´Agnes (2008), un testamento autobiográfico y vital, parecía que Varda había parado su carrera. La gozosa aparición de Caras y lugares, que fue estrenada en el último festival de Cannes, ha sido también una manera de reflejar su vejez junto a un artista muy joven como es J.R., con el que utilizó incluso su degeneración ocular, que le hace ver borroso, para construir unas grandes fotografías que van colgando por las fachadas y paredes de los pueblos de Francia. “Al final, fue una manera de reírnos de esta dificultad de la visión que tantos viejos comparten conmigo”, añade la realizadora, una mujer que se guía en la vida y en el cine por su disposición a estar abierta al azar (del que dice es su mejor asistente) y a lo inesperado. “Es formidable la cantidad de sorpresas que te da el azar”. También en sentido negativo, como la que le proporcionó su amigo y colaborador Jean-Luc Godard –“somos los dinosaurios de la Nouvelle Vague, los únicos restos que quedamos”- y con la que cierra Caras y lugares. “Godard ha escrito sin proponérselo la última escena de mi película”, se consuela Varda.
Babelia
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